abuelo paterno, uno cada sabado a las ocho de la noche, despues del bano semanal y el lavado de cabeza. Marcus junior lo bebio por primera vez el dia de su confirmacion. Sabia amargo, pero se lo trago. Los hombres bebian
Considero servirse otro, pero se contuvo.
Rolf estaba fuera. Un caballo de doma clasica tenia un dolor en la rodilla delantera derecha, y por un precio de medio millon de coronas el dueno no tenia muchas ganas de esperar hasta que la clinica abriese el 5 de enero. El horario de trabajo de Rolf era informativo en el mejor de los casos, y en el peor, era enganoso. Lo llamaban al menos dos veces por semana durante la noche, y entonces tenia que salir.
El pequeno Marcus dormia.
Los perros se habian calmado y el silencio reinaba en la casa.
Probo a encender el televisor. Una vaga inquietud le impedia decidir si debia irse a la cama o ver otra serie televisiva.
El aparato no reacciono. Golpeo el mando a distancia contra el muslo y lo probo de nuevo. No paso nada. Las pilas, posiblemente. Marcus Koll bostezo y decidio acostarse. Revisar el correo, cepillarse los dientes, irse a dormir.
Salio de la sala, cruzo el pasillo y llego al cuarto de trabajo. El ordenador estaba encendido. La carpeta de entradas del correo no tenia nada interesante. Con pereza entro en el sitio de
El titular paso con rapidez.
El dedo indice se congelo en la rueda del raton. Invirtio el movimiento recorriendo otra vez la pagina hacia arriba: «Hallan muerto a controvertido artista».
El corazon le latio mas deprisa. Sentia liviana la cabeza.
No otra vez. No un ataque mas.
No fue panico lo que lo asalto.
Se sentia fuerte. Empezo a leer despacio.
Cuando termino, desconecto el ordenador de Internet y lo apago. Saco del cajon del escritorio un pequeno destornillador.
Se puso de cuclillas en el suelo, quito cuatro tornillos de la cubierta do la maquina, la abrio y extrajo con cuidado el disco duro. Tomo otro disco de un cajon. Le fue facil instalarlo. Coloco de nuevo la cubierta, la atornillo con cuidado y puso el destornillador en su lugar. Finalmente, empujo el ordenador otra vez debajo del escritorio.
Cuando salio, llevaba consigo el disco duro que habia extraido.
Estaba totalmente despierto.
La mujer frente a las llegadas en Gardermoen se asombro de lo atenta que estaba. Habia conducido un buen trecho, ademas de haber dormido mal un par de noches. En los ultimos kilometros antes de llegar al aeropuerto, temio dormirse al volante. Sin embargo, parecia que la misma inquietud que le habia impedido dormir volvia de nuevo.
Verifico la hora por enesima vez.
El avion llegaba con retraso, segun anunciaba el cartel en el vestibulo de recepcion. El vuelo SK1442 de Copenhague debia aterrizar a las 21.50, pero no tomo pista hasta cuarenta minutos mas tarde. De eso ya hacia mas de tres cuartos de hora.
La mujer iba de aqui para alla frente a la salida de la aduana. El aeropuerto estaba en silencio, casi vacio, tan entrada la noche de sabado en visperas de Ano Nuevo. Las sillas de la pequena cafeteria en la que al llegar habia comprado un cafe y un trozo incomible de pizza tibia estaban vacias. La intranquilidad le impedia estar sentada.
Por lo general, los aeropuertos le gustaban. Cuando era mas joven, el principal aeropuerto noruego estaba en realidad en Dinamarca y el pequeno Fornebu era el aerodromo mas grande del pais, y a veces iba hasta alli los domingos, solamente para observar. Los aviones. A la gente. A los grupos de pilotos confiados y a las mujeres sonrientes que entonces todavia se llamaban azafatas y eran bellisimas; podia sentarse durante horas con su propio termo lleno de te mientras fantaseaba historias sobre las personas que iban y venian. Los aeropuertos le causaban una sensacion peculiar de curiosidad, expectativa y anoranza.
Ahora estaba inquieta, al borde de la irritacion.
Ya hacia mucho que alguien habia salido del pasillo de aduanas.
Cuando se volvio a mirar el cartel indicador, vio que ya no se leia
Marianne la habria avisado si algo se hubiese complicado.
Habria mandado un mensaje. Habria llamado. Se lo habria hecho saber.
El vuelo desde Sidney duraba mas de treinta horas, con escalas en Tokio y Copenhague. Por supuesto, podia haber sucedido algo. En uno u otro lugar. En Tokio. En Sidney, quiza. Incluso en Copenhague.
Marianne la habria avisado.
Sintio una ligera angustia en la nuca. Subitamente decidio dirigirse rapidamente hasta la entrada del pasillo de la aduana. Violar la prohibicion de adentrarse mas alla no era aconsejable. Las medidas de seguridad incorporadas en la rama de transportes despues del 11 de septiembre podian, por todo lo que ella sabia, incluir que los agentes de aduana disparasen a matar.
– Perdon -dijo en voz un poco alta, y asomo la cabeza desde detras de la pared-. ?Hay alguien ahi?
Nadie.
– Perdon -repitio, mas fuerte.
Un hombre con uniforme aparecio en la pared opuesta, cinco metros mas alla.
– Hola. ?No puede pasar por ahi!
– ?No, esta claro! Solo me preguntaba si… Espero a una persona del vuelo de Copenhague… El que aterrizo hace una hora, SK1442. Pero ella no ha aparecido. ?Podria usted…? ?Cree usted que podria ser tan superamable de verificar si hay mas pasajeros ahi dentro?
Por un momento le parecio que se iba a negar. No era su trabajo andar haciendole favores a la gente. Pero entonces accedio, se encogio de hombros y sonrio.
– Creo que no hay nadie. Espere un momento.
Desaparecio.
El telefono movil podia estar descargado.
«Por supuesto», penso, y respiro un poco aliviada. Dios sabia que era dificil, hoy en dia, hallar telefonos publicos. Y cuando uno los encontraba, era porque no tenia monedas. La mayoria, es cierto, aceptaba tarjetas de pago. Pero ahora que lo pensaba, debia de ser el movil de Marianne el que tenia problemas.
– Esta desierto. Silencioso como una tumba.
El empleado de la aduana tenia las manos en los bolsillos.
– Esperamos dos o tres vuelos mas esta noche, pero ahora no hay nadie. La cinta con los equipajes de Copenhague, tambien esta vacia.
Saco las manos de los bolsillos para unirlas en un gesto de disculpa.
– Gracias -dijo ella-. Gracias por la ayuda.
Agacho la cabeza y comenzo a caminar hacia las escaleras mecanicas que ascendian al vestibulo de salidas. Comprobo su telefono movil. Ningun mensaje. Ninguna llamada perdida. Intento llamar otra vez a Marianne, pero de inmediato le salto el mensaje automatico de respuesta. Las piernas empezaron a correr por si mismas. Las escaleras se movian demasiado lentamente y tambien las subio corriendo. Cuando llego arriba, se detuvo abruptamente.
Nunca habia visto el vestibulo de salidas tan vacio y silencioso.
Solamente detras de algun que otro mostrador, el personal de pista se aburria sentado. Dos empleados leian el periodico. Hacia el extremo sur, ella podia oir el rumor de una maquina de limpieza que flotaba despacio sobre
