Runar no recibio ni un solo regalo, todo el dinero se fue en el traje nuevo, el peluquero y el fotografo. Pero habian comido alitas de pollo y patatas fritas, y Runar habia bebido cerveza con la comida. El habia sonreido. Ella se habia reido. Mama habia olido deliciosamente a limpio.

Extrajo con indolencia la cuchara y el mechero que Runar le habia dado. Pronto se sentiria mejor. Muy pronto. Si solo sus manos fuesen un poco mas dociles…

Su mente perezosa trato de calcular cuanto tiempo habia pasado desde la muerte de Runar. ?19 + 19? No. Error. Del 19 al 19 habia treinta y un dias. O treinta. No recordaba cuantos dias hay en noviembre. Y tampoco cuantos habian pasado despues. No podia siquiera precisar que dia era hoy.

Lo unico que sabia con seguridad era que Runar habia muerto el 19 de noviembre.

Ella estaba en casa. El iba a venir. Le habia prometido que vendria. Solo tenia que ir a buscar dinero. Buscar heroina. Buscar todo lo que ella precisaba; Runar ayudaria a su hermanita, tal como siempre habia hecho.

Se demoro. Se demoro un tiempo larguisimo. Entonces llego la pasma.

Vinieron aqui. Llamaron al timbre, ridiculamente temprano por la manana. Cuando ella abrio, le dijeron que habian asaltado a Runar en el parque Sofienberg esa noche. Cuando lo encontraron tenia grandes heridas en la cabeza, y probablemente ya estaba muerto. Alguien habia llamado a una ambulancia y, de todos modos, ya estaba muerto cuando llego al hospital.

La mujer policia estaba seria y quiza trato de consolarla.

Ella solo recordaba que le pusieron un papel en la mano. El telefono y la direccion de una funeraria. Cinco dias despues se desperto tan tarde que comprendio que no llegaria al entierro.

Desde entonces la pasma no habia hecho una mierda.

No habian atrapado a nadie.

Ella no habia escuchado nada.

En cuanto vacio la jeringa en una vena detras de la rodilla, la calidez se extendio con tanta velocidad que la hizo suspirar. Se dejo caer despacio hacia atras sobre el sofa verde. Los brazos delgados como palos abrazaron el retrato de Runar. Lo ultimo que alcanzo a pensar antes de que todo se volviese una calida nube de nada fue que su hermano mayor le cedio las ultimas tres alitas de pollo el dia de su confirmacion, cuando por primera vez su mama le dio cerveza.

A la Policia no le importaban esas cosas de Runar.

Cosas como ella y Runar.

– ?Le importa algo, por lo menos?

Synnove Hessel estaba al borde de perder la compostura por primera vez en los ultimos cuarenta y cinco minutos. Se inclino hacia el policia con las manos firmemente aferradas al borde de la mesa, como si temiese estar a punto de golpear.

– Por supuesto -dijo el sin mirarla-. Pero usted seguramente entiende que debemos hacer preguntas. Si supiera cuantas personas huyen de sus vidas sin…

– ?Marianne no huyo de nada! ??Cuando entendera que no tenia ninguna razon para escaparse?!

El policia suspiro, vencido. Hojeo los papeles que tenia frente a si, antes de echar un vistazo al reloj. La pequena sala de interrogatorios estaba volviendose insoportablemente caliente. El sistema de ventilacion susurraba desde el techo, pero el termostato debia de haberse roto. Synnove Hessel se quito el jersey de Setesdal y se quedo en camiseta, para enfriarse. Entre los pechos se le dibujaba una marca oval humeda y ella sintio que sudaba bajo los brazos. Decidio no darle importancia. El policia olia peor que ella.

En todo caso, en la comisaria de Policia de Gardermoen habian sido amables. Amistosos casi, aunque no pudieron hacer otra cosa que dirigirla a su comisaria local. Lo habian sentido mucho, por supuesto, y le ofrecieron cafe. Una mujer mayor con uniforme trato de calmarla con lo que todos parecian saber: la gente desaparecia constantemente. Antes o despues, regresaban.

