Ahora estaba intentando ser amable. A lo mejor solo querian echarle un vistazo al maldito paquete, auscultarlo con algun tipo de aparato, o averiguar de alguna otra manera si contenia una bomba. Si el respondia a sus preguntas y les dejaba hacer, seguro que le permitian irse. Ahora mismo le importaba un bledo el paquete; era capaz de dejarlo en cualquier esquina con tal de que lo dejaran marchar.
Pero ellos no tocaron el paquete.
En cambio, se oyo el sonido de sirenas que se acercaban. Cuando el conductor vio los cuatro coches patrulla y el furgon policial, comprendio que habia cometido algun error fatal. Algo en el lo impulsaba a salir pitando. «?Corre! ?Corre, joder! Lo que les importa es el paquete, no tu. ?Largate!» Despues suspiro abatido y se sono las narices con los dedos. Lo peor que le podia pasar es que lo despidieran, que tuviese algun problema con Hacienda, en el peor de los casos, pero no habia pruebas contra el.
– Que carajo, no pueden demostrar nada -murmuro para si cuando una amable agente de policia lo acompano al furgon-. Por lo menos no mas que esto.
Tres horas mas tarde, el paquete descansaba sobre una mesa, alrededor de la cual se encontraban un forense con barba de chivo, el inspector Yngvar Stubo, su ayudante en Kripos, Sigmund Berli, y dos agentes del departamento tecnico criminal. En el paquete no habia ninguna bomba, eso estaba claro. Sus dimensiones eran 134 X 30 X 45 centimetros, y pesaba treinta y un kilos. Por ahora daba la impresion de que solo habia huellas de una persona en el paquete, probablemente las del repartidor que lo habia manipulado sin guantes. Les llevaria un par de dias averiguarlo con seguridad, pero por el momento todo apostaba a que alguien habia limpiado el paquete casi clinicamente antes de que el repartidor pasara a recogerlo. Uno de los tecnicos practico en el carton un corte largo y recto, de arriba abajo, a lo largo de uno de los laterales, como si se tratara de una autopsia. El forense lo observaba con el rostro inexpresivo. El tecnico levanto una esquina del envoltorio con sumo cuidado. Dos bolitas de poliestireno cayeron al suelo. El agente abrio el paquete del todo.
Una mano infantil asomo entre el poliestireno.
Tenia el puno un poco encogido, como si acabara de soltar algo. En el pulgar se apreciaban restos de laca de unas roja, y la una estaba mordida. Un anillo dorado de bisuteria brillaba en el dedo corazon; tenia una piedra de color azul claro.
Nadie dijo nada.
Lo unico en lo que conseguia pensar Yngvar Stubo era en que le iba a tocar hablar con Lena Baardsen. Le escocian los ojos, estaba conteniendo la respiracion. Aparto con cuidado mas bolas blancas que semejaban caviar recubierto de nieve seca. El brazo quedo al descubierto. Sarah Baardsen estaba tumbada boca abajo, con las piernas ligeramente abiertas. Cuando dos de los hombres le dieron la vuelta, aparecio el mensaje. Estaba pegado con cinta adhesiva al vientre de la nina. Era un papel grande con letras rojas.
«Ahi tienes lo que te merecias.»
– En negro…, ?vale? ?Solo estaba sacandome un dinero extra!
El repartidor se sorbia los mocos, con los ojos arrasados en lagrimas.
– ?No podriais darme un pedazo de papel? ?Tengo un catarro de caballo, por si no os habeis dado cuenta!
– Yo te recomendaria que te lo tomaras con un poco de calma.
– ?Con calma! ?Llevo aqui sentado cinco horas, joder! ?Cinco horas! Y no consigo ni un panuelo, ni un abogado.
– No necesitas abogado, porque no estas detenido. Estas aqui por tu propia voluntad, para ayudarnos.
Yngvar Stubo saco su propio panuelo y se lo tendio al repartidor.
– ?Ayudaros con que?
