suficientemente dificil. La mujer que vivia en la pequena casita blanca habia hecho su eleccion y habia vivido toda su vida a la sombra del matrimonio de otros.
La agente de la Policia de Bergen que habia reconocido a la mujer del retrato lo habia puesto al corriente de lo que ella sabia mientras conducian juntos desde Flesland. Martine Br?kke era maestra en un colegio de educacion secundaria de Bergen. Era soltera y no tenia hijos. Llevaba una vida tranquila y retirada de casi todo, pero era una docente respetada, y tambien daba clases particulares de piano. En otros tiempos habia sido una prometedora concertista de piano, pero a los diecinueve anos desarrollo una forma de reumatismo que acabo con la brillante carrera que se le auguraba.
Unos tonos fragiles y cautelosos se escucharon de pronto desde el interior.
Yngvar ladeo la cabeza y escucho la pieza. No la conocia. Era facil y bailable, y le hizo pensar en la primavera.
Levanto la mano y toco el timbre. La musica ceso.
Cuando la puerta se abrio, el la reconocio enseguida. Todavia era bella, pero los ojos estaban enrojecidos y la boca tenia un aire serio y afligido.
– Mi nombre es Yngvar Stubo -dijo, y estiro una mano-. Soy policia. Lo lamento, pero debo hablar con usted sobre Eva Karin Lysgaard.
La angustia en los ojos de ella lo hizo mirar a un lado, como si pudiese todavia cambiar de opinion y desaparecer.
– Estoy solo -dijo en voz baja-. Como usted ve, he venido absolutamente solo.
Ella lo dejo entrar.
– Ahora quisiera evitar que hablemos mas de ese testamento -le dijo la secretaria del abogado Faber a su marido, mientras preparaba los sandwiches para el almuerzo-. Simplemente no tienes nada que ver con eso.
Bjarne estaba sentado a la mesa de la cocina con una copia en la mano y observaba las letras pequenas achicando los ojos por la miopia.
– ?Pero tienes que entender -dijo el, inusualmente irritado- que esto puede, de hecho, querer decir que al hombre lo despojaron de una herencia significativa!
– Niclas Winter esta muerto. No tiene herederos. Eso ya aparecio en los periodicos. A un hombre muerto no se lo despoja de nada. De nada que no sea la vida, claro.
Ella resoplo, decidida, y coloco una generosa porcion de salmon sobre una montana de huevos revueltos.
– Ya esta. Ahora a comer.
– No. ?De verdad, Vera! -El golpeo la mesa con el puno-. ?Puede tratarse de un delito, todo esto! Aqui dice…
Manoteo con la otra mano el
– ?Niclas Winter fue asesinado, segun dice aqui!
Vera se volvio hacia el, se llevo las manos a las caderas y se aclaro la garganta, como para tomar impulso.
– Ese testamento de ahi no tiene nada que ver con la muerte de Niclas Winter. Ya te he leido el articulo tres veces y no dice una palabra de dinero, herencia o testamento. ?Esos asesinos locos de los Estados Unidos solo masacraban gente, Bjarne! ?No tenian ni idea de que habia un pedazo de papel en un armario de roble viejo y polvoriento en la oficina del abogado Faber! -Se irrito mientras hablaba-. ?Escuchar semejantes disparates! -dijo, y se volvio de nuevo hacia la encimera de la cocina.
– Voy a llamar a la Policia -dijo Bjarne, obcecado-. Puedo llamar sin decir quien soy y pedirles que hablen con Faber para preguntarle sobre el testamento que beneficia a Niclas Winter. Tienen esos telefonos para poder dar informacion,
Vera solto un sollozo que no dejaba lugar a dudas y se paso sus menudas manos por el cabello.
– No vas a llamar a la Policia. Si alguien en esta casa ha de hablar con las fuerzas del orden, esa sere yo. En todo caso yo puedo aclarar por que… -otra caricia nerviosa a la cabeza bien peinada- tengo acceso legal al testamento -completo.
– Entonces, hazlo -dijo Bjarne, sibilante-. ?Llamalos!
Ella dejo el cuchillo de la mantequilla con violencia. Miro a su marido con la mirada mas fiera que pudo encontrar, pero el no se rindio. Mudo como un muchachito, le mantuvo la mirada sin pestanear.
– Bien -dijo ella con aspereza, y camino hacia el telefono.
– Era Yngvar Stubo -dijo Lukas, algo sorprendido, y dejo el telefono sobre la mesa del cafe-. Viene en camino.
– ?Para que? Crei que habias dicho que habia regresado a Oslo.
Su padre habia comenzado a hablar de nuevo hacia poco.
– Al parecer ha regresado.
– ?Por que ha llamado?
– Queria hablar contigo. Personalmente.
– ?Conmigo? ?Para que?
– Eso…, eso no lo se. Pero dijo que era importante. Dijo que habia intentado llamarte. ?Desconectaste el telefono fijo?
Lukas se agacho y miro tras del sillon de su padre.
– No debes hacer eso, papa. Es importante que sea posible ponerse en contacto contigo.
– Necesito que me dejen en paz.
Lukas no contesto. Una vaga inquietud hizo que empezase a caminar. Se percato de que nadie habia limpiado la casa desde Navidad. Aparte de que la pila de periodicos a los que estaban abonados ya se elevaba un metro de altura al lado del televisor, todo estaba en orden. Su padre mantenia las cosas ordenadas, pero nada mas. Cuando Lukas paso un dedo sobre la superficie pulida del aparador, dejo una huella brillante. El pesebre estaba todavia sin desmontar. La bombilla en la caja de vidrio se habia quemado, y la escena otrora tan inspiradora de atmosfera se habia reducido al recuerdo sombrio de una Navidad que el nunca olvidaria. Cuando fue hasta el sofa doblando la esquina de la sala en ele, las bolas de pelusa se alborotaron contra los zocalos. El se detuvo, fuera del campo visual de su padre, y olisqueo el aire.
Olia a hombre viejo. A casa vieja. No exactamente desagradable, pero a encerrado y a rancio.
Lukas decidio que limpiaria y se dirigio a la entrada para buscar un cubo y productos de limpieza en un armario. Hasta donde recordaba, tambien guardaban la aspiradora alli. Cuando reparo en que Yngvar Stubo estaba al llegar, cambio de decision.
– Me parece que vamos a ventilar esto un poco -dijo en voz alta, y se dirigio hacia la ventana de la sala.
Maniobro la falleba; cuando finalmente logro abrirla, se lastimo el pulgar.
– ?Ostras! -dijo en voz baja, y se metio el dedo en la boca.
El que Yngvar Stubo estuviese ya de regreso en la ciudad podia ser una buena senal. Evidentemente la investigacion se habia acelerado. Lukas no habia escuchado todavia la radio ni leido los periodicos, pero Stubo le habia parecido optimista cuando llamo el dia anterior por la manana.
Sintio el regusto de hierro dulce en la lengua y examino el pulgar herido. Cuando iba a buscar un vendaje en el armario de medicinas de su madre, sono el timbre.
Fue a abrir la puerta con el dedo en la boca.
– ?Pase! -dijo Silje Sorensen, y miro hacia la puerta.
Inger Johanne la abrio con cuidado y asomo la cabeza.
– ?Pase! -repitio la subinspectora de Policia, alentandola con un gesto-. ?Que bien que haya podido venir personalmente! Estas cosas del