Se acercaba a Svinesund. Faltaban diez minutos para las cinco.
Su intencion era conducir hasta Copenhague y entregar alli el coche en las oficinas de Avis en Kampmannsgade. Luego caminaria unas calles antes de pedirle a un taxista que lo llevara a un lugar razonable para dormir, en las afueras. De todos modos iba demasiado retrasado como para alcanzar el ultimo vuelo a Londres. Habia abandonado las ropas oscuras. Le habia llevado mas de dos horas cortarlas en tiras, que luego dividio en pequenos montoncitos que metio en los bolsillos de la llamativa cazadora roja. Parecia mas gordo, lo que le convenia. En el plazo de casi una hora se habia desembarazado de un retazo aqui y otro alla, en los contenedores publicos de basura que encontro en su recorrido por Oslo.
La partida habia llegado abruptamente.
No hablaba mucho noruego, no mas de lo necesario como para enviar simples mensajes de texto. De todos modos, una mirada durante la manana al escaparate del pequeno mostrador de la entrada le habia hecho comprender que las cosas apremiaban. No es que hiciese nada precipitadamente, pero las instrucciones eran claras.
A buen seguro los otros ya estaban tambien saliendo del pais. El no sabia como, pero como un mero pasatiempo durante las noches disenaba rutas alternativas. Solo en su cabeza, por supuesto. No habia un solo pedazo de papel en Noruega con su caligrafia, a no ser por las firmas distorsionadas en los recibos de su tarjeta Visa, que era de por si legitima, pero que estaba extendida a un nombre falso. El frio noruego habia sido una bendicion. Procuraba firmar cuando tenia el abrigo puesto, de manera que no pareciera extrano que llevara puestos los estrechos guantes de piel de jabali.
Los que debian estar en Bergen (aunque tal vez fuera solo uno) tenian, por ejemplo, que conducir hasta Stavanger, en su opinion, para tomar desde alli un avion hasta Amsterdam. Pero especular sobre los viajes de regreso de los otros no era asunto suyo, como tampoco lo era saber quienes eran los demas.
Habia actuado solo, pero sabia que no lo estaba.
Aprendio a dejar huellas falsas y a ocultar las propias. Se mantenia alejado de las camaras de vigilancia en la medida que le era posible. Cuando en alguna ocasion poco comun debia moverse dentro de una zona vigilada, procuraba alterar su modo de andar, abultar un poco los labios, agrandar las fosas nasales. Y mirar hacia abajo.
Ademas tenia una bienaventurada apariencia comun.
Frente a el estaba el puente de Svinesund. Aqui no habia barreras, no habia controles. Es cierto que habia una estacion de peaje al otro lado del camino, donde una grua se estaba llevando un coche, pero a el nadie le pidio la documentacion. Cuando en mitad del alto puente cruzo la linea imaginaria que separa Noruega de Suecia, sonrio.
Escandinavos ingenuos. Estupidos e ingenuos europeos. Le habian asignado aquella tarea porque entre otras cosas habia asistido a un curso de idiomas escandinavos en la academia militar, pero nunca habia estado alli. Y no tenia ganas de repetir.
Siguio conduciendo durante casi un cuarto de hora. Salio de la ruta en una desviacion suave. El camino era estrecho y poco transitado, y no paso mucho antes de que apareciera un pequeno sendero sobre la derecha. Despacio, dejo que el automovil avanzara cien metros por entre los troncos de los abetos antes de detenerlo y apagar el motor. A pesar del espeso bosque, la nieve era bastante profunda, y solo una huella de tractor reciente le habia permitido entrar conduciendo por el pequeno sendero.
Salio.
Hacia frio, pero casi no habia viento.
Aspiro el aire puro y limpio, y sonrio. Cuando levanto la vista, pudo ver las estrellas y un pedazo de la luna decreciente entre dos copas de arbol que ondeaban suavemente.
Cerro los ojos y apoyo los antebrazos sobre el techo del coche antes de descansar la cabeza sobre las manos entrelazadas.
