– Necesito… hablar con alguien de confianza en la Policia de Oslo. Alguien que trabaje en la rama de Violencia y Delitos contra la Moral, en lo posible. Mejor si tiene cierta jerarquia.

– Yo hace seis anos que…

– Ya lo se. Pero yo…

– ?Por que me preguntas a mi? ?Yngvar no puede ayudarte?

Inger Johanne compro tiempo bebiendo un poco de cafe.

– Como te dije, esta en Bergen -dijo al final.

– Hay telefonos…

– Si, pero…

– ?Es algo con Kristiane?

Hanne se rio. Se rio de veras, penso Inger Johanne con asombro creciente.

– No exactamente, pero…

«Si», penso.

«No quiero hablar todavia con Yngvar. No quiero que me hagan preguntas criticas. Me niego a afrontar las objeciones y los escrupulos. Hay que proteger a Kristiane mientras sea posible. Antes tengo que solucionar esto yo misma.»

– Es tan facil para el creer que soy un poco…

– ?Un poco histerica? -Otra vez la risa liviana, inusual-. Un poco demasiado ansiosa por creer que algo no fue mal entendido -profundizo Hanne-. ?Es eso?

– Quiza.

– Silje Sorensen.

– ?Que? ?Quien?

– Debes hablar con Silje Sorensen. Si alguien puede ayudarte, es ella. Ahora debo colgar. Estoy ocupada.

– ?Ocupada?

La idea de que Hanne Wilhelmsen pudiese estar ocupada durante su exilio voluntario en un apartamento de lujo en el lado oeste de la ciudad era un absurdo.

– He empezado a trabajar un poco -aclaro ella.

– ?Trabajar?

– Tienes una manera peculiar de hablar por telefono, Inger Johanne. Una sola palabra entre interrogantes. Si, empece a trabajar. Para mi. En pequena escala.

– ?Con… que?

– Pasate un dia, asi hablamos. Pero ahora debo colgar. Llama a Silje Sorensen. Hasta luego.

El telefono quedo mudo. Inger Johanne no podia creer del todo lo que habia escuchado.

Su amistad con Hanne Wilhelmsen habia comenzado con una casualidad. Inger Johanne precisaba ayuda con uno de sus proyectos y habia buscado a la inspectora jubilada y retraida. Por raro que parezca, se habia sentido bienvenida. No se veian a menudo, pero con los anos habian desarrollado una amistad silenciosa y alerta, completamente exenta de poses y obligaciones.

Inger Johanne no habia oido jamas expresarse asi a Hanne como en esta ocasion.

Se sorprendio tanto que ni siquiera pregunto mas acerca de quien era Silje Sorensen. Le irritaba, hasta que cayo en cuenta que habia leido algo sobre ella en los periodicos. Era la responsable de la investigacion del asesinato de Marianne Kleive.

No podia haber sido mejor.

Probablemente era todavia demasiado temprano como para encontrarla. Yngvar no llegaba casi nunca al trabajo antes de las ocho y media, y ella se imagino que lo mismo sucedia con los superiores en el distrito policial de Oslo.

Con la taza de cafe entre ambas manos, se quedo sentada y espero la luz del dia mientras pensaba sobre que diantres podia haber sucedido con Hanne Wilhelmsen.

– ?Que ha pasado? -susurro Astrid Tomte Lysgaard cuando abrio la puerta y vio a Lukas alli fuera.

Eran solo las once; el debia de estar en el trabajo. Tenia el aspecto de alguien que ha recibido la noticia de una nueva muerte.

– Estoy enfermo -dijo Lukas casi tropezando en la entrada-. La garganta. Fiebre. Tengo que acostarme.

– Me has asustado -dijo Astrid llevandose su delgada mano al corazon antes de extenderla para acariciarle la mejilla-. Parece que has visto un fantasma.

– Solo estoy enfermo -contesto el, de mal humor, y se aparto de su mujer-. Me siento absolutamente miserable.

