Nadie contesto. El inspector dejo que sonara durante un buen rato, en vano. Despues probo a telefonearla a casa. Tampoco estaba alli, y a el le sorprendio la irritacion que le producia el no saber donde estaba.
39
Era evidente que la casa habia sido construida poco despues de la guerra, quizas en los anos cincuenta. Era un edificio cuadrado con cuatro apartamentos, que constaban de tres habitaciones y cocina. El terreno era bastante grande; no era la falta de espacio lo que caracterizaba a las ciudades pequenas de Noruega despues de la Segunda Guerra Mundial. Acababan de remodelar el edificio. Habian pintado las paredes de amarillo, y las tejas parecian nuevas. Inger Johanne aparco delante de la verja, tambien recien pintada. La pintura verde brillaba tanto que por un momento ella se pregunto si seguiria fresca.
Olia a bebe.
Oyo el sonido de algun que otro coche que pasaba por alli, el gorjeo de una guarderia tras una gran valla, el martilleo de una obra al otro lado de la calle, los piropos algo vulgares que los carpinteros le dedicaban a alguna transeunte, la risa repentina de una mujer proveniente de una ventana abierta. El rumor de una ciudad pequena. Se respiraba el aroma de pan horneado en casa. Inger Johanne se sintio observada al acercarse a la puerta de entrada, aunque no se imaginaba quien podia estar mirandola, que pensaba o si en realidad sus reflexiones iban mas alla de la constatacion de que habia venido una extrana, alguien que no era de aqui.
Inger Johanne Vik, nacida y criada en Oslo, poco sabia ella de ciudades pequenas y era perfectamente consciente de ello. A pesar de todo, los sitios como este tenian algo que le resultaba atractivo. Sus dimensiones abarcables. Su transparencia. La sensacion de formar parte de algo que no era muy grande ni imprevisible. Cada vez lo pensaba con mayor frecuencia: con la tecnologia informatica moderna no era en absoluto necesario que viviera en Oslo. Podia mudarse a otro sitio, mudarse al campo, a un sitio pequeno con cinco tiendas y un taller, una cafeteria con los interiores de color marron y una parada de autobus de linea, viviendas baratas y un colegio para Kristiane con solo quince alumnos por clase. Evidentemente no podia hacerlo mientras Isak y sus padres vivieran en la capital, mientras Kristiane necesitase estar rodeada por los suyos, tenerlos cerca siempre. Pero la idea estaba ahi. Sentia las miradas que la seguian desde el segundo piso de la casa amarilla, desde las grandes ventanas del chale situado al otro lado de la calle, ojos posados en ella desde detras de las persianas y las cortinas; la estaban viendo y ella era consciente de ello, cosa que le infundia una extrana seguridad.
«?Lillestrom! -penso-. Por Dios. Lo que faltaba: estoy mirando con ojos romanticos la ciudad de Lillestrom!»
Los botes en los que se recogia el dinero para la asociacion de vecinos perdieron su razon de ser cuando se instalaron los porteros automaticos. Ahora las latas colgaban sueltas de la pared y estaban manchadas de pintura amarilla. Inger Johanne tuvo que sujetar la de aquel edificio con una mano mientras llamaba a uno de los timbres con la otra. A lo lejos se oyo un estridente timbrazo que sin embargo no provoco reaccion alguna, asi que ella llamo al siguiente. La senora del segundo piso, que la habia estado espiando por la ventana de la cocina sin darse cuenta de que Inger Johanne la veia perfectamente desde la entrada de coches, asomo la cabeza.
– ?Hola?
– ?Hola! Me llamo Inger Johanne Vik, quisiera…
– ?Un momento, por favor!
La mujer bajo tranquilamente las escaleras y le dirigio una sonrisa de expectacion a Inger Johanne en el momento en que entreabrio la puerta del portal.
– ?De que se trata?
– Como le decia, me llamo Inger Johanne Vik. Soy investigadora de la Universidad de Oslo y en realidad estoy buscando a alguien que pueda saber que ha sido de una senora que vivio aqui hace tiempo. Hace bastante tiempo, a decir verdad.
– ?Como?
La mujer debia de contar mas de sesenta anos y llevaba el pelo cubierto con un panuelo de gasa. Bajo la tela traslucida, azul y verde, Inger Johanne entrevio unos grandes rulos, tambien azules y verdes.
