Inger Johanne respondio subiendo aun mas el volumen.
– Dejame oir.
– Esta aterrorizado -murmuro Yngvar-. El y el otro par de miles de noruegos que viven en esa caja.
Senalo el televisor con la lata vacia.
– Calla.
– Ven aqui -dijo el.
– ?Que?
– ?No puedes venir aqui? ?Sentarte conmigo?
– Yo…
– Por favor -rogo Yngvar.
Por fin soltaron a la jefa de policia. Mientras cambiaban al invitado en el estudio, intentaron emitir un reportaje sobre la casa de vecinos en la que, dos dias antes, habian encontrado a Havard Stefansen, muerto y sin un dedo. La cinta de video se engancho. La vista panoramica desde el portal hasta el quinto piso se quedo atascada en el movimiento, convirtiendose en una foto fija desenfocada en la que una escandalizada mujer miraba por la ventana del tercero desde detras de la cortina. El sonido chirrio. Algo pito. De pronto el presentador volvio a aparecer en pantalla.
– Pedimos disculpas por los problemas tecnicos -carraspeo-. Entonces creo que…
– Siempre seremos novios -murmuro Yngvar oliendole el pelo, ella se habia acurrucado junto a el y los habia tapado a los dos con la manta.
– Quiza -dijo Inger Johanne acariciandole el antebrazo con el dedo-. Si me prometes no aventurarte nunca mas con tareas practicas.
– Bienvenida al estudio, Wencke Bencke.
– ?Como? -dijo Yngvar.
– ?Calla, Yngvar!
– Gracias -dijo Wencke Bencke sin sonreir.
– Eres autora de nada menos que diecisiete novelas policiacas -dijo el presentador-. Y todas tratan sobre asesinatos en serie. Se te considera experta en el asunto, cosechas grandes halagos por la profundidad de tu trabajo preparatorio y la extension de tu research. Tambien entre la policia, como hemos podido constatar hoy. Tienes tus origenes en el Derecho, ?no es asi?
– Es correcto -dijo ella, seguia seria-. Pero ya no me queda mucho de jurista. Llevo escribiendo novelas desde 1985.
– Estamos especialmente contentos de tenerte hoy aqui, ya que hace doce anos que no concedes una entrevista en Noruega. Obviamente las circunstancias que te han traido aqui son tragicas. Pero, a pesar de todo, tiene que estar permitido empezar planteando una pregunta con guasa: ?a cuanta gente le has quitado la vida a lo largo de estos anos?
Se inclino expectante hacia ella, como si esperara que lo hicieran participe de un gran secreto.
– Ya no lo tengo muy claro -dijo ella sonriendo, tenia los dientes anormalmente blancos y regulares para ser una mujer de unos cuarenta y cinco anos-. He perdido la cuenta. Pero, al fin y al cabo, la calidad es mejor que la cantidad, tambien en mi oficio. Me concentro en el refinamiento, no en la cantidad. Es a los giros originales a lo que yo… les encuentro el gusto, se podria decir.
Se aparto el flequillo de la frente. Este volvio a caer inmediatamente.
Inger Johanne se desembarazo de los brazos de Yngvar, que estaba a punto de ahogarla. Acababa de coger el periodico Dagbladet de encima de la mesa, habia mirado algo y lo habia vuelto a soltar, directamente sobre el suelo. Se volvio parcialmente hacia el y pregunto:
– ?Que pasa?
– … asi que tu encontraste a la ultima victima -decian por los altavoces del televisor-, que era tu vecino mas cercano. Desde tu punto de vista de indiscutida experta en esto, ?que puede haber detras…
– ?Que pasa, tesoro?
– … del deseo de ser visto como otra cosa que…
– ?Yngvar!
El tenia la piel humeda. Grisacea.
– Yngvar -grito ella, cayendose del sofa-. ?Que es lo que te pasa?