– Eso pasa cuando pasas toda la noche fuera. Con este clima. Seguramente has cogido algo.

Ni siquiera la miro cuando se adentro en la sala. Le venia bien que ella le echase la culpa al trabajo nocturno en el frio garaje. Tenia pocas ganas de contarle nada acerca de la estupida aventura en la casa de su padre bajo la lluvia gelida de enero. Aun menos necesidad sentia de comentarle que habia estado sentado mas de un cuarto de hora en un automovil casi tibio para ser examinado por Yngvar Stubo, empapado y muerto de frio.

– ?Tenemos Paracet? -se quejo-. ?Y Coca-Cola?

– Las dos cosas. Compre Paracet ayer, despues de… -Ella se interrumpio-. Hay Coca-Cola en la nevera -dijo-. Encontraras Paracet en el armario del bano. ?Quieres que te llene una bolsa de agua caliente?

– Si eres tan amable. Me siento completamente…

No era necesario describir su estado con mayor detalle. Sus ojos estaban rojos y tenia la piel mas palida de lo que la estacion del ano podia justificar. Las fosas nasales estaban lastimadas y humedas, y tenia los labios cubiertos de laminas de piel seca. Sobre las comisuras se habia depositado una capa gruesa y blanca, y cuando ella se acerco a el para darle un vaso, sintio el aliento desagradable que escapaba de su boca.

– Eres muy poco habil para enfermarte, Lukas.

Ella sonrio con cautela.

La espalda de su marido proclamaba obstinacion cuando se arrastro hacia la escalera que subia al segundo piso.

Ella lo siguio hasta el bano. Mientras el maniobraba con la cerradura del botiquin, ella dejo correr el agua para calentarla al maximo antes de llenar la bolsa.

– Sinceramente -dijo ella-, no te estas muriendo, Lukas. Debes sobreponerte.

Sin contestar, el saco tres pildoras del envase, se las metio en la boca y se las trago junto con media botella de Coca-Cola. La cara se le contrajo con una mueca del dolor que le producia tragar. Comenzo a desvestirse mientras caminaba, y las ropas quedaron en el suelo detras de el, como mojones que marcaran la entrada al fresco dormitorio. Alli se arrojo sobre la cama como si hubiese agotado sus ultimos esfuerzos, se cubrio hasta la garganta con la colcha y se dio la vuelta.

– Aqui tienes la bolsa de agua caliente -dijo ella-. ?Donde la quieres?

El no contesto.

– Lukas -dijo ella dudando-. Hay algo de lo que quisiera hablar contigo.

El dia anterior, ella habia ardido por dentro con la duda de quien era la mujer del retrato que estaba guardado en el cajon. Habia estado varias veces a punto de preguntar. Simplemente, las circunstancias se lo habian impedido. Todo el tiempo. Los ninos. La cena. Las tareas del colegio. El garaje. Cuando por fin estuvieron ellos dos solos y ya eran mas de las diez y media, Lukas quiso ver a toda costa un programa de television sobre un negocio de tatuajes en Los Angeles. Ella se habia ido a acostar y se durmio antes de que el la siguiese.

Hoy pensaba que deberia haberle preguntado de todas maneras. En el fondo, habia permitido que cualquier cosa se interpusiese porque estaba avergonzada de haber abierto su cajon sin permiso. Ahora estaba enfadada consigo misma. No tenia por que sentirse abochornada; buscar medicinas que estaban razonablemente guardadas bajo llave estaba bien dentro de lo que podia permitirse.

– Me siento tan mal -gimio Lukas desde debajo del nordico.

– Solo quiero preguntarte una cosa -dijo ella un poco mas decidida.

– Ehh… ?Estoy a punto de perder la voz, Astrid! ?Me puedes traer leche con miel? ?Por favor?

Se quedo quieta un rato discerniendo que era lo que sentia.

«Agotamiento», penso. «Irritacion», quiza.

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