–
La calidez conocida le subio por el cuerpo, como una embriaguez, y susurro una plegaria:
– Gracias por haberme dado fuerzas para cumplir tu encargo, dulce Senor. Gracias por haberme dado energia y voluntad para satisfacer tus ordenes. Gracias por dejarme ser un instrumento en la lucha contra la oscuridad de Satan. Gracias por haberme dado entendimiento para separar lo bueno de lo malo, lo positivo de lo perfido, lo verdadero de lo falso. Gracias porque me castigas como merezco y me recompensas cuando lo merezco. Gracias por… -Dudo un momento. Apreto las manos entrelazadas todavia con mas fuerza y cerro de nuevo los ojos apasionadamente-. Gracias porque pude evitar lastimar a esa nina preciosa, ese angel puro de inocencia. Gracias, oh, Senor, porque me has hecho sentir otra vez la cercania de Jesus. Porque todo es tuyo, y la pureza es la meta. Amen.
Levanto despacio el rostro hacia el cielo. El poder que lo atravesaba le produjo escalofrios, era casi como si se hiciese etereo. Un pajaro volo desde una rama nevada que se extendia hacia dentro del sendero emitiendo un graznido desagradable al desaparecer con rumbo al cielo negro. El hombre enderezo la espalda, aspiro el olor del frio y los abetos y extrajo un pequeno trebol rojo de metal esmaltado. Se enfundo las manos en un par de guantes que habia encontrado en la estacion de Nationaltheatret y froto bien la insignia antes de tomar impulso y arrojarla entre los arboles. Cuando se sento de nuevo en el coche, se sentia feliz.
Purificado.
Hubo de retroceder los cien metros hasta el camino rural, pero no tuvo problemas. Quince minutos mas tarde estaba otra vez en la E6, en direccion a Gotemburgo. Al cabo de dos dias estaria de regreso en los Estados Unidos, y no habria quedado una sola huella de el en Noruega.
De eso estaba seguro.
– Esta es la pista mas segura que tenemos.
Yngvar se recosto en el sofa y sostuvo el retrato del salvador de Kristiane frente a si.
– Pero no es poco.
Inger Johanne se acurruco mas contra su marido. El olia a largo dia de trabajo, y ella apreto la nariz contra su brazo y aspiro profundamente.
– Gracias por no estar ya tan enfadado -murmuro.
El no respondio.
– ?O lo estas?
Ella sonrio debilmente y levanto la vista hacia el.
– No, solo estoy… decepcionado. Mas que nada, decepcionado.
– Ahora parece que estuvieras reprendiendo a una cria.
– De alguna manera, es lo que estoy haciendo.
Ella se enderezo con brusquedad.
– ?Desde luego, Yngvar! Ya te he dicho que lo siento. Debi haber acudido antes a ti. ?Es solo que tu… eres siempre tan… esceptico! Pense que pondrias en duda toda mi teoria, y…
– ?Dejalo ya! -la interrumpio el con un movimiento impaciente de la mano-. Lo hecho, hecho esta. Por lo que parece, fue una suerte que contactases con Silje Sorensen.
Ella sonrio, con la esperanza de que el le devolviese el gesto.
No sucedio. Yngvar se rasco la cabeza con ambas manos y resoplo desanimado. Luego recogio otra vez el retrato del hombre calvo con ropas oscuras. Lo inspecciono un rato largo antes de decir subitamente:
– Sabes que tengo una buena relacion con Isak. Por supuesto que puede quedarse aqui. Sin embargo, no entiendo que lo utilices como un escudo contra mi, y que lo tengas aqui sentado esperando a que yo regrese al cabo de varios dias de trabajo fuera de la ciudad, cuando no nos hemos hablado desde hace mas de treinta horas y tenemos, por decirlo suavemente, mucho… de que hablar. Esto no debe suceder otra vez.
– ?Pero no me ibas a creer! ?Tengo esta mala sensacion desde el 19 de diciembre y no me he animado a contarlo, ni a ti ni a Isak! La conversacion que tuve el lunes con Kristiane, cuando entendi que ella era una testigo central, fue tan vaga, tan poco… verbal que yo… Cuando Isak me conto que el tambien… ?No me hubieses creido, Yngvar!
– No es cuestion de creer o no creer, Inger Johanne. Por supuesto que no tengo problemas en creer que tu, y luego Isak, habeis tenido la sensacion de que alguien observa a Kristiane. O en que tu creas que Kristiane vio algo