– ?Cuando?
– Al dia siguiente del asesinato. Cuando Stubo vino la primera vez, se equivoco y entro en el cuarto de mi madre; unos dias despues noto que el retrato ya no estaba.
Cogio un manojo de servilletas de papel de un servilletero que habia puesto sobre la mesa de noche y se soplo la nariz, larga y profundamente.
– ?Como lo obtuviste? -pregunto ella-. ?Si fue Erik quien lo guardo…?
– Es una larga historia -dijo el agitando las servilletas sucias-. Y ahora tengo que dormir, Astrid. En serio. De veras que me siento absolutamente mal.
Ella permanecio sentada. El viento soplaba tan fuerte a traves de la puerta abierta que los periodicos sobre la mesita de noche temblaban. Habia comenzado a llover otra vez y el ruido de las grandes gotas contra el suelo del balcon hizo que ella elevase la voz cuando dio dos palmadas sobre la colcha y dijo:
– De acuerdo. Pero tenemos que hablar mas sobre esto.
El se escabullo otra vez bajo la colcha y le volvio la espalda.
– ?Puedes cerrar la puerta?
– Si -contesto ella.
La madera del marco se habia hinchado durante el eterno periodo de las lluvias y era imposible cerrar del todo la puerta del balcon. La dejo entornada y salio de la habitacion con los pantalones sucios y los calcetines de Lukas bajo el brazo.
El telefono sono en el piso de abajo.
Fue casi como si desease que fuera Yngvar Stubo quien llamara.
– ?Ha hablado usted con su marido sobre…? ?Sabe Yngvar Stubo esto?
Silje Sorensen habia escuchado a Inger Johanne durante casi tres cuartos de hora. Aqui y alla habia anotado algo, y en ciertas ocasiones le habia hecho una o dos preguntas. El resto del tiempo la habia escuchado, con tension creciente. Bastante inmersa en el riguroso e increible relato, un ligero rubor se habia extendido en torno a su garganta. Ahora Inger Johanne podia ver claramente como le latia el pulso en la base del cuello.
– No -admitio Inger Johanne tras una pausa casi imperceptible-. Esta en Bergen, por el momento.
– Eso habia entendido, pero esto es realmente… -Silje se peino el cabello con los dedos. El diamante brillo-. Dejeme ver si logro resumirlo correctamente.
Una pluma azul se balanceaba entre sus dedos corazon e indice.
– The 25'ers es… -comenzo-, por lo tanto, una organizacion de la que se sabe muy poco. Usted piensa que vinieron a Noruega, por razones que desconoce, y comenzaron a matar homosexuales o simpatizantes segun un calendario aproximadamente fijo basado en los numeros 19, 24 y 27, que deben ser respectivamente un numero criptico en relacion con el Coran y dos versiculos biblicos de la carta de san Pablo a los romanos.
Levanto la vista de sus notas.
– Si -dijo Inger Johanne, docil.
– ?Se da cuenta de lo absurdo que suena todo esto?
– Si.
– ?No se pregunta por que estoy aqui sentada escuchandola durante ya casi… -echo una mirada a su reloj de pulsera Omega de oro y acero- una hora?
– Si.
Inger Johanne se sento otra vez sobre sus manos. Se arrepentia. Por supuesto, era Yngvar con quien debia de haber hablado. Yngvar, que la conocia y sabia de lo que ella era capaz y como pensaba. Ahora estaba sudando y se sentia mas desgarbada que nunca en compania de aquella policia de unas largas y que lucia un cabello que un peluquero debia de haber peinado esa misma manana.
Silje Sorensen se habia puesto de pie.
Abrio un cajon del escritorio. Era tan bajita que casi ni precisaba agacharse. Se le ocurrio que debio de haber sido dificil pare ella satisfacer los requisitos de ingreso a la Academia de Policia. Se quedo de pie un momento en silencio, buscando algo. Inger Johanne no podia ver de que se trataba desde su asiento. El cajon se cerro otra vez con un ruido y Silje Sorensen camino hasta la ventana.
– El 27 de diciembre no tiene usted ningun asesinato -dijo dandole la espalda-. Es solamente algo por lo que usted apuesta, que este…
La pausa duro tanto que Inger Johanne murmuro.
