– Deje que la ayude.

Yngvar Stubo tomo la bolsa. Tenia los dedos rechonchos, pero agiles, rapidos.

– Ya esta. De verdad que tengo que hablar con usted.

– ?Aqui? -Inger Johanne abrio los brazos intentando destilar sarcasmo, cosa harto dificil de conseguir mientras su rostro siguiera del color de los tomates de la caja que habia junto a ella.

– No. ?Podriamos…? ?Quiere acompanarme al despacho? Esta en la otra punta de la ciudad, asi que si le parece mas conveniente podemos… -Stubo se encogio de hombros.

«Quieres venirte a casa conmigo -dijo Inger Johanne para sus adentros-. ?Dios, el hombre quiere venirse a casa conmigo! Kristiane esta… Vamos a estar solos. No, esto no.»

– Podriamos ir a mi casa -dijo con ligereza-. Vivo justo aqui al lado, aunque eso usted ya lo sabe.

– Deme la lista de la compra y despachemos esto en un momento. -Alargo la mano.

– No tengo lista de la compra -replico ella-. ?Que le ha hecho pensar que la tenia?

– Da usted esa impresion -respondio el dejando caer la mano-. Es usted el tipo de mujer que hace la lista de la compra, de eso estaba seguro.

– Pues se ha equivocado -repuso ella y dio media vuelta.

– Me gusta como tiene esto arreglado. Resulta muy acogedor.

El estaba de pie en medio del salon, que afortunadamente ella habia dedicado un tiempo a ordenar. Inger Johanne le indico el sofa con un gesto algo indeterminado y se sento en una butaca. Pasaron unos minutos antes de que se percatara de que estaba sentada, con la espalda muy recta, en el borde del asiento. Lentamente, para que el movimiento no fuera demasiado evidente, se inclino hacia atras.

– Ninguna causa de muerte detectable -dijo ella pausadamente-. Sarah simplemente se murio, sin mas.

– Si. Tenia un pequeno corte sobre el ojo, pero ninguna lesion interna. Una herida insignificante, al menos para ser la causa de una muerte. Era una nina sana y fuerte de ocho anos. Y esta vez el ha… El asesino, quiero decir, aunque en realidad no sabemos si es un hombre o una…

– Yo creo que puede usted referirse a el tranquilamente como asesino.

– ?Porque?

Ella se encogio de hombros.

– Para empezar, porque es mas facil que decir todo el rato «el o ella», y en segundo lugar porque estoy bastante convencida de que es un hombre. No me pregunte por que, no puedo justificarlo, quiza se trate solo de un prejuicio. En realidad me cuesta imaginarme que una mujer trate asi a unos ninos.

– ?Y quien cree usted que puede tratar de esta manera a unos ninos?

– ?Que era lo que iba usted a decir?

– Le preguntaba si…

– No, le he interrumpido. Estaba a punto de decir algo sobre que esta vez…

– Ah, si. Esta nina tambien tenia diazepam en la orina. Una cantidad muy pequena.

– ?Que sentido tiene darle un calmante a un nino?

– Pues calmarlo, diria yo. Quizas el los mantiene encerrados… en un sitio en el que no conviene que hagan ruido. Quiza tenga que dormirlos.

– Si quisiera que se durmieran, podria darles un somnifero.

– Si, pero quiza no tenga acceso a esa clase de farmacos. Quiza solo tenga… Valium.

– ?Quien tiene acceso al Valium?

– Ay, Dios… -Stubo ahogo un bostezo y sacudio bruscamente la cabeza-. Muchisima gente -suspiro-. Para empezar, todos aquellos a los que realmente se lo ha recetado el medico. Deben de ser miles de personas, por no decir decenas de miles. Luego estan los farmaceuticos, los medicos, los enfermeros… Aunque se supone que tanto los hospitales como las farmacias lo tienen controlado, se trata de cantidades tan infimas que casi no hay limites para… Podria ser simplemente cualquiera. ?Sabia que mas del sesenta por ciento de la gente abre los armarios cuando esta en un bano ajeno? Robar un par de pastillas o tres es la cosa mas sencilla del mundo. Si alguna vez conseguimos pillar a este tipo, no sera porque este en posesion de Valium o de Vival.

– Si alguna vez lo consiguen… -repitio Inger Johanne-. Que pesimista.

Yngvar Stubo se entretenia con un cochecito de juguete, deslizandolo sobre la palma de la mano. Los faros delanteros brillaban debilmente cuando las ruedas se ponian en movimiento.