– … recuerda a casos sucedidos en lugares distintos a nuestro propio continente. No solo en Estados Unidos, sino tambien en Inglaterra, por no decir Alemania, donde conocemos…
Inger Johanne levanto la mano. Le pego. El chasquido de su mano abierta contra la mejilla de Yngvar hizo que por fin el levantara la vista.
– Es ella -dijo Yngvar.
– … tener cuidado con sacar conclusiones en la direccion…
– ?Que es lo que te pasa? -grito Inger Johanne-. ?Creia que te habia dado un ataque al corazon! Te he dicho mil veces que tienes que ponerte a dieta, y no tocar el azucar y…
– Es ella -repitio el-. Es ella.
– … con la limitacion de que he pasado estos ultimos meses en el extranjero y de que por tanto solo he podido seguir el caso por la red y algun que otro periodico, yo diria que…
– ?Te has vuelto loco? -dijo Inger Johanne-. ?Te has vuelto rematadamente chalado? ?Por que iba…?
El seguia senalando el televisor. El color le estaba volviendo a la cara. La respiracion se le habia calmado. Inger Johanne se giro lentamente hacia el televisor.
Wencke Bencke llevaba gafas sin montura. La potente luz del estudio provocaba reflejos que impedian verle los ojos. El traje chaqueta le quedaba un poco estrecho, como si lo hubiese comprado con la esperanza de perder peso. En la solapa de la chaqueta tenia un pequeno broche. Una fina cadena de oro brillaba en torno a su cuello, estaba morena para la epoca del ano.
– Lo veo bastante sombrio -respondio la entrevistada a una pregunta que Inger Johanne no habia captado-. Puesto que la policia todavia no parece tener ni idea de que va esto, me cuesta pensar que haya grandes probabilidades de que lo resuelvan.
– ?Estas diciendo esto en serio? -dijo el presentador haciendo un gesto con las manos como si deseara que le dieran un respuesta mas detallada.
– No entiendo -empezo a decir Inger Johanne, volvio a girarse para intentar captar la atencion de Yngvar.
– Por favor -le rogo el-. ?Dejame oir lo que esta diciendo!
– Entonces vamos a tener que poner punto final a esta parte del programa -dijo el presentador-. Me tienes que permitir que acabe planteandote una pregunta, en consideracion a los terribles sucesos de la vida real en los ultimos tiempos: ?nunca te hartas de imaginarte y entretenerte con crimenes y asesinatos?
Wencke Bencke se enderezo las gafas. La nariz era demasiado pequena para su cara ancha, y las gafas amenazaban todo el rato con caersele.
– Si -admitio-. Me hastia. Mucho, de vez en cuando. Pero escribir novelas policiacas es lo unico que se hacer. Estoy ya entrando en anos. Y… -Alzo el corto dedo indice y dirigio la mirada a la camara. De pronto se le vieron claramente los ojos. Eran marrones e iluminaban una sonrisa que hacia que las mejillas se dividieran a lo largo de profundos hoyuelos-. Y el sueldo por horas es desorbitado, claro. Eso ayuda.
– Con esto te damos las gracias.
Inger Johanne solto el mando a distancia.
– ?Que quieres decir? -susurro-. Me has asustado tantisimo, Yngvar. Creia que te estabas muriendo.
– Fue Wencke Bencke quien mato a Vibeke Heinerback -dijo el aplastando la lata de cerveza entre las manos-. Le quito la vida a Vegard Krogh. Y tambien mato a su vecino, Havard Stefansen. Ella es la asesina de los famosos. Tiene que ser asi.
Inger Johanne se sento lentamente sobre la mesa. La casa estaba en silencio. No se oia ni un ruido de fuera. Los vecinos de abajo estaban de viaje. Inger Johanne e Yngvar estaban solos, al otro lado de la calle alguien apago una luz.
De pronto llego llanto del cuarto de las ninas; el chillido doloroso y desgarrador de un bebe de seis semanas de edad.