– Niclas Winter.
– Que este Niclas Winter fuera asesinado, y que no murio por una sobredosis.
Inger Johanne se pregunto si debia irse. Su bolso yacia a sus pies, a medio abrir, y podia ver que habia tres llamadas perdidas en su movil.
– Por otro lado… -dijo Silje Sorensen de manera tan repentina y en voz tan alta que Inger Johanne se sobresalto-, la experiencia de los norteamericanos apunta a que solo matan a homosexuales y no a simpatizantes, ?no es asi?
– Pero saben tan poco sobre ellos, y tienen…
– ?Tiene usted alguna idea sobre si se sienten atados a las fechas?
– ?Si! -Inger Johanne casi grito-. Llame a mi… -Se contuvo, ya tenia suficientes problemas de credibilidad como para aumentarlos haciendo referencia a una amiga-. Llame a la abogada Winslow en APLC -se corrigio-. Esa oficina de la que le hable.
Era cierto. Camino de la Central de Policia, Inger Johanne sintio la necesidad de hacerse con mas argumentos para su magra historia y llamo a Karin a los Estados Unidos. En cuanto su amiga respondio la llamada, Inger Johanne comprendio que todavia era de noche en Alabama. No tenia ninguna importancia, le aseguro Karin, puesto que ella todavia tenia los horarios desfasados.
– Como dije, los que descubrieron el origen del nombre The 25'ers son especialistas en numerologia. Por supuesto que tuvieron algo de donde partir. Algo en torno de lo que pudieron teorizar. Los seis asesinatos que por el momento se relacionan con esta organizacion se realizaron el 19, el 24 o el 27. Eso me dijo la abogada Winslow. -Se seco bajo la nariz y agrego, con cierto embarazo-: Ahora. Durante la manana.
Silje Sorensen camino nuevamente hasta el escritorio. Abrio el cajon. Miro dentro de el.
De pronto se sento. El cajon continuo abierto.
– Si usted hubiese venido hace una semana -dijo-, la hubiese despedido amablemente despues de cinco minutos. Si no lo he hecho ahora, es porque… -Se miraron. Inger Johanne se mordio los labios-. No se si es muy correcto que yo le diga esto -dudo Silje sin apartar su mirada de la de ella-. Usted no tiene ninguna relacion con la Policia. Formalmente, quiero decir.
Inger Johanne guardo silencio.
– Por otro lado, supongo que usted tiene mayor o menor consentimiento de las autoridades relevantes en relacion con esta investigacion suya. Imagino que obtuvo una autorizacion para acceder a nuestros casos penales, por lo menos a aquellos sobre los que sospechamos que se vinculan con crimenes de odio.
Inger Johanne abrio la boca para protestar. Silje levanto la mano en un gesto de desaprobacion.
– ?«Imagino», he dicho! No tengo pensado preguntarselo. Simplemente le cuento lo que imagino. Asi puedo mostrarle esto.
Saco del cajon abierto una hoja. Todavia sentada, la observo por un momento antes de pasarsela por encima del escritorio, repleto pero bien ordenado.
Ella la cogio y se puso bien las gafas.
La hoja tenia tres nombres y tres fechas.
Reconozco el nombre de Marianne Kleive -dijo ella-. Pero de estos otros dos no tengo ni idea…
– Runar Hansen -la interrumpio Silje-. Muerto a golpes en el parque Sofienberg el 19 de noviembre. Hawre Ghani. Solicitante de asilo menor de edad que…
– El parque Sofienberg -interrumpio Inger Johanne-. ?Lado este u oeste?
– Este -dijo Silje con una sonrisa casi imperceptible-. Y de Hawre Ghani…, es probable que usted haya oido hablar de un cadaver que rescatamos de la bahia el ultimo domingo de Adviento.
Inger Johanne tenia la boca seca. Busco con la mirada algo para beber, pero una capa marron y solida en la taza era lo unico que quedaba del cacao.
– Era -dijo Silje, y tomo aliento en un gesto artificial-, entre otras cosas, un prostituto.
– Tengo que beber algo -solto Inger Johanne.