– Solo le gustan los coches rojos -le explico Inger Johanne-. Me refiero a Kristiane. Ni las munecas ni los trenes, solo los coches. Los coches rojos. Los coches de bomberos, los autobuses de Londres… No sabemos por que.

– ?Que es lo que le pasa a la nina? -Stubo deposito el coche con cuidado sobre la mesa del salon. La goma de una de las ruedas se habia caido, de modo que el pequeno eje rayo la superficie de la mesa.

– No lo sabemos.

– Es mona. Es muy mona.

Daba la impresion de que lo decia de corazon, pero solo la habia visto una vez, muy brevemente.

– ?Y no han averiguado nada al investigar la entrega de…? Quiero decir, el secuestrador tiene que haber estado en el portal de la calle Urte, o haber mandado a alguien a que… ?Que saben ustedes de esto?

– Una furgoneta de reparto. ?Una furgoneta de reparto! -Yngvar poso el dedo indice sobre el techo del cochecillo y lo empujo lentamente sobre la mesa, dejando una marca fina y alargada en el cristal. Inger Johanne abrio la boca, pero al final opto por guardar silencio-. Es tan… tan descarado -prosiguio Yngvar con rabia contenida, sin darse cuenta de lo que hacia-. Evidentemente el tipo entendio que no permitiriamos que se volviera a entregar directamente el cadaver de un nino a su madre. Apostamos guardias por todas partes. Fue una equivocacion, claro. Armamos demasiado barullo. Tras el asesinato de Sarah, de pronto tambien la policia local de Oslo esta implicada en el asunto, y la relacion entre Kripos y… En fin, el caso es que tendriamos que haber sido muchisimo mas discretos, haberle puesto una trampa, o al menos haberlo intentado. El se dio cuenta de todo y recurrio a… ?un repartidor! ?Una furgoneta de reparto! En la calle Urte nadie ha visto nada raro, nadie ha oido nada, nadie ha entendido nada. Lo mas probable es que el tipo dejara alli la caja con Sarah dentro en pleno dia. Un viejo truco, hasta cierto punto…

– No hay mejor sitio para esconderse que el que esta lleno de gente -murmuro Inger Johanne-. Es una jugada inteligente. Pero no deja de ser raro, el paquete tenia que ser… -vacilo antes de anadir-: bastante grande.

– Si. Era lo suficientemente grande para que cupiese en el el cuerpo de una nina de ocho anos.

Inger Johanne se conocia lo bastante para saber que era una persona bastante previsible. Isak, por ejemplo, empezo a encontrarla bastante aburrida con el tiempo. Una vez que Kristiane estuvo fuera de peligro y la vida se torno rutinaria, el empezo a quejarse. Inger Johanne era tan poco impulsiva… «Relajate», le decia cada vez con mayor frecuencia. «Tampoco es tan grave», suspiraba cansinamente cuando ella miraba con escepticismo la pizza congelada que le calentaba a la nina cada vez que le daba pereza cocinar. Isak la encontraba aburrida. Line y el resto de las chicas coincidian hasta cierto punto con el en esto. No es que se lo dijeran directamente, al contrario, la elogiaban constantemente. Ella era tan de fiar, le decian, tan responsable, y hacia las cosas tan bien… En Inger Johanne se podia confiar, siempre. En otras palabras, era aburrida.

No le quedaba otro remedio que ser previsible; era responsable de una nina que nunca maduraria del todo.

Inger Johanne se conocia a si misma.

Esta situacion era absurda.

Habia invitado a su casa a un hombre, a un hombre al que apenas conocia. Estaba dejando que el rompiese el secreto profesional para contarle detalles de una investigacion policial que a ella no le concernia. Deberia advertirselo, darle las gracias amablemente por todo. Habia tomado una decision en la habitacion del hotel de Harwichport, cuando rompio la nota en treinta y dos trocitos y los tiro por el retrete.

– En rigor, creo que no esta bien que me cuente todo esto.

Yngvar inspiro profundamente y dejo salir el aire entre los dientes. De pronto parecio mas pequeno; quiza solo se habia hundido mas en el sofa.

– En rigor, no esta bien. Por lo menos mientras no hayamos formalizado nuestra colaboracion, pero empiezo a sospechar que no quiere dar ese paso. -Sonrio forzadamente, como si quisiera ser ironico. Acto seguido, la sonrisa se borro de su rostro y el continuo-: En rigor, este caso es un infierno. En rigor… -Volvio a aspirar violentamente-. Mi mujer y mi unica hija murieron hace poco mas de dos anos -dijo de pronto-. Supongo que

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