exactamente que. No habia encontrado nada, pero sabia que habia microfonos tan pequenos que cabian en una muela. Eran tan pequenos que no se veian, hacia falta un microscopio. Quizas el hombre estuviera sentado en algun sitio desde donde no solo podia oirlas, sino incluso verlas. Tambien habia camaras diminutas, tan pequenas como la cabeza de un clavo, y aqui habia muchos clavos en las paredes. Emilie habia visto una vez una pelicula que se titulaba Carino, he encogido a los ninos. Iba de un padre un poco loco, pero bastante mono, que se dedicaba a hacer experimentos en el desvan. Los ninos encontraban algo que no era asunto suyo y se hacian muy pequenos, como insectos. Nadie podia verlos. El senor podia verlas a ellas. Casi seguro que estaba ante una pantalla de television, con unos auriculares puestos, y sabia exactamente lo que estaban haciendo.

– Sonrie -susurro Emilie.

Sarah estaba llorando otra vez, y Emilie le tapo la boca con la mano.

– Tienes que sonreir -le ordeno, torciendo los labios en una especie de sonrisa-. Nos esta viendo.

Sarah se solto.

– Dijo que era el nov… nov… novio de…

Emilie cerro los ojos con fuerza y se tumbo en la cama. Casi no habia sitio para las dos. Empujo a Sarah y se puso de cara a la pared. Cuando apretaba mucho los parpados, era como si se encendiera una luz dentro de su cabeza, y entonces ella era capaz de ver cosas. Veia a papa, que la estaba buscando y llevaba una camisa de franela. La buscaba entre las flores silvestres de la colina que habia detras de casa. Llevaba una lupa y creia que alguien la habia encogido.

Emilie deseaba que Sarah no hubiera venido nunca.

22

En el lugar donde fue encontrada la cartera de Emilie Selbu, en un sendero solitario entre dos calles con trafico, habia ahora un mar de flores. Algunas estaban medio secas, otras ya estaban muertas. Aqui y alla habia rosas frescas metidas en pequenos jarrones de plastico. Dibujos infantiles ondeaban silenciosamente al viento de la noche.

Una panda de adolescentes se acerco. Iban en bicicleta, berreando y riendo, pero bajaron la voz cuando hicieron un rodeo para evitar las flores y las cartas. Una chiquilla de unos catorce anos poso el pie en el suelo y, tras unos segundos de silencio, maldijo bien alto y bien claro, meneando la cabeza, antes de ponerse a pedalear salvajemente detras de los demas.

El hombre se bajo la visera de la gorra casi hasta los ojos, mientras se llevaba la otra mano al interior de los pantalones. Quiza se atreveria a acercarse un poco mas. La idea de estar inclinado sobre el lugar, sobre el sitio en que raptaron a Emilie, justamente donde se la llevaron, hacia que le ardiera la entrepierna. Perdio el equilibrio y tuvo que apoyar la cadera contra un arbol para no caerse. Jadeo y se mordio el labio.

– ?Que cono estas haciendo?

Dos personas se aproximaron por detras. Salieron de la nada, de la espesura. Sorprendido, el se volvio hacia ellos -sin soltarse el sexo, que empezaba a ponersele flacido entre los dedos- intentando sonreir.

– Na… nada -tartamudeo.

– Esta… ?Joder, se la esta pelando!

Les llevo dos minutos reducirlo, pero no se conformaron con eso. Cuando el hombre vestido de paramilitar entro dando tumbos en la comisaria, empujado por una recien surgida patrulla ciudadana, tenia el ojo derecho hinchado y amoratado. Le sangraba la nariz y todo apuntaba a que tenia el brazo roto.

No dijo nada, ni siquiera cuando la policia le pregunto si necesitaba un medico.

23

– ?Esta seguro de que no quiere que hablemos en ingles?

El nego con la cabeza. En un par de ocasiones, a Inger Johanne le habia parecido que el no entendia lo que le estaba diciendo. Ella habia repetido lo mismo con otras palabras, mas sencillas. No era facil saber si habia servido para algo. El no cambiaba su expresion y decia muy poca cosa.