«Despues» era demasiado tarde para Synnove Hessel.

Ya era tarde y el viaje de regreso a Sandefjord esa misma noche habia sido un suplicio.

– Recapitulemos -propuso el policia antes de vaciar el resto de un refresco de cola.

Synnove Hessel no respondio. Ya habian recapitulado dos veces sin que ello hubiese acercado al hombre hacia un concepto realista de la situacion.

– Usted es… -Se acomodo las gafas y leyo- creadora de films documentales.

– Productora -lo corrigio ella.

– Precisamente. Entonces sabe usted mejor que muchos como es la realidad.

– Ibamos a recapitular.

– Si. Correcto. Marianne Kleive iba a Wologo…, Wolongo…

– Wolongong. Una ciudad no muy lejos de Sidney. Iba a visitar a una tia abuela. Pasaria la Navidad alli.

– Una estancia muy corta para un viaje tan largo.

– ?Como?

– Digo, solamente -intervino el hombre- que en el caso de que yo hiciese todo ese viaje hasta Australia, me quedaria mas tiempo que una semana.

– No puede decirse que eso tenga mucho que ver con el caso.

– No digo eso. No digo eso. Pero ella salio de Sandefjord el sabado 19 de diciembre, en el tren que sale…

– 12.38.

– Mm. En Oslo debia encontrarse primero con una amiga…

– Un encuentro que en todo caso se concreto. Yo lo verifique.

– Donde luego paso la noche en un hotel, para poder asi tomar su vuelo a Copenhague la manana del domingo, a las 9.30.

– Y no estuvo alli.

– ?No llego a Copenhague?

– A Gardermoen. Quiero decir, es posible que haya llegado alli, pero no subio en el avion que iba a Copenhague. Lo que nos dice que tampoco tomo el vuelo siguiente hacia Tokio y Sidney.

El policia no hizo caso del sarcasmo. Se rasco la entrepierna sin disimulo. Tomo la botella de refresco y la dejo en cuanto vio que estaba vacia.

– ?Como no descubrio usted esto antes de anoche? ?No tiene un telefono movil, esta…, esta dama suya?

– No es mi dama. Es mi pareja. De hecho, es mi mujer. Mi esposa, si lo prefiere. -El gesto del hombre expreso claramente que no lo preferia-. Y como ya le he dicho unas cuantas veces -dijo Synnove, y se inclino hacia el con el telefono movil en la mano-: ?recibi tres mensajes en el curso de una semana! Todo indicaba que Marianne estaba en Australia.

– Pero ustedes no hablaron.

– No. Como le dije, trate de llamarla dos o tres veces desde el domingo, pero no logre localizarla. Anoche lo intente, por lo menos, diez veces. Me salta directamente el contestador automatico, por lo que me imagino que debe de haberse quedado sin bateria.

– Dejeme ver los mensajes -dijo el hombre.

Synnove tecleo rapido y le entrego el telefono.

«Todo ok. Ecitante pais. Marianne.»

El hombre ni siquiera leyo de corrido, sino que reparo con asombro en que «excitante» estaba mal escrito.

– No muy… -Trato de encontrar la palabra justa antes de leer el mensaje siguiente-. No muy romantico, precisamente. «Que lo pases bien. Marianne.»

La miro por encima del borde de las gafas. El tabaco de mascar se le habia asentado en las comisuras como una costra negra y escupia pedacitos constantemente.

– ?Es normal para ustedes ser tan… breves?

Al principio Synnove se quedo muda. No sabia que contestar. La pregunta era pertinente, lo sabia, porque era justamente lo abrupto, impersonal y fuera de lo comun del mensaje lo que la habia inquietado. Sobre el primero, que llego el lunes, ella no habia pensado mucho mas. Marianne podia estar ocupada. Su tia podia ser exigente. Que sabia ella, podia haber miles de buenas razones para que un mensaje de texto fuese corto o escaso. En Nochebuena llego solamente un corto «Feliz Navidad» que le sento bastante mal. El ultimo mensaje, segun el que

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