– Veinticinco y treinta y un anos -dijo Yngvar-. Un abanico de seis anos, no es muy amplio.
– Por otro lado se trata de mujeres con hijos pequenos, asi que la diferencia no puede ser tan grande.
– ?Crees que hay alguna conexion entre el hecho de que la madre de Emilie este muerta y el que la nina siga sin aparecer?
Yngvar suspiro profundamente y se levanto. Le echo un vistazo a los papeles y luego empezo a recoger las tazas y la cafetera.
– No tengo la menor idea. Quizas el de Emilie sea un caso aparte. Lo digo en serio, Inger Johanne, ya no puedo pensar mas.
– Creo que ahora mismo el lo esta pasando mal -dijo ella para si-. Creo que cometio algun error en Tromso. Este nino tenia que morir del mismo modo que los demas. De un modo inexplicable. Por algun motivo insondable, el hombre ha desarrollado un metodo para matar que…
– No deja huella -completo el con rabia-. Que hace que todo nuestro ejercito de supuestos buenos medicos se encoja de hombros. «Lo sentimos», dicen, «causa de la muerte desconocida.»
Inger Johanne estaba arrodillada en el suelo, completamente en silencio, con los ojos cerrados.
– No iba a ahogar a Glenn Hugo -dijo en voz baja-. No era asi como iba a suceder. Lo que lo hace disfrutar es el control que tiene sobre todo y sobre todos en esos momentos. Para el es un juego. De alguna manera siente que… que se esta resarciendo de algo. En Tromso se asusto. Perdio el control. Eso lo subleva. Quizas haga que cometa un descuido.
– Bestia -gruno Yngvar, enfurecido-. Maldita bestia.
– No desde su punto de vista -repuso Inger Johanne, aun de rodillas, sentada con el trasero sobre los talones-. Se trata de un tipo relativamente adaptado, por lo menos en apariencia. Probablemente no tiene antecedentes policiales. Esta extremadamente preocupado por el control. Lo tiene siempre todo ordenado, limpio. Lo que esta haciendo ahora lo hace porque es lo correcto. Ha perdido algo. Le han quitado algo esencial para el, algo que cree que le pertenece. Estamos buscando a una persona que se considera completamente legitimado a hacer lo que esta haciendo. El mundo se ha confabulado contra el. Todo lo que le ha ido mal en la vida ha sido por culpa de otros. No ha conseguido los trabajos que le correspondian. Cuando le ha ido mal en los examenes, ha sido porque las preguntas estaban mal formuladas. Cuando ganaba demasiado poco, era porque el jefe era un idiota que no sabia valorarlo como merecia. Pero el se lo toma con filosofia. Vive con todo eso, con las mujeres que no quieren irse con el, con el ascenso que no llega. Hasta que un dia…
– Inger Johanne…
– Hasta que un dia sucede algo que…
– ?Inger Johanne! ?Basta!
– Hasta que se colma el vaso. Hasta que ya no es capaz de seguir sobrellevando la injusticia. Hasta que le llega el turno de resarcirse.
– ?Lo digo en serio! Dejalo ya. ?Esto no son mas que especulaciones!
A Inger Johanne se le habian dormido las pantorrillas. Hizo una mueca cuando se agarro al canto de la mesa para levantarse.
– Es posible. Fuiste tu quien me pidio ayuda.
– Aqui huele mal.
Kristiane aparecio en la puerta, tapandose la nariz, y con
– Hola, tesoro. Buenos dias. Vamos a ventilar un poco mas.
– El senor huele mal.
– ?Ya lo se! -Yngvar se forzo a sonreir-. Ahora mismo me voy a ir a casa a ducharme. Gracias, Inger Johanne.
Kristiane regreso a su cuarto, seguida por el perro. Al ponerse la chaqueta, Yngvar Stubo intento ocultar las manchas de sudor de las axilas. Cuando llego a la puerta de la entrada hizo ademan de darle un abrazo a Inger Johanne, pero finalmente le tendio la mano, que estaba sorprendentemente seca y caliente. Ella continuo notando el tacto ardiente de aquella mano mucho tiempo despues de que el desapareciese tras la casa roja del final de la calle. Inger Johanne se dio cuenta de que tenia que limpiar las ventanas; habia trozos de cinta adhesiva pegados por todas partes. Ademas tenia que ponerse una venda en el menique del pie. Aunque apenas le habia prestado atencion despues de golpearselo de camino a la puerta, cinco horas antes, ahora se percato de que se le habia hinchado y de que la una casi habia desaparecido. En realidad le dolia bastante.
