trescientos testigos».
Si algo no necesitaba durante esas primeras horas de la manana era otro terrible asesinato con el que relacionarse. De todos modos, no pudo dejar de leer por encima el articulo. La Policia no tenia todavia ninguna pista segura en el caso, por lo menos ninguna que quisiera hacer publica, pero por el momento concluia que el asesinato habia tenido lugar en el hotel. No habia nada que indicase que el cuerpo habia sido trasladado. La subinspectora Silje Sorensen aseguraba que el asesinato de la maestra de primaria Marianne Kleive, de cuarenta y dos anos, tenia la mas alta prioridad y que la investigacion avanzaria en los dias siguientes. Se daba por descontado que el caso se solucionaria, pero aclaraba que podria llevar su tiempo. Un largo tiempo.
Inger Johanne habia dejado conscientemente de seguir el asunto. Desde el momento en que hallaron el cadaver, pasaba rapido las hojas de los titulares llamativos en los tabloides y los articulos mas objetivos sobre el caso en el
No entendia bien que era lo que la forzaba a cambiar esa decision. Dejo el periodico, irritada.
Un pensamiento, un pensamiento muy pequeno, se le aparecio. No queria tenerlo.
Se puso de pie subitamente.
– No -dijo en voz alta, y entrelazo los dedos-. No.
Sin limpiar la mesa del desayuno, tropezo hasta el bano como si el ruido de sus pies contra el parque pudiese ahuyentar el germen de reconocimiento que se extendia en ella.
– Ahora mama va a cepillar el resto -dijo con voz innecesariamente fuerte y agarro el cepillo de dientes con tanta energia que Ragnhild casi se puso a llorar-. No tienes por que llorar, Ragnhild. Abre la boca.
«La senora estaba muerta.»
Inger Johanne escucho la voz de Kristiane con tanta claridad como si estuviese al lado de ella.
– Albertine -dijo Inger Johanne en voz alta-. Se referia a Albertine.
– No quiero una ninera -grito Ragnhild mordiendo el cepillo de dientes.
«La senora estaba muerta, mama.»
Kristiane lo habia dicho varias veces cuando la recogieron en Stortingsgaten, congelada y confundida, durante la boda de su tia.
– Mama -aullo Ragnhild mordiendo con fuerza-. ?Me haces dano!
– Perdon -dijo Inger Johanne, y solto el cepillo como si le quemase en la mano-. ?Perdon, mi vida, mama es muy torpe!
Cayo de rodillas y abrazo a la nina. Escondio el rostro en el cuello de la criatura y se apreto a ella.
– Ahora me asfixias -suspiro Ragnhild-. ?No puedo respirar, mama!
Inger Johanne se solto y en su lugar tomo a Ragnhild por ambos hombros. La miro directamente a los ojos y forzo una sonrisa.
– Ahora tienes que ayudarme -dijo tragando con dificultad-. ?Puedes ayudar a mama?
–
Ragnhild arrugo la frente como si alguien estuviese a punto de enganarla para hacer algo de lo que no podria escapar.
– Tu hermana Kristiane, ?a quien suele llamar «senora»? -pregunto Inger Johanne, y trato de sonreir mas ampliamente.
– A quienes no conoce -dijo Ragnhild-. Si no son hombres, claro.
– Y tambien a quienes no conoce muy bien, ?verdad?
– No…
– ?Vamos, si! Como Albertine, por ejemplo. Os cuido solamente cuatro o cinco veces. Kristiane puede llamar senora a Albertine de vez en cuando, ?no?
Ragnhild se rio con ganas. Las lagrimas brillaron en sus pestanas a la luz intensa del cuarto de bano.
– ?No seas tonta, mama! A Albertine, Kristiane la llama Albertine. Pero no tendremos ninera hoy, mama, ?verdad? Tu te vas a quedar aqui y…
«La senora estaba muerta.»
