– No vino nadie.
– ?Nadie? Pero dijiste que…
– Nadie de los que buscabamos. Nadie que…
Jugueteo con la cajita de tabaco. Ella reparo en que los dedos eran inusualmente largos y delicados, casi femeninos.
– O sea, que decidimos irnos a City. Oslo City. Pero justo cuando estabamos saliendo, llego un tipo que nos hablo en ingles. O, mas bien, hablaba en norteamericano. No estoy seguro. Norteamericano, creo.
– Bien. ?Que queria?
– Lo comun -dijo Martin con terquedad-. Pero solo que no se decidia a decirlo de una vez. Por lo menos no usaba las mismas…
– ?Como que?
– No se bien. En todo caso yo no queria irme con el. Era…
La pausa fue tan larga que Silje le hizo otra pregunta:
– ?Recuerdas como era?
– Parecia un viejo libidinoso. Ropas caras. Un poco gordo, en realidad.
– ?Que quieres decir con viejo?
– ?Por lo menos de cuarenta! Asqueroso. Como pregunton. No me gustan los viejos. Veinticinco esta bien. No mucho mas, en todo caso. Pero Hawre necesitaba el dinero mas que yo, asi que se fue con el. -Miro la botella de Coca-Cola-. Estaba vestido como para que se pudiese ver lo rico que era, ?entiende?
Silje Sorensen entendia perfectamente. Era la subinspectora de Policia mas rica del pais, tras haber heredado una fortuna cuando tenia dieciocho anos. No le afectaba mucho. Cuando eligio la academia de Policia, en principio fue para atemperar su esnobismo. Ahora ya estaba tan acostumbrada que compraba sus ropas, por lo general, en Hennes & Mauritz. Pero sabia bien lo que el queria decir, y asintio.
– ?Y desde entonces?
El levanto la mirada. Sus ojos la asustaron; la confusion por su companero muerto se habia convertido en total apatia. El muchacho se encogio de hombros y murmuro algo que ella no entendio.
– ?Que?
– No me acuerdo mucho mas de ese dia.
– Pero ?no volviste a ver a Hawre desde entonces?
No podia dejar de tocarse la herida con la lengua. Sacudio la cabeza en lugar de responder.
El informe de la autopsia preliminar mostraba que Hawre Ghani murio probablemente entre el 15 y el 25 de noviembre. Martin Setre habia visto a Hawre el 24 de noviembre, cuando desaparecio con un cliente desconocido.
– Tienes que ayudarme -dijo Silje.
El siguio sentado en silencio.
– Tengo que hacer un dibujo del hombre que se fue con Hawre. ?Puedes ayudarme con eso?
– Ok -dijo por fin el muchacho-. Si antes puedo comer algo.
– Te daremos de comer. ?Que quieres?
Por primera vez, ella vio la insinuacion de una sonrisa sobre el rostro desfigurado.
– Un bistec con cebolla y muchas patatas asadas -le contesto-. Estoy muerto de hambre.
Yngvar Stubo tosio tratando de acallar los ruidos que hacia su estomago. Apenas una hora antes habia comido una manzana y un platano, pero ya se sentia otra vez vacio. La noche de Ano Nuevo habia utilizado la balanza del bano por primera vez en dos anos. Los numeros que brillaron frente a el en el visor tenian tres cifras, y lo asustaron. Como no era posible encontrar tiempo en su ya ajustada agenda para ejercitarse de forma sistematica, tuvo que renunciar a comer. En absoluto secreto se habia enrolado en
Todavia tenia tres Kvikklunsj en el escritorio. Abrio el cajon V miro los paquetes envueltos en papel con franjas. Media tableta no podria significar mucho. Era cierto que tres dias atras habia consultado la cantidad de calorias que contenia el chocolate en
Sono el telefono.
– Yngvar Stubo -dijo mas amable que de costumbre, profundamente agradecido por la interrupcion.
– Soy Sigmund.
Sigmund Berli era amigo de Yngvar, ademas de su colega mas cercano en los ultimos casi diez anos. Estaba lejos de ser el cuchillo mas afilado en el cajon de herramientas de Kripos, pero era muy trabajador y enormemente leal. Sigmund votaba a la derecha, era hincha del Valerenga y cenaba Fjordland siete dias a la semana desde que se habia divorciado, hacia apenas un ano. El poco tiempo libre que tenia lo dedicaba a sus dos hijos, a los que adoraba. Sigmund Berli era el ancla que Yngvar tenia en las masas. Y el le estaba agradecido justamente por eso. Cada vez mas, los amigos y colegas universitarios de Inger Johanne lo obligaban a pasarse toda la comida sin pronunciar ni una palabra. Por lo comun era inutil referirles como era de veras la vida en este pais. Gracias a Sigmund Berli y a sus burdas generalizaciones, en todo caso habia fundamentos de una existencia vivida entre gente comun.
– Hallamos una pila enorme de las llamadas «cartas de odio» -dijo Sigmund.
– ?Todavia estas en Bergen?
– Si, en una caja de seguridad en la oficina de la obispo.
– ?Estas dentro de la caja de seguridad?
– Ja, ja. Las cartas. Habia una caja de seguridad ahi, de la que tuvimos conocimiento hace unos dias. La secretaria tenia un codigo, pero por lo visto no era el correcto. Un tipo de la empresa arreglo el asunto. Y habia un monton de mierda, por decirlo asi.
– ?De que se trata?
– Adivina, pues.
– No tengo ganas de jugar ahora, Sigmund.
–
– ?Hablamos de mensajes electronicos? -pregunto Yngvar-. ?O de correo normal? ?Anonimos?
– Un poco de todo. La mayoria son mensajes electronicos impresos. De esos la mayor parte son anonimos, pero tambien hay alguno que otro firmado con nombre completo. En su mayor parte es basura, Yngvar. Una cloaca, propiamente. ?Y sabes que es lo que nunca he entendido?
«Bastante», penso Yngvar.
– Como es posible que algunos pueden sentirse tan provocados por lo que la gente hace en la cama. Mira: el que entrena a mis chicos en hockey sobre hielo es maricon. Masculino y recio con los muchachos, pero increiblemente simpatico. Va a todos los entrenamientos, lo que no hacia el otro idiota que tenian antes, pese a que tenia mujer y cuatro hijos. Algunos de los padres empezaron a hacer ruido cuando el tipo salio en los diarios, ?pero ahi deberias haber visto al viejo Sigmund Berli! -La risa crepitaba en el telefono-. ?Puse las cosas en su lugar! No se puede comparar a un homo cualquiera con un jodido provocador, ?sabes? Me gane un amigo para toda la vida, con el tipo. Hemos salido a tomar cervezas un par de veces y es un chaval estupendo. Buenisimo en el hielo, tambien. Estaba en el equipo juvenil hasta que pudo. Son una caterva de homofobicos, esos.
Yngvar escuchaba con asombro creciente. Todavia sus ojos volvian al papel con franjas de los chocolates.
– ?Que pasa con las cartas?
Sigmund mastico algo.
– Disculpa -dijo con la boca llena de comida-. Debia tener algo en el estomago. ?Tienen unos bollos de canela increiblemente buenos, aqui en Bergen!
El cajon con los chocolates se cerro ruidosamente antes de que Sigmund siguiera.
– Hemos puesto un informatico a trabajar con su ordenador.
Para que encuentre el domicilio IP y esas cosas. Por supuesto tambien vamos a analizar las cartas. Me pregunto por que lo habria escondido todo junto. Tampoco presento ninguna denuncia. -La mayoria de las
