muerte. Inger Johanne noto que se le erizaba el vello de los antebrazos y se bajo las mangas del jersey.
Obviamente no pensaba ayudar a Yngvar Stubo. Los ninos secuestrados se habian convertido en los suyos propios, del mismo modo que no podia ver imagenes de los ninos hambrientos de Africa y de las prostitutas de siete anos de Tailandia sin pensar en Kristiane; siempre veia en ellos a su propia hija. Apagar la tele, cerrar el periodico. No queria ver. Johanne no queria saber nada de este caso. No queria escuchar.
En realidad, esto no era del todo cierto.
El caso la alteraba, acaparaba su atencion de un modo tan violento que se le corto la respiracion cuando, de pronto, como en una revelacion no deseada, comprendio que en realidad tenia ganas de dejarlo todo. Inger Johanne queria olvidarse de Aksel Seier, mandar a paseo su nuevo proyecto de investigacion, darle la espalda a Alvhild Sofienberg. Lo que deseaba en realidad era embarcarse en el primer avion con rumbo a casa y dejar que Isak se siguiera ocupando de Kristiane. Despues queria concentrarse en lo unico que le importaba: encontrar a esta persona, este ser que andaba por ahi secuestrando los ninos de los demas.
En realidad ya habia empezado a trabajar, solo conseguia concentrarse en otras cosas durante periodos cortos. Desde que Yngvar Stubo se puso en contacto con ella la primera vez, ella habia estado, inconscientemente, intentando formarse en la cabeza una imagen provisional del autor de los hechos, pero con miedo, con reticencias. No tenia suficiente base ni informacion. Antes de marcharse habia estado rebuscando en cajas viejas, con la excusa de ordenar. Los apuntes de su epoca de estudios en Estados Unidos estaban ahora en las estanterias lacadas de su despacho. Pero los iba a guardar en otro sitio, solo pretendia llevar a cabo una limpieza a fondo. Nada mas, se habia dicho a media voz mientras apilaba libros en grandes montones sobre la mesa.
Inger Johanne queria ante todo ayudar a Yngvar Stubo. El caso constituia un desafio. Una perla academica. Un reto intelectual. Una competicion entre ella y un delincuente desconocido. Inger Johanne sabia que se iba a dejar involucrar con demasiada facilidad, que trabajaria dia y noche, como en una agotadora carrera por determinar quien era mas fuerte, si ella o el criminal, quien era mas listo, mas rapido, mas valiente. Por determinar quien era mejor.
Se saco la nota del bolsillo, se la puso sobre las rodillas y la desarrugo. Aliso el papel con el canto de la mano y lo volvio a leer antes de romperlo de pronto en treinta y dos pedacitos que tiro al retrete.
27
Aksel Seier se levanto en cuanto amanecio, aunque llevaba toda la noche despierto. Se sentia extranamente aturdido. Se llevo las manos a las sienes y estuvo a punto de caerse cuando se levanto de la cama. El gato se restrego contra sus pantorrillas desnudas maullando suavemente, y el lo levanto en brazos y se quedo un buen rato acariciando el lomo del animal con la mirada ausente puesta en la ventana.
Hubo una persona que creyo en el. Mucho antes de que llegara esta Inger Johanne Vik con sus palabras finas e incomprensibles, hubo alguien que comprendio que no habia cometido aquel crimen por el que estaba condenado. Hubo otra mujer, en otro tiempo.
La conocio despues de que lo pusieran en libertad, en su primera y vacilante visita a un bar. Casi nueve anos sin probar el alcohol hacian lo suyo. La primera copa se le subio a la cabeza y, tras beber medio litro, se habia mareado. De camino al bano perdio el equilibrio y se golpeo la cabeza contra el canto de una mesa. La mujer que estaba alli sentada llevaba un vestido de verano de flores y olia a lilas. Como la sangre manaba sin parar, ella lo invito a su casa. «Esta a la vuelta de la esquina», le dijo con entusiasmo. Todavia faltaban muchas horas para el alba. A el no le quedo mas remedio que acompanarla. «Tienes una cara de bueno…», habia dicho ella, riendose un poco. Sus dedos le curaron la herida delicadamente con algodon y yodo que olia a rancio y que le dejo una mancha marron en la nuca. Despues le aplico una venda. Con preocupacion en la mirada, la mujer dijo que quiza deberian ir a urgencias, lo mejor seria que le dieran un par de puntos. El percibia el olor a lilas y no se queria ir. Ella lo tomo de la mano y el le conto su historia, tal como era. Apenas llevaba semana y media en libertad. Todavia era joven y confiaba en poder enderezar su vida. Le habian rechazado cuatro solicitudes de trabajo, pero seguia habiendo posibilidades. Con un poco de paciencia las cosas se irian arreglando. El era fuerte y trabajador. Ademas, habia aprendido un par de cosas utiles en la carcel.
