Sarah desaparecio de pronto. Cuando Emilie se desperto, estaba sola. Le dolia mucho la cabeza y, por una vez, el cuarto estaba completamente oscuro. Emilie debia de haberse quedado ciega. Permanecio un buen rato completamente quieta mirando al techo. Abria los ojos y los volvia a cerrar, una y otra vez. No notaba ninguna diferencia. Quiza veia un poco mas de luz cuando cerraba los ojos, si se fijaba bien. Aparecian puntitos danzantes ante ella. Si apretaba con fuerza los parpados, los puntos se convertian en grandes burbujas, rojas y azules y verdes. Emilie se reia y se habia quedado ciega. Queria dormir mas. Le dolia la cabeza y sonreia. Queria dormir. Luego se acordo de Sarah.

– Sarah -llamo en voz alta-. ?Donde estas?

Ella no respondio, y tampoco estaba tumbada a su lado. Bueno. En realidad en la cama no habia sitio para las dos. De todos modos, Sarah no era especialmente simpatica. Presumia mucho. Presumia y lloraba, todo el rato. No soportaba que viniera el senor. En cuanto aparecia, ella se ponia a chillar y se acurrucaba contra la pared. No entendia nada, no entendia que el senor era el que se preocupaba de que tuvieran suficiente aire. Cuando Emilie echo la sopa de tomate al vater para que el senor no se molestara porque a ella no le gustaba la comida, Sarah amenazo con chivarse.

– ?Sarah? ?Sarahsarahsarahsarah?

No, no estaba ahi.

Un torrente de luz entro por el techo e inundo de repente la habitacion. Emilie jadeo y se encogio protegiendose la cabeza con las manos. La luz se le clavaba en la cara como mil flechas. Sentia que los ojos estaban a punto de hundirsele en la cabeza y de desaparecer.

– ?Emilie?

El senor la estaba llamando. Ella queria contestar, pero no era capaz de abrir la boca, habia demasiada luz, el cuarto estaba completamente banado en un resplandor blanco. Todo era blanco, y plateado, y amarillo, una especie de purpurina que le cortaba los ojos.

– Emilie, ?estas dormida?

– Nsnooffsh…

– Me ha parecido que te haria bien pasar un rato con la luz apagada. Has dormido muy profundamente.

La voz no venia de cerca de la cama, sino de la puerta, de la puerta fria. El senor tenia miedo de que se le cerrara, como casi siempre. Rara vez entraba. Emilie dejo caer los brazos sobre el colchon. Respirar. Hacia dentro y hacia fuera. Abrir los ojos. La purpurina la deslumbro. Lo intento de nuevo. Ya no estaba ciega. Cuando volvio la cara hacia la voz, advirtio que el senor se habia arreglado.

– Vas muy elegante -comento en voz baja-. La chaqueta es muy bonita.

El senor sonrio.

– ?Tu crees? Me voy de viaje, asi que te vas a quedar sola un rato.

– El pantalon tambien esta bien.

– No pasa nada por que te quedes sola. Aqui en el rincon te dejo una buena cantidad de agua, pan, mermelada y copos de maiz.

Deposito dos bolsas en el suelo.

– Tendras que apanartelas sin leche. Se te iba a poner agria.

– Mmm.

– Si te portas bien y no te metes en lios mientras yo este fuera, te dejare subir una noche a ver la tele conmigo. Incluso te dare chucherias. El sabado, quiza. Pero solo quiza. Depende de como te portes. ?Quieres que te deje la luz encendida o apagada?

– Encendida -pidio ella inmediatamente-. Por favor.

A el se le escapo una risa rara, sonaba como la de un nino pequeno que no sabia bien de que se reia. Era como si se obligara a reir a carcajadas sin que hubiera algo que le hiciera gracia.

– Ya me imaginaba -dijo secamente y se marcho.

Emilie intento incorporarse. Esperaba que el senor no apagase la maquina del aire ahora que se iba de viaje. Sintiendose muy debil, se echo a un lado de la cama.

– No apagues la maquina del aire -lloraba-. Por favor. ?No apagues la maquina del aire!

Si hubiera sabido cual de los clavos era la camara, le habria rogado con las manos, pero como no lo sabia se limito a acercar la boca a una pequena mancha que habia en la pared, justo sobre la cama.

– Por favor -gemia, deseando con todas sus fuerzas que la mancha fuera un microfono-. Por favor, dame aire. ?Voy a ser la nina mas buena del mundo, pero no apagues el aire!

30

Los periodicos habian sacado dos ediciones especiales desde que salieron los primeros ejemplares de prensa amarilla hacia las dos de la manana del sabado 27 de mayo. Las portadas llamaron inmediatamente la atencion de Inger Johanne Vik cuando echo un vistazo a la gasolinera antes de girar hacia ICA, en Ullevaal Stadion. No era facil encontrar sitio para aparcar. Normalmente el supermercado atraia a mucha gente, sobre todo los sabados por la manana, pero ahora reinaba el caos mas absoluto. Era como si la gente no supiera que hacer. Estaba claro que no querian quedarse en casa, que tenian que salir. Buscaban la compania de otros que no tuvieran tanto miedo como ellos, que estuvieran igual de furiosos. Las madres agarraban a los ninos de la mano, los mas pequenos estaban sujetos a los cochecitos por medio de las correas. Los padres llevaban a los ninos algo mas grandes a hombros, para no correr riesgos. La gente se apinaba en grupos con personas que conocian y con extranos. Todos llevaban periodicos, y algunos iban escuchando las noticias de la radio con auriculares. Eran las doce en punto. Miraban fijamente al frente y repetian lentamente las noticias para los demas:

– La policia sigue sin tener pistas.

Luego todos suspiraban. Un suspiro colectivo, desesperanzado, recorrio el aparcamiento.

Inger Johanne se abrio paso entre el gentio. Habia salido a comprar, pues tenia la nevera vacia tras el viaje. Habia dormido mal y la ponian nerviosa los cochecitos de bebe que bloqueaban las grandes puertas automaticas. La lista de la compra se le cayo al suelo, se pego a la suela de un senor y desaparecio para siempre.

– Perdon -dijo y consiguio hacerse con un carro libre.

Por lo menos necesitaba platanos. Algo para desayunar y platanos. Leche, pan y fiambres. Algo sencillo de preparar para hoy, porque iba a estar sola, y, para manana, cuando Isak trajera a Kristiane, albondigas. Pero primero, platanos.

– Hola.

No solia ruborizarse, pero ahora notaba el calor en las mejillas. Yngvar Stubo estaba de pie frente a ella, con un racimo en la mano. «Este hombre siempre esta sonriendo -penso ella-. Ahora no deberia sonreir. No hay motivos para alegrarse.»

– No nos llamo -senalo el.

– ?Como averiguo usted donde estaba? ?En que hotel?

– Soy policia, me llevo una hora averiguarlo. Tienes una hija, no puedes irte a ninguna parte sin dejar un monton de huellas.

Stubo dejo los platanos en el carro de ella.

– ?Los queria?

– Mmm.

– Tengo que hablar con usted.

– ?Como ha sabido que estaba aqui?

– Como ha estado fuera, he supuesto que tendria que hacer la compra. Esta es la tienda mas cercana a su casa, por lo que se.

«Sabes donde compro -pensaba ella-. Has averiguado donde compro y llevas aqui un buen rato. A no ser que hayas tenido muchisima suerte. Aqui hay mil personas, podriamos no habernos cruzado. Sabes donde hago la compra y me has estado buscando.»

Agarro cuatro naranjas de una montana de fruta y las metio en una bolsa; forcejeo con ella, intentando hacer el nudo.

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