Hermansen se sono la nariz con los dedos y maldijo.
– No es eso lo que quiero decir.
– Entonces, ?que cono quieres decir? ?Tenemos a un tipo que se encontraba en el lugar del primer secuestro cuatro horas despues de la desaparicion de otro nino! ?Iba vestido con ropa de camuflaje como si quisiera hacer carrera en la CIA y se la estaba pelando mientras gime el nombre de la nina! Por si fuera poco, no ha sabido decirnos que estaba haciendo el jueves 4 de mayo, el dia que desaparecio Emilie Selbu, ni tampoco el miercoles 10 de mayo, cuando secuestraron a Kim. ?No se acuerda de lo que estaba haciendo hoy a las cinco de la tarde, joder!
– Eso es sencillamente porque no tiene las ideas claras sobre nada -dijo Yngvar Stubo secamente-. El hombre es idiota, casi literalmente, o por lo menos discapacitado psiquico. Esta aterrorizado, Hermansen.
Hermansen se llevo una taza de cafe sucia a la boca. El olor agrio del sudor producido por el agobio impregnaba toda la habitacion. Yngvar Stubo no sabia bien de quien provenia.
– Es conductor profesional -gruno Hermansen-. No puede ser completamente idiota. Lleva una furgoneta de reparto. Y ademas tiene antecedentes. Nada menos que por… -Agarro una carpeta y saco un documento de un tiron-. Cinco multas y dos condenas por delitos sexuales.
Yngvar Stubo hizo caso omiso de lo que le decia Hermansen. Estaba observando otra vez discretamente a los periodistas. Ya no habia tantos como antes. Se pellizco el tabique de la nariz e intento calcular la hora que seria en la Costa Este de Estados Unidos.
– Exhibicionismo -suspiro profundamente sin mirar a Hermansen-. Al tipo lo han detenido por exhibicionismo, nada mas. No es el hombre que buscamos. Desgraciadamente.
– Exhibicionismo.
Yngvar intentaba hablar en un tono neutro, pero era imposible. La palabra connotaba un desprecio por la accion que designaba y movia a escupir con sorna. El hombre del vestido de camuflaje se habia encogido casi hasta desaparecer bajo una pila de ropa.
Sudaba a mares. Tenia los hombros tan estrechos que las mangas le ocultaban las manos. Llevaba un cabestrillo colgado del cuello, pero no lo usaba. El tiro del pantalon le llegaba casi hasta la altura de las rodillas.
– Cincuenta y seis anos -anadio Yngvar Stubo lentamente-. ?Es correcto?
El hombre no respondio. Yngvar acerco una silla y se sento junto a el. Apoyo los codos sobre las rodillas, intentando no arrugar la nariz ante el hedor a orina y sudor viejo. Esta vez si tenia claro de donde provenia el olor.
– Escucha -dijo en voz baja-. ?Me permites que te llame Laffen? Te llaman Laffen, ?no?
Con un debil movimiento de cabeza, el hombre dejo claro que al menos oia lo que se le decia.
– Laffen -continuo Stubo con una sonrisa-. Me llamo Yngvar. Esta noche ha sido agotadora para ti.
De nuevo un debil asentimiento.
– Pronto lo habremos solucionado todo, pero necesito que respondas a algunas preguntas, ?vale?
Laffen asintio una vez mas, casi imperceptiblemente.
– ?Recuerdas donde te pillaron? Estos dos tipos… ?Donde te encontraron?
El hombre no contesto. De cerca se notaba que tenia los ojos hundidos como dos canicas negras en su estrecho craneo. Yngvar poso la mano con cuidado sobre la rodilla del hombre, pero no consiguio que reaccionara.
– ?Tu conduces un coche!
– Ford Escort de 1991. Azul metalico. Motor de 1,6 litros, pero esta puesto a punto. El equipo de musica costo once mil cuatrocientas noventa coronas. Asientos de bolido y
Yngvar tuvo la sensacion de haberle echado dinero a una vieja maquina de discos, sobre todo cuando el hombre prosiguio:
– Se lo he puesto yo mismo. Lo he hecho yo mismo. Asientos de bolido y spoiler.
