Ella asintio con cuidado, sonriendo. Era una sonrisa curiosa la de esta nina, sumisa en cierto sentido, femenina. La cria tenia solo nueve anos y ya habia aprendido a sonreir de ese modo servil que no revelaba nada, nada mas que su falsedad. Una sonrisa de mujer. Al hombre volvieron a dolerle las mandibulas. Tenia que sobreponerse, relajarse y recuperar el dominio de si mismo que habia perdido en Tromso. Los nervios lo habian traicionado. Las cosas no habian salido tal y como las habia planeado, pero no habia sido culpa suya, sino del tiempo. No era de esperar que fuera a llover ni a hacer frio. ?Mayo! Mayo, y el nino estaba envuelto como si se hallaran en lo mas crudo del invierno. Eso no podia ser bueno. Aunque en realidad, ahora que el nino estaba muerto, daba lo mismo. El habia conseguido volver a casa, y eso era lo mas importante. Seguia teniendo el control. Inspiro profundamente y se obligo a centrarse. ?Por que tenia aqui a esta nina?
– Debes andar con cuidado -dijo en voz baja.
Odiaba el olor de la cria. El se duchaba varias veces al dia, nunca iba sin afeitar, siempre llevaba la ropa recien planchada. La madre olia como Emilie, a veces, cuando la enfermera que iba a su casa se retrasaba. El no lo soportaba. Hedor a putrefaccion humana. Olores corporales humillantes que eran consecuencia de la falta de control. Trago saliva violentamente; tenia la garganta hinchada y dolorida.
– ?Apago la luz? -dijo, retrocediendo un paso.
– ?No! -La nina seguia viva-. ?No! ?Eso no!
– Pues entonces vas a tener que comer.
De alguna manera le resultaba excitante estar ahi de pie. Habia enganchado la puerta a la pared, pero siempre cabia la posibilidad de que se cerrara si se descuidaba. Si tropezaba, por ejemplo, si perdia por un momento el equilibrio y se caia contra la puerta, el gancho se soltaria del cancamo y la puerta se cerraria. Entonces estarian perdidos. Los dos. El y la chiquilla. El hombre respiraba agitadamente. Podia entrar en el cuarto y confiar en el gancho. Era un buen apano, lo habia hecho el mismo: un cancamo atornillado a la pared, hasta el fondo, con un taco para que quedara bien fijo. Un gancho, grande y solido, no iba a soltarse solo. El hombre dio unos pasos mas hacia el interior de la habitacion.
Control.
Le habian fallado los calculos. Tuvo que ahogar al nino. No tenia que haber sucedido asi. Ciertamente no habia planeado secuestrar al nino como habia hecho con los demas; era inteligente hacer las cosas de modo diferente cada vez. Generaba confusion. No en el, claro, sino en los demas. Sabia que el nino dormia al aire libre por lo menos un par de horas al dia. Al cabo de una hora, fue demasiado tarde. No para el, sino para los demas.
Habria sido mejor que Emilie fuera un chico.
– Tengo un hijo -dijo.
– Mmm.
– Es mas joven que tu.
La nina parecia aterrorizada. El se acerco un poco mas hacia la cama. Emilie se arrimo a la pared, con los ojos desorbitados.
– Hueles que apestas -comento el lentamente-. ?No has aprendido a asearte? No te voy a dejar subir a ver la tele si apestas asi.
Ella seguia petrificada, con la vista clavada en el. Ahora la cara se le habia puesto blanca, no color piel, no rosa. Blanca.
– Tu ya eres una senorita, ?sabes?
Emilie tenia la respiracion muy acelerada. El sonrio, mas relajado.
– Come -la animo-. Lo mejor es que comas.
Despues retrocedio hacia la puerta. Sintio la frialdad del gancho contra los dedos. Con mucho cuidado lo desengancho del cancamo. Despues dejo que la puerta se cerrara lentamente entre la nina y el, puso la mano sobre el interruptor de la luz y lo invadio una enorme satisfaccion al pensar en lo previsor que habia sido al instalarlo por la parte de fuera. Apago el interruptor, que ofrecio una leve resistencia tan agradable al tacto que lo llevo a subirlo y bajarlo varias veces. Apagar y encender. Apagar y encender y apagar.
