en la terraza con un vino blanco dulce en la copa, con la nariz colorada por el sol y la felicidad, con migas de bizcocho en la barba. Solia dejarla probar. Ella humedecia la lengua con una mueca y a continuacion escupia. Entonces el se reia, siempre, y le daba gaseosa, aunque no fuera sabado.
Se sirvio y puso a girar el vino.
– ?Que quieres decir con eso de que ha ganado? -dijo Yngvar.
– ?Esta dormida?
El asintio y pego un respingo cuando vio la copa que habia elegido. Se fue a la cocina a buscar otra y se sirvio.
– ?Que quieres decir? -repitio Yngvar-. Ya sabemos que es ella. Sabemos adonde ir. De algun modo…
– No lo conseguiras -dijo ella, y bebio.
– ?Que quieres decir?
Su copa seguia sin tocar sobre la mesa del comedor. Inger Johanne se volvio hacia la ventana. El jardin tenia un aspecto triste, con algunas manchas de nieve sobre el cesped amarillo y empapado. Por fin le habian cambiado las bombillas a las farolas de la calle Hauge. Un hombre con un chubasquero amarillo paseaba a su perro. Este iba suelto y corria de un lado a otro con el hocico a ras de suelo. Se detuvo junto al Golf de Inger Johanne y levanto la pata trasera. Se quedo asi un buen rato, antes de seguir satisfecho a su amo.
– Estaba en Francia -dijo ella-. Cuando fue asesinada Vibeke Heinerback. Y cuando Vegard Krogh fue asesinado en el bosquecillo de Asker. Da la impresion de que se te ha olvidado del todo.
– Claro que no -dijo el, ligeramente irritado-. Pero tanto tu como yo sabemos que no podia estar ahi. A no ser que tuviera un ayudante, un…
– Wencke Bencke no tiene ningun ayudante. Es una loner. Mata para sentirse viva, para mostrar su fuerza. Para… crecer, mostrar lo competente…, lo inigualable que es.
– A ver, tienes que decidirte -dijo el-. Si estaba en Francia, no puede haberlos matado. ?Que es lo que quieres decir en realidad?
– Obviamente no estaba alli. No todo el rato. De una manera u otra ha conseguido ir y venir. Podemos especular sobre como lo consiguio. Podemos teorizar y reconstruir. Lo unico que es completamente seguro es que nunca lo vamos a resolver.
– No entiendo como puedes decir algo asi -dijo el pasandole el brazo por los hombros-. ?Que hace que estes tan convencida? ?Como puedes…?
– Yngvar -lo interrumpio ella mirandolo a la cara.
Tenia los ojos tan claros. Las cejas se le habian empezado a afilar y parecian optimistas cuernos de viejo sobre la frente. Tenia la piel limpia y homogenea. La ancha boca entreabierta, e Yngvar sentia su respiracion contra la suya; el vino y el fuerte olor del ajo. Inger Johanne puso el dedo indice sobre el profundo hoyuelo de la barbilla de el.
– Nunca antes he dicho esto -susurro Inger Johanne-. Y espero no tener nunca mas la oportunidad de volver a decirlo. Soy profiler. Warren solia decir que yo era una profiler nata. Que era algo de lo que nunca iba a poder escapar. -Se rio por lo bajo-. Durante todos estos anos he estado intentado olvidarlo. ?Recuerdas lo poco dispuesta que estaba, aquella primavera hace cuatro anos? Cuando robaron a aquellos ninos y tu querias…
– Si.
Ya no susurraba. El la mordio con cuidado en la punta del dedo.
– Yo estaba trabajando en mi investigacion. Estaba absorbida por ella. Tenia suficiente que hacer con Kristiane, y… luego apareciste tu. Nuestra vida aqui y Ragnhild. No quiero otra cosa. ?Por que crees tu que de todos modos me he pasado las noches aqui sentada trabajando con un caso de asesinato que en realidad no tiene nada que ver conmigo?
– Porque tienes que hacerlo -dijo el sin soltarle la mirada.
– Porque tengo que hacerlo -asintio ella-. Y esto te lo digo porque tengo que hacerlo: Wencke Bencke ha ganado. A lo largo de estas semanas no habeis encontrado una sola huella. Nada. No quiere que la descubran. Quiere que se la vea, no que la cojan.
– De todos modos tengo que intentarlo -dijo Yngvar; sonaba a pregunta, como si precisara su bendicion.