– Si, si -dijo Inger Johanne, y se incorporo-. Yo te voy a cuidar, quedate tranquila.
Ella ya no estaba alli.
No fue ella la que encontro una pastilla de fluor y la puso en la boca de Ragnhild. No fue Inger Johanne Vik la que camino con calma hasta la cocina para buscar las cajas de la comida sin siquiera mirar hacia el periodico. Cuando se acerco a la escalera en la puerta de entrada, podia sentir apenas la mano suave de la nina en la suya.
«El alma. Uno no puede ver que se va.»
La cena de Navidad.
Las palabras de Kristiane cuando hablaban de la muerte.
– Mama -dijo Ragnhild bajito una vez que se puso las botas-. Ahora me pareces muy, muy rara.
Inger Johanne no quiso contestar.
Ni siquiera tuvo ganas de sonreir.
Lukas Lysgaard se habia presentado siempre ante Yngvar como un hombre joven extremadamente serio. No tan raro, quiza, puesto que se habian encontrado en circunstancias tragicas. De todas formas el podia intuir algo meditabundo, casi melancolico, en la naturaleza de Lukas. Algo que no necesariamente tenia que ver con la muerte de su madre.
Jamas habia visto a Lukas sonreir.
Ahora le parecia un gato ahogado, y la sonrisita torcida parecia estupida.
– Hola -dijo el, alargando la mano antes de reflexionar y retraerla nuevamente-. Empapada y fria. Disculpe.
– Podemos sentarnos en mi coche. Esta caliente.
Lukas se sento, obediente.
– Bien -dijo Yngvar cuando se desplomo pesadamente en el asiento del conductor y apoyo las manos en el volante-. ?Que tipo de ejercicio era ese?
Lukas tenia todavia la sonrisita, un gesto adolescente que intentaba restar importancia a la situacion y que indicaba que no tenia la menor idea de lo que debia decir.
– No -dijo-. Solo queria… Cuando yo era pequeno…, antes de que nos mudaramos a Stavanger, lo hice algunas veces. Subir hasta alli. Para hacerme el valiente, quiza. Mi madre se aterro cuando lo descubrio. Era… divertido.
– Mmm… -asintio Yngvar-. Entiendo.
Tamborileo con los dedos en el volante.
– ?Y eso debiera aclarar el que rondando los treinta tratases de hacer lo mismo en un dia lluvioso de enero, un par de semanas despues de que tu madre haya muerto y mientras tu padre esta a punto de romperse en pedazos?
Comenzo a granizar con violencia. El martilleo sobre el vehiculo era ensordecedor. Yngvar utilizo la pausa para arrancar el vehiculo y poner la calefaccion al maximo. No habia entendido mucho de las explicaciones de uso cuando el hombre de AVIS trato de explicarselas, por lo que mantuvo el pie en el pedal del freno y acelero.
– Lukas, no tengo ganas de… -Resoplo y se volvio a medias en el estrecho asiento-. No tengo ganas de seguir tratandote como si fueses de porcelana, ?de acuerdo? -Fijo sus ojos en los de aquel hombre-. Eres un adulto, padre de tres hijos y tienes una buena educacion. Ya hace un tiempo desde que tu madre murio. A decir verdad, estoy bastante harto de que no respondas a lo que te pregunto.
– Pero ya he respondido a todo lo que usted…
– ?Callate! -rugio Yngvar inclinandose hacia el-. Se habla mucho de mi paciencia, Lukas. Algunos piensan que soy demasiado amable. Amable hasta la estupidez, dicen a veces. Pero si crees por un instante que voy a dejar que te vayas de aqui antes de que me expliques de que va todo este asunto, te equivocas de cabo a rabo.
Las ventanillas se empanaban. Lukas estaba callado.
– ?Que hacias alli arriba? -repitio Yngvar.
– Bajaba del altillo.
Yngvar golpeo tan fuerte el volante con los nudillos que este temblo.