Al final dejo la luz encendida y subio a ver la television.
38
– Tenemos las listas con los nombres de todas las personas que llegaron o salieron de Tromso en avion el dia del asesinato de Glenn Hugo. La policia de Tromso esta haciendo el considerable esfuerzo de reunir los videos de todas las gasolineras que hay en trescientos kilometros a la redonda. Las companias de autobuses estan intentando confeccionar listas de sus pasajeros, cosa que es bastante mas dificil. El transbordador de la costa esta haciendo lo propio, al igual que el resto de las companias de transporte maritimo.
Sigmund Berli se rasco la nuca y se tiro del cuello de la camisa.
– Y tampoco es que haya muchas otras maneras de entrar y salir del Paris nordico. Por ahora no hemos pedido ayuda a los hoteles. Es dudoso que el tipo se haya alojado en un hotel, la verdad… Despues de quitarle la vida a un bebe, quiero decir.
– Debemos de estar hablando de… cientos de nombres.
– Cientos de miles, me temo. Los chicos estan trabajando como locos para conseguir meterlo todo en el ordenador a toda prisa. Cotejan los nombres con… -Berli contemplo el tablero de Yngvar Stubo al que habia fijado las fotos de Emilie, Kim, Sarah y Glenn Hugo, con grandes chinchetas azules. Solo Kim sonreia timidamente, los demas ninos miraban la camara con seriedad-. Los cotejan con las listas que han elaborado los padres con los nombres de toda la gente con la que han tratado o que han conocido, con la gente con la que han tenido algun contacto. Joder…, estas listas se estan volviendo absurdas, Yngvar. -Se le quebro la voz y carraspeo-. Ya se que es necesario, pero resulta tan…
– Frustrante. Toda esa cantidad de nombres y ninguna conexion entre ellos. -Yngvar bostezo largamente y se solto el cuello de la camisa-. ?Que pasa con el hombre al que vieron en…? -Cerro los ojos para concentrarse-. La calle Soltun -recordo-. El hombre vestido de azul o gris.
– No se ha presentado nadie -dijo Sigmund Berli, en un tono un poco mas animado-. Cosa que hace que el testimonio sea cada vez mas interesante. Por lo visto, el testigo tenia razon: la mujer de rojo era una vecina, ella misma dice que debio de pasar por alli, procedente de la cuesta de Langnes, sobre las tres menos diez. El chico en bicicleta tambien ha sido identificado, se ha presentado esta manana con su padre y es evidente que no tiene nada que ocultar. Ninguno de los dos ha visto ni oido nada misterioso. En cuanto al hombre que tenia prisa y queria… ?disimularlo? Ese no se ha presentado. Por lo tanto puede tratarse de…
– Nuestro hombre. -Yngvar Stubo se levanto-. Tenia entre veinticinco y treinta y cinco anos. Tenia pelo. ?Que mas?
El inspector se habia puesto de pie con la cara vuelta hacia las fotografias de los ninos. Sus ojos recorrian la serie de fotos una y otra vez.
– No mucho mas, me temo. Este testigo, no me acuerdo ahora de como se llama, por lo visto es especialmente renuente a decir nada que pueda conducir a error. Describe su modo de andar y su silueta, pero se niega a ayudar a realizar un retrato robot de la cara.
– Bastante sensato, en realidad, si piensa que no lo vio bien. ?Por que cree entonces que el hombre tenia alrededor de treinta anos?
– Por la figura, el pelo, la manera de andar. Agil, pero no joven del todo. Por la ropa. Por todo. Ademas, decir que tenia entre veinticinco y treinta y cinco tampoco es precisar demasiado.
Yngvar Stubo basculaba sobre sus tacones.
– Pero si… -De pronto giro hacia su colega-. Si no se presenta pronto alguien que encaje con la descripcion y con una buena explicacion para justificar su presencia alli ese domingo por la tarde, entonces podemos considerar que hemos avanzado un paso.
– Un paso -repitio Berli y asintio con la cabeza-. Pero tampoco mucho mas. Todo el tiempo hemos supuesto que se trataba de un hombre. En realidad podria tener entre veinte y cuarenta y cinco anos. En Noruega hay unos cuantos hombres que se encuentran en esa franja de edad. Incluso hay muchos con pelo. Aunque podria tratarse