– De todos modos tienes que intentarlo -asintio ella-. Y la unica esperanza que tienes es conseguir situarla en los lugares de los hechos. Demostrar que no estaba en Francia.
«Nunca lo conseguiras», penso Inger Johanne una vez mas, pero no lo repitio. En vez de hacerlo se bebio el resto del vino y dijo:
– Las ninas no pueden seguir viviendo aqui. A Wencke Bencke le queda un caso. Tenemos que mudar a las ninas.
Luego se levanto para llamar a su madre, aunque era casi medianoche.
– Asi que quieres decir…-dijo el jefe de Kripos rascandose la oreja con el dedo menique- que tenemos que darle la vuelta a toda la investigacion por un libro que ha desaparecido y por un boton. ??Un boton?!
– Un broche -lo corrigio Yngvar-. O un… pin.
El jefe supremo de Kripos tenia mucho sobrepeso. La tripa le colgaba como un saco de mantequilla sobre el cinturon cenido. La camisa se le abria sobre el ombligo. Durante las exposiciones de Lars Kirkeland e Yngvar Stubo habia mantenido silencio. Incluso cuando durante el resto de la pequena reunion estuvieron discutiendo el asunto durante media hora, el jefe habia mantenido la boca cerrada. Solo sus pequenos dedos rechonchos lo habian acusado; golpeaban impacientes contra la tabla de la mesa cada vez que alguien mantenia la palabra durante mas de veinte segundos.
Ahora, por enfado, le temblaba la papada doble. Se levanto con gran dificultad. Se acerco al cuaderno en el que el nombre de Wencke Bencke estaba escrito con letras rojas bajo una linea del tiempo con tres fechas. Se detuvo y soplo tres veces por la nariz. Yngvar no sabia si era por desprecio o porque tenia problemas con la respiracion. Con la mano derecha se aliso el pelo que le cubria la calva antes de arrancar una hoja del caballete y de arrugarla concienzudamente.
– Dejame decirlo asi -dijo, clavando sus pequenos ojos agudos en Yngvar-. Eres uno de mis mas preciados colaboradores. Esa es la razon por la que llevo aqui una hora sentado escuchando estas… chorradas. Con todos mis respetos.
Se tiro del bigote, que se le rizaba alegremente sobre las comisuras de los labios y que solia hacer que pareciera un tio de la familia, gordo y agradable.
Nadie dijo nada. Yngvar recorrio con la mirada a sus colegas. Seis de los investigadores mas famosos de Noruega estaban sentados en torno a la mesa con la vista baja. Hurgando en una taza, toqueteando unas gafas. Lars Kirkeland estaba dibujando, parecia profundamente concentrado. Solo Sigmund Berli miraba al frente. Se lo veia colorado y agitado, y daba la impresion de estar a punto de levantarse. En lugar de hacerlo levanto la mano, como si estuviera pidiendo formalmente la palabra.
– ?No merece al menos la pena intentarlo? Quiero decir: ?en todas las demas direcciones estabamos estancados! Si me preguntais a mi, esto es…
– Nadie te esta preguntando nada -dijo el jefe-. Lo que se va a decir sobre este asunto ya esta dicho. Lars ha resumido muy diligentemente el curso de la investigacion hasta ahora. Todos lo que estamos aqui sabemos que en la labor policial no hay… abracadabra. Meticulosidad, personas. Paciencia. Nadie sabe mejor que nosotros que el trabajo duro y el manejo sistematico de todos los hallazgos es el unico camino que seguir. Somos una organizacion moderna. Pero no tan moderna como para que desechemos semanas de trabajo policial intenso, y de calidad, porque una mujer cualquiera siente y piensa y opina que quiza piense.
– Estas hablando de mi mujer -dijo Yngvar calmadamente-. No acepto la denominacion una mujer cualquiera.
– Inger Johanne es una mujer cualquiera -dijo el jefe manteniendo la calma-. En este contexto lo es. Te pido disculpas si mi eleccion de las palabras te ha resultado ofensiva. Tengo el mayor de los respetos por tu mujer y tengo completamente claro lo util que nos fue en aquel caso de secuestros hace algunos anos. Ese es tambien el motivo por el cual he sido… condescendiente con tu algo… indulgente modo de manejar los documentos del caso. Pero ahora el caso es bastante distinto.
Volvio a pasarse la mano por la coronilla. Los finos mechones de pelo parecian pintados sobre su craneo.
– Distinto -dijo Sigmund, furioso-. Pero ?si no sabemos nada, hombre! ?Ni una puta pista! Todo lo que en