El hombre parecia verdaderamente desesperado. Sus ojos enrojecidos evidenciaban que tenia fiebre, y le costaba respirar.
– Escuchadme, por favor -dijo-. Yo os ayudo encantado, ?pero es que ya os he contado todo lo que se! Recibi una llamada, como ya os he dicho, a mi movil privado. -Se sono los mocos con fuerza y sacudio la cabeza con desanimo-. Era para que fuera a buscar un paquete, lo iban a dejar en un portal de la calle Urte. Van a tirar el edificio, asi que la puerta del portal esta abierta. Sobre el paquete me iban a dejar una nota con la direccion de entrega y un sobre con dos mil coronas. Era una buena suma.
– Ya veo, y esto a ti te parecia fenomenal.
– Fenomenal, fenomenal… Nuestros encargos tienen que pasar por la central, y ya se que…
– No estoy pensando exactamente en eso. Estoy pensando en que un desconocido, que ni siquiera se identifica, puede conseguir que entregues un paquete con solo tentarte con un par de billetes de mil. En eso estoy pensando. Lo encuentro… bastante curioso, para serte franco.
Yngvar Stubo sonrio, y el repartidor le sonrio a su vez, forzadamente. Habia algo en este policia que no encajaba.
– ?Y si en el paquete hubiera habido una bomba? ?O drogas? -La sonrisa de Yngvar Stuba se ensancho.
– Nunca me ha pasado nada de eso.
– Vaya, nunca. Asi que esto lo haces cada dos por tres.
– No, no, no… ?No queria decir eso!
– ?Que querias decir entonces?
– Escucha… -empezo el mensajero.
– Yo te escucho todo el rato.
– Pues si, a veces acepto algun que otro encargo extra. Eso no es tan raro, todo el mundo…
– No, no todo el mundo. Casi todas las empresas de mensajeria estan organizadas de tal modo que cada mensajero lleva su propio negocio, pero BigBil no. Y tu trabajas para ellos. Cuando recibes encargos extras los estas estafando a ellos. Bueno, y a mi. A la comunidad, de alguna manera. -Yngvar Stubo solto una risita-. Pero esto, por ahora, lo vamos a dejar correr. ?Asi que no pudiste ver el numero desde el que te llamaba?
– No me acuerdo, de verdad, yo me limite a contestar la llamada.
– No te extrano que el hombre…, porque era un hombre, ?verdad?
– Si.
– ?Joven o mayor?
– No lo se.
– ?Tenia la voz aguda? ?Grave? ?Hablaba en algun dialecto?
– ?Pero si ya he respondido a todo eso! No recuerdo como tenia la voz. No me extrano gran cosa que no se identificara. ?Necesitaba el dinero! Tan sencillo como eso. Dos mil coronas de una sola vez. Dinero facil.
– ?No podrias haberte llevado el dinero y haber dejado el paquete donde estaba? -Yngvar Stubo enarco las cejas mientras se acariciaba la barbilla.
– Yo… -El mensajero estornudo. Tenia ya el panuelo empapado.
Yngvar Stubo desvio la vista.
– ?Tu que?
– Si hiciera eso, no me volverian a llamar. Para otros trabajos, quiero decir. -Habia adoptado una actitud mas sumisa. Ahora hablaba mas bajo.
– Claro. ?Asi que no eras consciente de que algo olia a chamusquina en ese encargo? ?No te parecia raro que alguien te pagase dos mil coronas para que le llevases un paquete a una direccion situada a solo tres kilometros cuando podia conseguir un transporte legal por un par de cientos? ?Estas seguro de que a tu capacidad de comprension no le pasa nada?
El policia ya no sonreia. El mensajero escondio la cara en el panuelo.
– ?Que habia en el puto paquete? -mascullo-. ?Que cono habia en el paquete?
– Creo que en realidad preferirias no saberlo -le aseguro Yngvar Stubo -. Puedes irte, ya nos pondremos en contacto contigo. Que te mejores. Te puedes quedar con el panuelo. Adios.
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