– Es el tuyo -dijo somnolienta-. Responde. O apagalo.
Yngvar se incorporo con brusquedad e intento comprender donde estaba.
Aturdido, busco sobre la mesita de noche. Su viejo movil demostro finalmente estar roto, y no reconocia el tono de llamada del nuevo.
– Hola -murmuro, y vio que el reloj marcaba las 5.24.
– ?Buenos dias! ?Soy Sigmund! ?Estabas durmiendo? ?Has visto el
– No leo periodicos en mitad de la noche.
– ?Sabes que dicen?
– Obviamente, no -murmuro Yngvar-. Pero me imagino que tienes algun tipo de plan para contarmelo.
– ?Vete! -rogo Inger Johanne.
Yngvar puso los pies en el suelo y se froto la cara con la mano para despertarse.
– Espera -dijo en voz baja metiendo los pies en un par de Crocs azul oscuro.
Inger Johanne e Yngvar habian estado despiertos hasta las tres.
Cuando finalmente dejaron descansar el caso, se habian calmado con un episodio viejo de
Ahora estaba casi inconsciente.
Tropezo hasta el bano y el chorro de orina sono contra la taza cuando se llevo el telefono a la oreja y dijo:
– Ahora te escucho.
– ?Estas meando? ?Estas meando mientras hablamos?
– ?Que pasa con el VG?
– Tienen todos los putos nombres. Los de las victimas.
Yngvar cerro los ojos en una maldicion silenciosa e interna.
– No entiendo de donde los sacan -dijo Sigmund-. ?Pero ahora los lobos estan fuera, ya sabes! ?Hay reporteros por todas partes, Yngvar! Me llaman por telefono y llaman a todos los otros, y…
– A mi no me han llamado.
– ?Espera y veras!
Yngvar arrastro los pies hasta la cocina. Trato de no hacer ruido mientras llenaba el hervidor de agua.
– Entiendo que estamos en
– Eso no es por lo que te llamo. Te llamo porque…
La jarrita del hervidor estaba llena de borras. Cuando la coloco bajo el grifo para enjuagarla, el agua golpeo el vidrio con tanta energia que no pudo entender del todo lo que Sigmund le decia.
– No te he entendido bien -murmuro con el telefono apretado entre la cara y el hombro.
Metio la cuchara en el jarro del cafe.
– Encontramos a la mujer del retrato -dijo Sigmund.
Fue como si el aroma del cafe hubiese bastado para despertarlo totalmente.
– ?Como?
– La Policia de Bergen encontro a la mujer que aparece en tu fotografia. Probablemente no significa tanto como tu pensabas, pero estabas tan excitado con…
– ?Como la encontraron? -interrumpio Yngvar-. ?Y como tan rapido?
– ?Uno de los empleados la reconocio, sencillamente! Tenemos bases de datos y colaboracion internacional, y el diablo y su abuela, y la vieja forma de…
– ?Quien sabe esto? -pregunto Yngvar.
– ?Quien sabe que?
– ?Que la encontramos, hostia!
– Un par de tipos de la Policia de Bergen, me imagino. Y yo, claro. Y ahora tu.
– Dejalo asi como esta -estallo Yngvar-. Por el amor de Dios: ?no dejes que nadie en la Central de Policia se entere! Tampoco en Kripos. ?Llama a tu hombre en Bergen y dile que se quede callado!
– De hecho, es una mujer. Eres tan prejuicioso que yo…
– ?Vete a la mierda! Simplemente no quiero esto en los periodicos, ?vale?
El agua hirvio. Yngvar midio cuatro cucharillas de cafe, dudo y agrego una quinta. Vertio el agua caliente encima y comenzo a ir hacia el bano.
– ?Quien es la mujer? -pregunto en voz baja.
– Se llama…
Yngvar podia oir el ruido de papeles.
– Martine Br?kke -dijo Sigmund-. Se llama Martine Br?kke y vive. En Bergen.
Yngvar se detuvo en medio de la sala. La botella de vino de la noche anterior estaba todavia casi vacia sobre la mesa. El periodico con los garabatos de Inger Johanne habia caido al suelo, al lado del bol con patatas fritas, que estaba tumbado.
– ?Que edad tiene? -pregunto, y sintio que le aumentaba el pulso.
– No lo se -dijo Sigmund-. ?Si, claro! Nacida en 1947, dice aqui. Vive en…
– Sesenta y dos anos. Inger Johanne tenia razon. Puedes estar seguro de que Inger Johanne tiene razon.
– ?Sobre que?
– Tengo que ir a Bergen -dijo Yngvar-. ?Vienes conmigo?
– ?Ahora? ?Hoy?
– Cuanto antes, mejor. Ven y me recoges, Sigmund. Ahora, en este instante. Tenemos que ir a Bergen.
Antes de que Sigmund pudiese contestar, el corto la comunicacion. Logro ducharse, vestirse y beber una taza de cafe fortisimo sin despertar ni a Inger Johanne ni a las ninas. Cuando casi media hora mas tarde el automovil de Sigmund bajo ruidosamente por la calle Hauges y aparco frente a la casa, Yngvar esperaba en la puerta.
Era el sabado 17 de enero, y ahi estaba el, sin ningun equipaje.
El hombre que hacia veintinueve dias habia salvado a una ninita de ser arrollada por un tranvia en Stortingsgaten en Oslo, bebio agua de marca de una copa de cana alta y se pregunto si la maleta habria aparecido junto con el avion. El habia llegado con retraso. Ahora estaba sentado en el vuelo BA0117 de British Airways, en ruta desde Heathrow hacia el aeropuerto JFK en Nueva York, y era uno de los unicos tres pasajeros que viajaban en primera clase. Mientras los otros dos ya iban por la tercera copa de champan, el le dio las gracias, cortesmente, a la azafata cuando le ofrecio mas agua.
Disfrutaba del lugar espacioso y de la paz del sector delantero de la cabina. La cortina que lo separaba del resto de los pasajeros bloqueaba el ruido que provenia de detras hasta convertirlo en un murmullo de baja frecuencia, que junto con el rumor de los motores le provocaba sueno.
En este ultimo tramo hacia casa viajaba con su propio nombre. Las medidas de seguridad extremas en el trafico aereo norteamericano y el control de fronteras a partir de los hechos del 11-S hacian arriesgado viajar al pais con papeles falsos. Como no habia hecho las reservas de antemano y todo estaba vendido, salvo la primera clase, tuvo que pagar mas de siete mil dolares por un billete de ida. No importaba. Ahora estaba de camino a casa. Debia ir a casa, y viajaba con su nombre real: Richard Anthony Forrester.
Durante los dos meses que habia pasado en Noruega, no llamo jamas a los Estados Unidos. La Agencia Nacional de Seguridad, la NSA, vigilaba todo el trafico electronico hacia y desde el pais, y era innecesario correr ese tipo de riesgos. Las instrucciones estaban claras de antemano. En caso de que el, por cualquier razon imprevista, necesitase entrar en contacto con la organizacion, tenia un numero de emergencia en Suiza adonde podia llamar. No lo preciso nunca.
Durante la estancia de Richard A. Forrester en Noruega se habia producido una gran actividad en su ordenador portatil. Estaba en Gran Bretana a cargo de un tipo pequeno, corpulento, con buena dentadura y un