La mujer se llamaba Eva y tenia veintitres anos. Cuando dieron las once menos cinco y el tuvo que marcharse por consideracion a la casera, Eva salio con el. Caminaron durante varias horas por las calles, lado a lado. Cuando se rozaban, Aksel notaba la piel de ella a traves de la tela del vestido. El calor de su cuerpo atravesaba la gruesa chaqueta de lana que el acabo por quitarse para ponersela a ella sobre los hombros. Ella lo escuchaba muy seria. Aseguro que le creia y lo abrazo brevemente antes de meterse corriendo en el portal de su casa. A medio camino se detuvo y rompio a reir. Se habia olvidado de devolverle la chaqueta. Empezaron a verse con frecuencia. Aksel no conseguia trabajo. Cuatro meses mas tarde comprendio que con la verdad no iba a llegar a ningun sitio, de modo que se invento un pasado en Suecia. Les contaba a los posibles empleadores que habia trabajado en Tarnaby como carpintero durante unos diez anos, y por fin consiguio trabajo como ayudante de un repartidor. Le duro tres meses. Alguien del almacen conocia a alguien que lo habia reconocido. Lo echaron ese mismo dia, pero Eva no lo abandono.
El gato salto de su regazo y el decidio marcharse de Harwichport.
No planeaba ir muy lejos, solo unas millas al norte, a Maine. Pasaria alli unicamente unos dias. Seguro que la investigadora de Noruega no tardaria en tirar la toalla. No tenia nada que hacer aqui. Aunque daba la impresion de conocer la zona, era noruega, tenia un lugar adonde volver. Cuando descubriera que el habia desaparecido, seguro que se rendiria. El no era importante. Aksel pensaba ir a Old Orchard Beach; alli Patrick llevaba un tiovivo y en verano sacaba un buen dinero. Patrick y Aksel trabaron amistad en Boston, durante los primeros tiempos de Aksel en Norteamerica, cuando trabajaba como lavaplatos en un restaurante italiano del North End. Patrick se encargo de conseguir que dejaran a su amigo enrolarse con el en un pesquero de Gloucester y, tras dos buenas temporadas, los dos se sintieron ricos. Patrick pidio un prestamo y compro el tiovivo, lo que siempre habia sonado. Aksel se gasto todos sus ahorros en la casa de Harwichport antes de que la nueva epoca de bonanza economica disparara los precios e imposibilitara que la gente normal pudiera comprarse una casa junto al mar en el cabo Cod. Los dos amigos se veian muy poco y tampoco se decian gran cosa cuando se veian, pero Aksel sabia que seria bienvenido en casa de Patrick. De eso no cabia la menor duda.
El gato solto un maullido agudo; la gatera estaba cerrada. Aksel dejo entornada la puerta del jardin y saco una maleta del fondo del armario del dormitorio.
En la comoda habia cuatro calzoncillos limpios. Los doblo con esmero y los metio en el fondo de la maleta. Cuatro pares de calcetines. Dos camisas. El jersey azul. Un par de camisetas de tirantes. No necesitaba nada mas. La maleta todavia estaba medio vacia. Aksel ajusto las gomas sobre el jersey que habia colocado encima de todo y se disponia a cerrar la cremallera, pero cambio de idea. Decidio meter tambien las cartas. Nunca antes las habia llevado consigo en sus escasos y breves viajes a Boston o a Maine. Estaban donde siempre, sobre el tablero de ajedrez que nunca se usaba porque Aksel nunca recibia visitas, en un monton atado con un cordel. Esta vez seria mejor que se las llevara.
Al fin cerro la maleta.
Con tres latas de comida para gatos metidas en una bolsa y la maleta en la otra mano, salio y cerro la puerta. La senora Davis siempre estaba despierta a estas horas. En cuanto se acerco al coche, ella se asomo a la ventana de la cocina y le comento alegremente que era un hermoso dia. Aksel levanto la vista. Quizas haria buen tiempo hoy; la senora Davis tenia razon en eso. Las gaviotas dejaban caer valvas desde el cielo y se lanzaban en picado sobre la playa para comer. Dos barcos estaban saliendo de Allen Harbor. El sol ya brillaba alto sobre el horizonte. La senora Davis, con su eterno jersey rosa, cruzo el jardin y agarro la bolsa con la comida del gato. No era suficiente, le dijo el, iba a estar fuera unos dias, ella tendria que comprar mas. El le pagaria a su regreso. ?Cuando? No lo sabia, la verdad. Tenia que visitar a alguien en el sur, en Nueva Jersey, farfullo y luego escupio. Podia llevarle un tiempo. Le agradecia mucho que le cuidara al gato mientras tanto.
– Gracias -murmuro, sin darse cuenta de que lo habia dicho en noruego.
–
La senora Davis ladeo la cabeza y se puso muy seria, como si estuviera en un funeral.