– Yo me mude aqui en 1967 -dijo la mujer sin hacer el menor ademan de dejar pasar a Inger Johanne-, asi que quiza pueda ayudarte. ?Por quien querias preguntar?
– Por Agnes Mohaug -respondio Inger Johanne.
– Esta muerta -informo la senora con una sonrisa radiante, como si le produjera una gran satisfaccion dar noticia de algo asi-. Murio el ano que yo me mude aqui, justo despues, de hecho, vivia ahi. -La mujer alzo la mano con pereza, Inger Johanne supuso que para senalar el primer piso a la izquierda.
– ?Llego usted a conocerla?
La mujer se echo a reir y las grises raices de las muelas le brillaron contra las encias de un color rosa enfermizo.
– Creo que casi nadie conocia a Agnes Mohaug. Vivia aqui desde que se construyo la casa. En 1951, creo que fue. Pero no habia nadie que en realidad… Tenia un hijo, ?lo sabias?
– Si, estoy buscando…
– Era un poco… tontito, no se si me entiendes. Pero no llegue a conocerlo, el tambien murio. -Volvio a reirse, con una risa ronca y franca, como si la extincion de la pequena familia Mohaug le pareciera extremadamente graciosa-. El no era buena gente, segun dicen. No era bueno para nada. Pero la propia Agnes Mohaug… No creo que nadie tuviera nada malo que decir de ella. Solia estar sola. Siempre. Una historia tragica, la de aquel chico que… -La senora se callo.
– ?El chico que que? -pregunto Inger Johanne con cautela.
– No… -La mujer titubeo y se paso la mano por los rulos-. Hace ya tanto tiempo, y ademas yo no trataba mucho con Agnes Mohaug, como te he dicho. Murio pocos meses despues de que yo me mudara aqui y el hijo ya llevaba muerto varios anos. Mucho tiempo, en todo caso.
– Claro…
– Pero… -A la mujer se le ilumino el rostro. Volvia a sonreir de tal modo que daba la impresion de que su fina cara se partia en dos-. ?Llama al timbre de Hansvold, el numero 44! ?Alli!
La mujer agito la mano en direccion a una pequena casa verde, situada a unos cien metros de distancia, separada del 46 por un terreno cubierto de hierba y una valla metalica de poca altura.
– Hansvold es el que mas tiempo lleva viviendo aqui -le explico a Inger Johanne-. Debe de tener mas de ochenta anos, pero esta completamente lucido. Si esperas un momento, estare encantada de acompanarte para presentartelo… -Se inclino hacia delante con complicidad, sin abrir un milimetro mas la puerta-. Lo digo porque yo ya te conozco. Un momentito, por favor.
– No es en absoluto necesario -se apresuro a decir Inger Johanne-. Yo ya me las arreglare, pero se lo agradezco. Muchas gracias.
Para que a la senora con el panuelo de gasa no le diera tiempo a cambiarse, Inger Johanne se encamino a toda prisa hacia la puerta. Un nino pego un chillido en la guarderia. El carpintero encaramado al andamio al otro lado de la calle estaba maldiciendo y amenazaba con demandar a un senor de traje que senalaba con aire abatido una hormigonera que habia volcado. Se oyo un chirrido cuando un coche rozo por la parte de abajo un baden. Inger Johanne se asusto y metio el pie sin querer en un charco.
La pequena ciudad ya habia conseguido perder algo de su encanto.
– Pero sigo sin entender muy bien por que quiere usted saber esto.
Harald Hansvold dio unos golpecitos con una pipa en un gran cenicero de cristal, y una fina capa de tabaco quemado se esparcio por la brillante superficie. Era evidente que aquel anciano tan bien vestido tenia problemas de vision. Una pelicula gris difuminaba los contornos de una de las pupilas, y el habia dejado de usar gafas. Inger Johanne sospechaba que el hombre no veia mas que figuras borrosas en torno a si. Habia dejado que ella, una completa desconocida, fuera a la cocina por los refrescos y las galletas. Por lo demas, daba la impresion de estar sano; la mano con la que volvio a llenar la pipa de tabaco tenia el pulso firme. El hombre hablaba con voz sosegada y no le costo en absoluto recordar a Agnes Mohaug, la vecina que tenia un hijo «de mente un poco debil», como el opto por expresarlo.