O leer.
Quiza ver una pelicula.
Cogio el telefono y tecleo el numero de Isak sin pensarlo. El contesto de inmediato.
– Hola, soy Inger Johanne.
– Hola. -Supo que sonreia al otro extremo de la linea.
– Llamaba solo para…
– Para saber como esta Kristiane -completo el-. Lo esta pasando de maravilla. Fuimos a la piscina de Bislett, a pesar de que no se puede ir con ninos sino durante los fines de semana. Es tan tranquila que la mujer de la entrada la dejo pasar.
– ?La dejaste sola en el vestuario de mujeres?
– Si, por supuesto. ?Es demasiado grandecita para entrar en el de hombres! Ya esta a punto de desarrollar sus pechos, ?te has dado cuenta de eso? ?Tambien tiene algo de vello en el pubis! Nuestra hijita esta creciendo, Inger Johanne, y por supuesto que la mande sola al vestuario de mujeres.
Ella no contesto.
– Inger Johanne -dijo el, abatido-. ?Se maneja perfectamente! Ahora estamos preparando tacos y ella ha cocinado sola toda la carne picada, sin ninguna ayuda. Pica las verduras y colabora. Cuando esta aqui, en casa, siempre preparamos la comida juntos. Va a cumplir catorce anos, Inger Johanne. No puedes tratarla como a una criatura durante toda la vida.
«Es una criatura. La criatura mas fragil del mundo.»
– ?Hola?
– Si, si -murmuro ella-. Aqui estoy. Es fantastico que lo esteis pasando tan bien. Queria saber solamente si…
– ?Quieres hablar con ella? Esta aqui.
Se oyo un gran ruido por detras.
–
– No, dejalo. No es necesario. Pasadlo bien. Nos vemos el viernes.
– ?Nos vemos!
El colgo y ella dejo el telefono un poco descuidadamente sobre la mesa. Cuando se dirigio hacia el ventanal ya no lo hizo de puntillas. Caminaba pisando fuerte y con irritacion, sin estar segura de si el blanco de esa agresion era ella o Isak.
Seguia sin colocar cortinas.
Habia tanta nieve que la cerca que iba hacia la calle Hauges ya no se veia. Los montones levantados por los quitanieves eran enormes. La gente habia comenzado a tener problemas para recolocar la nieve que quitaban de los accesos a
Fuera no habia nadie. El frio de las ventanas le dio escalofrios. El enorme muneco de nieve que los ninos de la casa de enfrente habian levantado la semana anterior la miraba con sus ojos de carbon. Habia perdido la nariz. Los brazos hechos de ramas se erizaban a cada lado como las garras de una bruja. Sobre la cabeza llevaba un sombrero viejo y la bufanda de rojo intenso le cubria la mitad de la cara.
Le recordaba al hombre junto a la cerca.
Manana compraria las cortinas.
De pronto se le ocurrio que estaba completamente equivocada.
La angustia que tanto la consternaba desde Navidad no habia llegado con el hombre de la cerca. La sensacion de que alguien vigilaba a Kristiane no habia surgido con el extrano que aparecio para preguntarle que habia recibido como regalo de Navidad. La razon por la que ella reacciono tan violentamente esa vez era que el miedo ya estaba en ella. La busqueda del maldito costillar de cerdo y todo el follon para preparar una cena de Navidad con la que su madre estuviese satisfecha solamente lo habia desplazado.
No fue el hombre de la cerca lo que desato la angustia. La sensacion habia estado con ella desde la boda. Desde el instante en que Kristiane estaba parada en las vias del tranvia e Inger Johanne se convencio de que su hija moriria, habia sentido que su propia confusion se debia a algo mas, y aun mas grande que el hecho de que su hija hubiese estado en peligro de muerte. A pesar de todo, habia salido bien, y si ella habia estado casi fuera de si de la angustia, no podia recordar sentirse asi desde que Wencke Bencke la amenazara de manera sutil hacia ya casi cinco anos.
Inger Johanne corrio hacia el ordenador y lo encendio.
Parecio que transcurria una eternidad hasta que aparecio la pagina de inicio, y cuando tecleo en el campo de busqueda de Google el nombre de la mundialmente conocida autora de novelas policiacas, lo tecleo erroneamente cuatro veces hasta que logro escribirlo correctamente. 26.900 enlaces. Intento limitar la busqueda. Lo unico que queria saber era si la escritora vivia todavia en Nueva Zelanda.
Wencke Bencke se habia escapado, a pesar de ser una asesina. Con sangre fria, y sin que por una vez Inger Johanne hubiese entendido completamente sus motivos, le habia quitado la vida a una serie de personajes conocidos a lo largo del invierno y la primavera de 2004. Inger Johanne habia ayudado a Yngvar y a Sigmund en la profunda investigacion, que nunca los llevo mas alla de la conviccion de que Bencke era culpable. No pudieron probar nada. La celebre autora la habia encontrado un precioso dia de primavera, una vez que parecio claro que nunca atraparian al asesino. Inger Johanne estaba fuera y llevaba a Ragnhild, recien nacida, en su cochecito cuando Wencke Benck tranquila y con una sonrisa, reconocio su culpabilidad. No de forma que pudiese considerarse valida en un juicio, pero lo suficientemente clara para Inger Johanne. La amenaza velada que dejo tras ella cuando se separaron bajo el sol primaveral tambien fue artificiosa, pero no mas ambigua que lo necesario para asustar seriamente a Inger Johanne. El miedo no desaparecio hasta que la autora se caso con un maori quince anos mas joven que ella al ano siguiente y emigro a Nueva Zelanda. Volvia a Noruega solo por el lanzamiento de sus libros, algo que habia hecho que Inger Johanne evitase consecuentemente las paginas culturales de los periodicos durante gran parte del otono.
Ahi.
Un titular del
Wencke Bencke bajo el sol, junto a unas ovejas. Ella y su marido habian comprado una granja en Te Anau. El ultimo otono no habia vuelto a casa ni siquiera para promocionar su ultimo libro. En cambio, el
«Mi casa ahora es aqui -dice la mundialmente famosa escritora, y nos ensena con orgullo el enorme rebano-. Escribo mejor aqui. Vivo mejor. Aqui me he de quedar.»
Inger Johanne respiro un poco mas aliviada.
Esto no tenia nada que ver con Wencke Bencke.
La angustia que sufria ahora habia aparecido el 19 de diciembre, la misma noche que mataron a Marianne Kleive. Inger Johanne parpadeo, y vio el numero 19 como un aguafuerte brillante en el reverso de los parpados.
El maldito numero 19.
Abrio de nuevo los ojos y fijo la vista en el vacio.
Sono el telefono.
A Eva Karin Lysgaard la asesinaron el 24 de diciembre.
Niclas Winter, acerca de quien habia leido la noche anterior, el 27.
Murio. No lo mataron. Murio de una sobredosis.
El telefono no se rendia. Lo cogio. Era Yngvar.
19, 24 y 27.
La combinacion de los digitos llevaba a 25.
Suministrar una sobredosis a un adicto era una forma conocida de disimular un asesinato.
El telefono quedo en silencio. Segundos mas tarde, volvio a sonar.
– Hola -dijo iniciando la conversacion mientras se llevaba el aparato a la oreja.