detenido bajo el alero del tejado y le senalaba el buzon con entusiasmo. Se dio por vencido y se acerco al buzon negro en pocas zancadas. Abrio la tapa. El sobre era blanco. No contenia una factura. Se metio la carta bajo el jersey, como si se tratase de algo ilegal. Una tarjeta de visita cayo al suelo. La recogio, le echo una ojeada y se la guardo en el bolsillo de atras.

La casa olia a cerrado. Aquel olor dulzon, mezclado con el polvo, lo hizo estornudar. La nevera estaba sospechosamente silenciosa. Aksel abrio lentamente la puerta sin que se encendiera la luz sobre las seis solitarias latas de cerveza que estaban en el ultimo estante. Debajo habia un plato con estofado, cubierto de una pelicula verde y de aspecto desagradable. No hacia ni dos meses desde que Frank Malloy le habia arreglado la nevera a cambio de un cojin bordado para su mujer. Segun el, ya casi no quedaba nada que reparar, Aksel iba a tener que comprarse pronto una nevera nueva. Aksel saco una cerveza. Estaba tibia.

La carta era de Eva. El no esperaba carta de ella ahora, que solo le escribia a mediados de julio y algunos dias antes de Navidad. Asi tenia que ser. Asi habia sido siempre. Aksel se sento en la silla bajo la lampara en forma de tiburon. Abrio el sobre con un abrecartas de estano con relieves vikingos. Extrajo el papel escrito con aquella letra que conocia tan bien, poco clara y dificil de descifrar. Los renglones caian en picado hacia la derecha. Desdoblo la carta, la dejo sobre el muslo, luego se la acerco a los ojos.

Para cuando apuro las ultimas gotas de cerveza, habia conseguido leerla entera. Para estar completamente seguro, decidio releerla.

Despues se quedo sentado con la mirada perdida.

36

Por una parte, Inger Johanne se alegraba de que todos contaran con que ella llevase la tarta. Ella era de las que siempre se encargaba de las tartas, en su opinion y en la de los demas. Ella era la que se encargaba de que siempre hubiera cafe en la sala comun. Si Inger Johanne pasaba tres dias sin ir a trabajar, la nevera se vaciaba de refrescos, y en la fuente de la fruta quedaban solo un par de manzanas secas y un platano pasado. Era impensable que alguno de los que trabajaban en administracion se encargara de ese tipo de cosas; en la universidad aun quedaban restos de las actitudes sociales de los anos setenta y, en realidad, eso a ella le gustaba. Normalmente. Ahora estaba bastante irritada.

Hacia una eternidad que sabian que Fredrik cumplia cincuenta anos. Desde luego tambien el se habia encargado de recordarselo, repetidamente y en voz bastante alta. Hacia mas de tres semanas que Inger Johanne habia recaudado dinero, doscientas coronas por cabeza, y se habia ido completamente sola a los almacenes de Ferner Jakobsen a comprar un costoso jersey de cachemira para el catedratico mas esnob de la facultad. Pero de la tarta se habia olvidado. Aunque nadie se lo habia recordado, todos la miraron sorprendidos cuando volvio de la biblioteca de la universidad. Ya habian comido, sin que hubiese una tarta de nueces sobre la mesa. Nadie habia entonado canciones, ni pronunciado discursos. Fredrik estaba de un humor de perros. Los demas parecian ofendidos, como si ella hubiera traicionado a todo el mundo en un momento decisivo.

– De vez en cuando alguien podria tambien colaborar con algo -espeto Inger Johanne, cerrando la puerta de su despacho de golpe.

No era propio de ella olvidarse de algo asi. Los demas habian confiado en ella, como siempre, y ella los habia defraudado. Si se hubiera acordado del maldito cumpleanos, podria haberle pedido a Tine o a Trond que compraran la tarta. Al fin y al cabo se trataba de un cincuentenario. Tampoco podia echarle la culpa a Yngvar, aunque le hubiera robado una noche entera de sueno, pues en realidad ella estaba acostumbrada a ese tipo de cosas. Se habia habituado a ello durante los primeros anos de vida de Kristiane.

Saco la hoja de papel del bolso. La biblioteca de la universidad tenia todos los ejemplares de los periodicos locales en microfilme. Habia tardado menos de una hora en encontrar la esquela. Tenia que ser esa. Como por una ironia del destino, o quiza mas bien a causa de la sensibilidad de un maquetador que conocia bien su entorno, la esquela estaba discretamente situada en la parte inferior de la hoja, en una esquina, casi sola.

Mi querido hijo

ANDERS MOHAUG

N. 27-3-1938

Me dejo el 12 de junio.

Las exequias se han celebrado

en la intimidad.

Agnes dorothea mohaug

Por lo tanto el hombre contaba veintisiete anos cuando murio. En 1956, cuando la pequena Hedvik fue secuestrada, violada y asesinada, el tenia dieciocho.

– Dieciocho anos…

No habia ninguna necrologica. Inger Johanne habia estado buscando palabras clave, pero se habia rendido despues de examinar los periodicos de las cuatro semanas siguientes al entierro. Nadie habia tenido nada que decir sobre Anders Mohaug. La madre ni siquiera se habia visto en la necesidad de pedir que no le mandaran flores a casa.

?Cuantos anos tendria ella? Inger Johanne calculo con los dedos. Si habia alumbrado al chico a los veinticinco anos, por ejemplo, hoy tendria casi noventa. Ochenta y ocho, si es que todavia vivia. Podia ser incluso mayor, quizas el nino habia llegado muy tarde.

– Esta muerta -murmuro Inger Johanne, guardando la copia de la esquela en una carpeta de plastico.

De todos modos decidio probar. La direccion habia sido facil de encontrar, en una guia de telefonos de 1965. La operadora del servicio de informacion telefonica le habia dicho que ahora vivia otra mujer en la vieja direccion de Agnes Mohaug. Ya no existia ningun numero de telefono registrado a nombre de Agnes Mohaug, le aseguro la voz metalica del 180.

Pero quizas alguien se acordara de ella, o de su hijo. En el mejor de los casos, quizas hubiera alguien que se acordara de Anders.

Valia la pena intentarlo, y la antigua direccion de Lillestrom al menos era un punto de partida. Asi Alvhild se pondria contenta. Por alguna razon, eso de alegrar a Alvhild se habia convertido en un objetivo importante para Inger Johanne.

37

Emilie parecia haber empequenecido. Era como si hubiera encogido y eso irritaba al hombre, lo hacia apretar las mandibulas. Al oir que le rechinaban las muelas, se esforzo por relajarse. Emilie no podia quejarse del trato que recibia. Comida no le faltaba.

– ?Por que no comes? -le pregunto el con dureza.

La nina no respondio, pero al menos abrio la boca para intentarlo. Algo era algo.

– Tienes que comer.

Llevaba la bandeja inclinada y, al agacharse para dejarla en el suelo, el cuenco con sopa que sostenia se deslizo peligrosamente hacia el borde.

– ?Me prometes que te vas a comer esto?

Emilie asintio con la cabeza y se cubrio con el edredon hasta la barbilla para que el no viera lo raquitica que se habia quedado. Bien. El hombre olfateo. El olor a orina llegaba hasta la puerta. Que insalubre. Durante un momento el se planteo la posibilidad de acercarse al lavabo para comprobar si se le habia acabado el jabon. Al final decidio dejarlo correr. Lo cierto es que la nina llevaba puesta la misma ropa desde hacia ya algunas semanas, pero al fin y al cabo no era mas que una cria. Podia lavarse las bragas cuando quisiera, si es que quedaba jabon, claro.

– ?Te lavas?

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