Aksel Seier habia pedido filete mignon y una cerveza. Inger Johanne se conformo con una ensalada cesar y un vaso de agua con hielo. Eran los unicos clientes en el 400 Club, una mezcla rural de restaurante y diner, a solo siete minutos a pie de Ocean Avenue. Aksel Seier se habia dirigido primero a su coche, pero se habia encogido de hombros y habia accedido a ir caminando cuando Inger Johanne insistio. Era demasiado tarde para almorzar, demasiado temprano para cenar. La cocina funcionaba a medio gas. Antes de que les llevaran la comida, a Inger Johanne le habia dado tiempo de hablarle a Aksel Seier de Alvhild Sofienberg, la senora que en su momento se habia interesado tanto por su caso, pero luego se habia visto forzada a dejarlo de lado. Le habia contado que ahora Alvhild, todos estos anos mas tarde, queria averiguar por que lo habian condenado primero para soltarlo de pronto, casi nueve anos despues. Inger Johanne le describio la vana busqueda de los documentos relativos al caso. Al final, y casi a modo de apostilla banal, le explico el motivo de su propio interes por su historia.

Les sirvieron la comida. Aksel Seier levanto el cuchillo y el tenedor. Comia despacio, masticando largamente. Volvio a dejar que el flequillo le cayera sobre los ojos. Debia de ser un truco de toda la vida; los gruesos rizos grises se convertian en un muro entre el y su interlocutor.

«No te interesa -pensaba ella-. Da la impresion de que no te interesa. No entiendo en realidad por que me has acompanado hasta aqui. ?Por que no me echaste inmediatamente? Yo me habria marchado sin rechistar. O podrias haber escuchado lo que tenia que decirte y haberte despedido despues para siempre. Ya te puedes levantar. Puedes acabar de comer, aceptar una comida gratis de un pasado que has olvidado y escondido, y largarte de aqui. Estas en tu derecho. Has tardado tantos anos en olvidar, y ahora yo lo estoy echando todo a perder. Estoy hurgando en tu herida. Vete.»

– ?Que esperas que diga?

La mitad del filete se habia quedado en el plato. Aksel metio la hoja del cuchillo ente los dientes del tenedor y apuro el vaso de cerveza. Despues se reclino en la silla y cruzo los brazos sobre el pecho.

«Espero alguna forma de entusiasmo -penso ella-. Es absurdo. Me he sentido como un angel, como un mensajero que portaba noticias maravillosas. Espero… ?Que es lo que quiero? Desde el momento en que lei tu historia, desde el momento en que entendi que Alvhild tenia razon, me he visto a mi misma en el papel del hada buena, la que iba a solucionar el entuerto. Iba a venir aqui a contarte lo que tu ya sabes: que eras inocente. Que eres inocente. Te lo estoy confirmando, he hecho todo el viaje desde Noruega, y tu tienes que estar… agradecido. ?Espero que me lo agradezcas, joder!»

– No espero nada de nada -respondio en voz queda-. Si quiere, me voy.

Aksel sonrio. Tenia los dientes grises y regulares. Desentonaban con su rostro. Era como si alguien hubiera recortado una boca sin usar y la hubiera cosido en un lugar que simplemente no le correspondia. Pero el hombre estaba sonriendo y habia posado las manos sobre la mesa.

– Siempre me he imaginado como seria conseguir que… -Callo, buscando las palabras.

Inger Johanne no sabia si ayudarle o no. La pausa se hizo larga.

– Que le rehabilitaran -aventuro ella al fin.

– Exacto. Rehabilitacion. -Aksel echo un vistazo a su vaso de cerveza vacio.

Inger Johanne pidio que se lo rellenaran. Tenia mil preguntas y no conseguia acordarse de una sola de ellas.

– ?Por que? -comenzo sin saber lo que queria decir-. ?Es usted consciente de que la prensa critico el hecho de que le condenaran? ?Sabia que varios periodistas se burlaron de la fiscalia y de los testigos que declararon contra usted?

– No.

La sonrisa habia desaparecido, el flequillo estaba a punto de volver a caer. Sin embargo, su actitud no resultaba agresiva, aunque tampoco denotaba una gran curiosidad. Hablaba con voz monotona, quiza porque se

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