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35
Aunque Aksel Seier nunca era realmente feliz, algunas veces se sentia satisfecho con la existencia que llevaba. En dias como este lo asaltaba cierta sensacion de pertenencia, de que habia echado raices en Harwichport, en su casa gris de madera de cedro junto a la playa. La lluvia oscurecia el asfalto irregular de Ocean Avenue, y la camioneta bajaba lentamente, y dando tumbos, hacia la casa a la que de todos modos no estaba seguro de querer llamar hogar. El mar y el cielo gris se fundian en uno. El verde intenso de las copas de los robles que se curvaban y se juntaban en lo alto, convirtiendo parte del camino en un tunel botanico, habia palidecido. A Aksel le gustaba este tiempo. Hacia calor, y el aire que le acariciaba la cara a traves de las ventanillas abiertas se le antojaba puro, nuevo. Aparco la camioneta ante la puerta, pero permanecio un rato sentado, reclinado en el sillon. Por fin saco las llaves del contacto y salio de la furgoneta.
La banderita metalica del buzon estaba levantada. A la senora Davis no le gustaba el buzon de Aksel. El suyo se lo habia pintado Bjorn, un supuesto sueco que vendia caballitos de madera Dala falsos a los turistas de Main Street. Bjorn no hablaba sueco, y ademas tenia el pelo negro y los ojos castanos. Pero cuando pintaba solo utilizaba pintura amarilla y azul, tal como le gustaba a la senora Davis. Por tanto, su buzon quedo adornado con flores amarillas de azules tallos danzantes. El buzon de Aksel era completamente negro. La banderita habia sido roja alguna vez, pero de eso hacia ya mucho tiempo.
– ?Has vuelto! -lo saludo ella en ingles.
A veces Aksel se preguntaba si la senora Davis tendria un radar en la cocina. Si bien es cierto que ella habia enviudado hacia muchos anos, que no trabajaba -vivia del modesto seguro de vida de su marido, que habia desaparecido en el mar en 1975-, y que, por tanto, podia dedicar todo su tiempo a controlarlo todo, a vigilar a todo el mundo, en aquella pequena ciudad, su eficiencia no dejaba de impresionar a Aksel. El no recordaba haber vuelto una sola vez a casa sin que la mujer vestida de rosa lo recibiera cordialmente.
Saco una botella de una bolsa marron.
– ?Ay, cielo! ?Licor? ?Para mi, carino?
– Sirope -respondio el-. De Maine. Gracias por cuidarme al gato. ?Cuanto le debo?
La senora Davis no queria dinero, de ninguna manera. Si el habia estado muy poco tiempo fuera. ?No hacia solo cuatro dias que se habia marchado? ?Cinco? Nada, nada, habia sido un placer, un gato tan bonito y tan bien educado… Sirope de Maine. ?Muchas gracias! Un estado tan hermoso, Maine. Saludable y todavia virgen. Ella tambien deberia darse una vuelta por ahi pronto, seguramente habian pasado veinte anos desde la ultima vez que visito a su cunada que vivia en Bangor, que era directora de un colegio, una senora estupenda, aunque habia que decir que empinaba un poco el codo. Pero alla ella, desde luego no era asunto de la senora Davis. Por cierto, ?no era a Nueva Jersey adonde iba?
Aksel se encogio de hombros en un gesto que podia significar cualquier cosa. Saco la maleta de la furgoneta y se dirigio hacia la puerta de entrada.
– ?Te ha llegado correo, Aksel! ?No te olvides de echar un vistazo al buzon! Y la chica que te visito la semana pasada volvio a venir. Te dejo su tarjeta, tambien en el buzon, creo. ?Que chica tan maja! Monisima.
La senora Davis alzo la vista al cielo y entro en su casa. Las gotas de lluvia se habian posado como perlas sobre su jersey de angora y estaban alisandole el cabello por completo.
Aksel dejo la maleta en el umbral. No le gustaba que le llegara correo, siempre eran facturas. Aparte de eso solo habia una persona que le escribiera, y su correspondencia llegaba cada medio ano, en Navidad y en julio, con una regularidad matematica, desde hacia tiempo. Se volvio hacia la casa de la senora Davis, que se habia