– Muy bien.
– Yo no he hecho nada.
– Entonces ?por que estabas alli?
– Por nada. Solo… Simplemente estaba alli. Mirando. No esta prohibido mirar, ?verdad?
El hombre se tiro de la manga izquierda y asomo una escayola blanca como la tiza.
– Me han roto el brazo. Yo no he hecho nada.
Eran ya las tres y media de la manana. Yngvar Stubo llevaba veintiuna horas despierto. Solo Dios sabia cuando habia pegado ojo por ultima vez el detenido. Yngvar Stubo le dio una palmadita en la rodilla y se levanto.
– Prueba a tumbarte ahi sobre el catre -le indico amablemente-. En cuanto se haga de dia lo solucionamos todo y te vas a casa.
Mientras cerraba cuidadosamente la puerta a su espalda, penso que el hombre vestido de camuflaje podia llegar a convertirse en un problema. Apenas era capaz de trazar el plan mas sencillo, por no hablar de llevar a cabo tres complicados secuestros y la arriesgada devolucion del cadaver de un nino. Por otro lado, el tipo tenia carne de conducir, asi que probablemente sabia leer y escribir. El titulo de conductor profesional que le habia atribuido Hermansen era sin embargo una enorme exageracion. Laffen Sornes recibia una pension por invalidez y dos veces por semana repartia comida caliente a los ancianos de Stabekk. Sin cobrar.
El problema no residia en el exhibicionista, sino en el hecho de que hasta el momento no habia ningun otro sospechoso. Habian desaparecido tres ninos, y uno de ellos ya estaba muerto. Todo lo que habia encontrado la policia, tras tres semanas de investigacion, era un exhibicionista de mediana edad en un Ford Escort.
El exhibicionista podia llegar a constituir un enorme problema.
– Dejad que se vaya -dijo Yngvar Stubo.
Hermansen se encogio de hombros.
– Pues muy bien. Entonces no tenemos nada. Ya esta. Cuentaselo tu a los buitres que estan ahi fuera. -Hizo un gesto hacia la ventana.
– Dejad que el exhibicionista se vaya a casa en cuanto amanezca -bostezo Yngvar Stubo -. Y, por el amor de Dios, conseguidle al tipo otro abogado. Uno que se moleste en asegurarse de que no mantengan a su cliente despierto toda la noche. Ese es mi consejo. No es nuestro hombre. Y tu… -Se saco un puro del bolsillo de la camisa y extendio el dedo indice-. Yo no soy nadie para decirle a la policia de Asker y B?rum lo que tiene que hacer. Pero yo de ti… multaria a los cabrones que le han roto el brazo. Como no lo hagas, esto se va a convertir en el salvaje Oeste antes de que termine la semana. Recuerda mis palabras. Un puto Texas.
25
En el campo, en un valle al noreste de Oslo, en una casa construida en la ladera, estaba sentado un hombre con un mando a distancia en la mano. Estaba navegando por el teletexto, que le permitia leer en cualquier momento las noticias como a el le gustaban: breves y concisas. Despuntaba el alba. La luz blanca del dia sin estrenar que entraba por la ventana de la cocina lo hacia sentirse renacido todos los dias. Solto una carcajada aunque estaba solo.
«Hombre (56) arrestado por el caso Emilie.»
Jugueteaba con los botones del mando a distancia. Las letras se agrandaban, se encogian, se ensanchaban, se estrechaban. Hombre arrestado. ?Se habian creido que era un aficionado? ?Que ahora se iba a poner hecho una furia? ?Que iba a perder la cabeza solo porque habian pillado a la persona equivocada, porque atribuian sus actos a otro hombre? ?Se habia creido la policia que esto lo llevaria a obrar con precipitacion, a cometer errores, a ser descuidado?
Solto otra risotada, casi euforica, que retumbo en la habitacion de paredes desnudas. Sabia exactamente que pensaba la policia. Creian que era un psicopata y daban por sentado que se envanecia de sus crimenes. La policia queria herir su orgullo, tentarlo para que diese un paso en falso, para que se jactara de lo que hacia. El hombre