habia desacostumbrado del idioma. O quiza mas bien se estaba concentrando con todas sus fuerzas simplemente en asimilar las palabras de Inger Johanne.
– No me daban periodicos.
– Pero ?y despues? ?Como es que no se entero mas tarde? ?No se lo conto alguien, sus companeros en la carcel…?
– Yo no tenia companeros en la carcel. No era exactamente un… friendly place.
– ?No habia periodistas que quisieran hablar con usted? Me he traido unos articulos, se los puedo ensenar, y me extranaria mucho que sus autores no hubieran intentado contactar con usted una vez dictada la sentencia. Yo, por mi parte, he intentado rastrear a los dos periodistas mas criticos, pero ambos, desgraciadamente, han muerto. ?Recuerda si intentaron hablar con usted?
El vaso de cerveza volvia a estar medio vacio. El paso el dedo por el borde.
– Quizas. Hace tanto tiempo. Yo creia que todo el mundo… Creia que todo el mundo…
«Creias que todo el mundo te queria mal -penso Inger Johanne-. No querias hablar con nadie. Dejaste que te aislaran, en todos los sentidos, y no te fiabas de nadie. De mi tampoco debes fiarte. No debes pensar que yo puedo enmendar nada. Tu caso es demasiado antiguo. Nunca se reabrira. Yo simplemente tengo curiosidad, tengo preguntas que plantear. Me gustaria tomar notas. Llevo en el bolso un cuaderno y una grabadora. Si los saco, corro el riesgo de que te vayas, de que digas que no, de que por fin entiendas que mis motivos son totalmente interesados…»
– Como le he dicho antes… -Ella hizo un gesto hacia el vaso de cerveza, ?queria mas? El nego no con la cabeza-. Yo investigo. Estoy trabajando en un proyecto en el que comparo…
– Ya me lo has contado.
– Claro. Me preguntaba… ?Le importa que vaya tomando apuntes de nuestra conversacion?
Una voluminosa mujer dejo la factura sobre la mesa, delante de Aksel. Inger Johanne la agarro con una precipitacion un poco excesiva. La mujer echo la cabeza hacia atras con un movimiento arrogante y se alejo contoneandose hacia la cocina sin mirar atras. El semblante de Aksel se ensombrecio.
– Quiero pagar yo -dijo-. Pasame esa factura.
– No, no… Permitame… La universidad cubre mis gastos… Quiero decir, he sido yo quien lo ha invitado a usted.
–
Ella solto la factura, que cayo al suelo. El la recogio, saco una cartera desgastada y empezo a contar billetes lentamente.
– Quiza quiera hablar contigo mas tarde -dijo sin levantar la vista-. Tengo que pensar un poco. ?Cuanto tiempo te quedas?
– Por lo menos algunos dias.
– Algunos dias. Thirty-one, thirty-two.
El fajo era grueso, los billetes estaban bastante arrugados.
– ?Donde te alojas?
– En el Augustus Snow.
– Me pondre en contacto contigo. -Echo la silla para atras y se levanto con pesadez. Se parecia poco al hombre que se habia subido a una precaria escalera aquella misma manana para cambiar el gallo de la veleta por un cerdo.
– ?Puedo preguntarle una cosa? -dijo Inger Johanne rapidamente-. ?Una sola cosa, antes de que se vaya?
El no respondio, pero tampoco hizo ademan de irse.
– ?Le dijeron algo cuando lo soltaron? Quiero decir, ?le dieron alguna explicacion de lo que habia pasado? Le dijeron si lo habian indultado, o…
– Nada. No me dijeron nada. Me dieron una maleta para que metiera mis cosas, un sobre con cien coronas y la direccion de una casa donde alquilaban habitaciones. Pero no dijeron nada.
Aksel Seier se dirigio hacia la salida y desaparecio, sin esperarla, sin acordar nada mas concreto. Ella se quedo jugueteando con el vaso de agua, esforzandose por recordar algo que se le escapaba.
Habia algo en la casa de Aksel Seier que parecia fuera de lugar. Habia visto algo, alguna cosa que la habia hecho reaccionar, despues, cuando era demasiado tarde, algo que encajaba con aquel interior tan abigarrado, pero que al mismo tiempo contrastaba con su entorno. Cerro los ojos e intento visualizar la casa de Aksel Seier. El mascaron de proa. El cuadro de la batalla. La lapona desangelada con su traje destenido. El caballero de la pared. Un reloj de pie cuyas pesas eran herraduras. La estanteria con cuatro libros. No recordaba el titulo de ninguno. Una lata de cafe vieja con dinero suelto cerca de la puerta. El aparato de television con antena. Una lampara en forma de tiburon, que dentelleaba el suelo y tenia la bombilla en la cola. Un labrador de madera muy vivo y pintado de negro. Objetos absurdos y atractivos que, de algun modo, armonizaban entre si.
Y algo mas. Algo que la habia hecho reaccionar, pero que no habia notado hasta que era demasiado tarde.
Aksel Seier caminaba a toda prisa. Estaba pensando en un dia de primavera de 1966, el dia que vio Oslo por ultima vez. La niebla se extendia sobre el fiordo, y el iba a bordo del
El capitan habia asentido levemente cuando Aksel le habia expuesto la situacion, directamente y sin rodeos. Le conto que habia cumplido una larga condena y que aqui en Noruega nada parecia salir bien. Le aseguro al capitan que podia estar completamente tranquilo; Aksel Seier tenia la nacionalidad norteamericana. Le habia mostrado su pasaporte; era autentico. Lo unico que queria era hacer algo de provecho al otro lado del Atlantico, si lo dejaban.
Podia echar una mano en la cocina. Antes de que llegaran al faro de Dyna, habia pelado cuatro kilos de patatas. Despues subio a cubierta por un momento. Comprendio que se iba para siempre.
Lloro, aunque no sabia por que.
Desde entonces no habia vertido una sola lagrima, hasta ahora.
Fue corriendo hasta casa. La verja lo castigo con un cerrojo que se resistia. El cartero paro la furgoneta, saco la cabeza por la ventanilla, senalo al cerdo y se rio. Aksel salto la valla de poca altura, entro en la casa y cerro cuidadosamente la puerta tras si. Luego se acurruco en la cama. El gato chillaba ante la ventana, pero el no queria escuchar.
24
– ?Y en esto malgastais vosotros el tiempo?
Yngvar Stubo se froto la cara. Los pelos de la barba le rasparon la palma de la mano. Eran mas de las dos de la madrugada del miercoles 24 de mayo. Ante la Jefatura de Policia de Asker y Bairum se agolpaban veinticinco periodistas y casi el mismo numero de fotografos. Un par de agentes novatos los mantenian fuera del edificio de ladrillo y hacia un cuarto de hora que habian sacado las porras. Caminaban lentamente ante la entrada, de un lado a otro, mientras se golpeaban amenazadoramente la palma de la mano con la porra, como la caricatura de un policia de una pelicula de Chaplin. Los fotografos retrocedieron ligeramente. Algunos de los periodistas habian empezado a mirar el reloj. Un tipo del Dagbladet, que a Yngvar Stubo le resultaba vagamente familiar, bostezo sin el menor disimulo. Le ladro una orden a un fotografo antes de dirigirse a un Saab que estaba aparcado en un sitio indebido y subirse a el. Pero el coche se quedo parado.
Yngvar Stubo dejo caer la cortina y se volvio hacia la habitacion.
– ?Por Dios, Hermansen, ese pobre hombre nunca le ha hecho dano ni a una mosca!
– ?Y quien nos asegura que nuestro secuestrador de ninos esta fichado?