por haber hecho insinuaciones a un soldado joven que amenazo con llevar a juicio a la totalidad de los US Marines, pero, de todos modos, el que hubiera ademas un informe por posesion de pornografia impropia elevado por el antes del caso, no habia hecho dano.
El olor a comida se hizo mas evidente.
Extrajo la Biblia de su bolsa.
Era suave y estaba gastada, con incontables comentarios pequenisimos escritos en los margenes del fino papel. Aqui y alla, el texto estaba resaltado con rotulador amarillo. En algunos lugares, la caligrafia era tan borrosa que era dificil de leer, pero no importaba. Richard Forrester conocia su Biblia, y sabia de memoria los pasajes mas importantes de las Escrituras.
Cuando tenia doce anos, uno de ellos se le habia insinuado.
Cerro los ojos y dejo la mano sobre el Libro.
La vida lo habia convencido de que la muerte de Susan y Anthony tenia un proposito. Debian ir a la casa de Dios para que el Senor pudiese darle su luz. Con esposa y un hijo, el no podia oir su llamada; debia purificarse antes de ser un servidor digno para la lucha que le habia salvado la vida.
Cuando al cabo de algunos meses el hombre que lo recogio en el callejon en Dallas le presento a Jacob, estaba listo. Jacob se llamaba solamente «Jacob», y Richard jamas habia conocido a ningun otro miembro de The 25'ers. Por todo lo que sabia, podia haber otros como el a bordo de ese mismo vuelo, y se dedico a mirar de soslayo a la mujer al otro lado del pasillo.
De hecho, habia tenido que esperar un ano antes de conocer el nombre y el significado de la organizacion. Cuando tuvo claro que trabajaba al lado de musulmanes, al principio se enfurecio. Jacob intento convencerlo de que el trabajo en equipo era lo que habia que hacer y de que era necesario. Tenian la misma meta, y los musulmanes poseian una experiencia de la cual dependian. Sus argumentos no lo convencieron. Tampoco ayudo el que se enterase de que el apoyo economico que recibian de los grupos extremistas musulmanes era considerable. Richard Forrester sabia que en buena medida ellos se autofinanciaban y no podia entender como aceptaban dinero de los terroristas. El mismo habia matado para entonces a dos personas en nombre de Dios, pero jamas tomaria la vida de un ser inocente. Se habia sorprendido tanto como todos cuando los aviones chocaron contra el World Trade Center, y odiaba a los musulmanes casi con la misma intensidad con que despreciaba a los sodomitas. Una noche cedio, cuando desperto ante la presencia intensa de Dios y recibio el mandato del propio Senor.
Despues de cada mision, una suma sustancial ingresaba en su cuenta bancaria legal. El dinero era declarado como pago por viajes y organizacion de eventos, y se informaba a las autoridades fiscales bajo el mismo concepto. Al comienzo sintio cierta incomodidad. La generosidad de las sumas lo hacia parecer un asesino a sueldo.
Solto la Biblia con brusquedad.
La azafata instalo la mesa frente a el y sirvio la entrada.
Le pagaban, penso mientras seguia con los ojos las manos rapidas y diestras de la mujer. Pero no porque mataba.
Richard Forrester mataba por ordenes del Senor. El dinero era solamente necesario para completar las misiones que le daban y aceptaba. Como ahora, cuando no era posible regresar a casa lo suficientemente rapido, a menos que viajase en primera clase.
Muy de vez en cuando se preguntaba de donde provenian los fondos. Alguna que otra noche eso lo mantuvo despierto durante un rato, pero su confianza en Dios no conocia limite. Superaba rapidamente esa pequena sensacion incomoda en el diafragma cuando a veces se sorprendia por lo mucho que habia en la cuenta.
– Gracias -dijo cuando la azafata lleno de nuevo el vaso.
Empezo a comer y decidio pensar en otra cosa.
– Tiene que pensar bien en esto. Es muy importante, Erik.
Yngvar habia elegido sentarse esta vez en el sillon de Eva Karin. Habia una fragancia en la tela color marron dorado, el recuerdo un tanto desdibujado de una mujer mayor que ya no estaba. El genero era suave, y todavia habia algunos pocos cabellos finos, de un gris oscuro, adheridos al reposacabezas. Hasta ese momento Yngvar no habia llamado al viudo por su nombre, pero dadas las circunstancias le parecia algo fuera de lugar dirigirse a el de manera mas formal. «Casi irrespetuoso», penso, e intento hacer que el hombre levantase la mirada.
– Eva Karin creia que tenia la bendicion de Jesus -lloraba Erik-. Yo nunca pude resignarme a que esto estuviese bien, pero…
– Ahora tiene que escucharme -dijo Yngvar, y se inclino hacia el otro-. Yo no tengo ni deseos, ni necesidad de ponerme a juzgar su vida ni la de Eva Karin, ni derecho ninguno a hacerlo. Ni siquiera tengo que escuchar nada acerca de ella. Mi trabajo es encontrar al que mato a Eva Karin. Por eso tengo que preguntarle otra vez: ?que otra persona, ademas de usted, Martine y la propia Eva Karin, sabia de esta… relacion?
Erik se incorporo repentinamente. Se cogio la cabeza y se agito.
Yngvar estaba a punto de dejar el sillon para ayudarlo cuando Erik dio un puntapie en su direccion que hizo que se sentase de nuevo.
– ?No me toque! ?No puede haber estado bien! Ella no queria escuchar. Yo me deje convencer, esa vez, era tan…
Hacian veintitres anos que Yngvar Stubo habia ingresado en la Academia de Policia, como se llamaba en ese entonces la Escuela Superior. En el curso de esos anos habia visto y oido casi todo. Tuvo experiencias de las que creyo que jamas iba a sobreponerse. Su tragedia privada fue lo suficientemente devastadora. Informar a alguien de que habia perdido a sus hijos, de que su pareja habia sido asesinada o de que sus padres habian sido arrollados por un coche de policia durante una persecucion era igual, y, de muchas formas, todavia peor. El sufrimiento propio era manejable, al fin y al cabo. Pero en presencia del dolor ajeno, Yngvar se sentia a menudo completamente desvalido. Con los anos, no obstante, habia encontrado una suerte de estrategia ante la infinita desesperacion, un metodo que le permitia hacer el trabajo que debia.
Ahora no se sentia capaz de ello.
Hacia ya mas de media hora que le habia contado a Erik Lysgaard que el sabia la verdad. Intento explicarle por que habia venido. Interrumpio una y otra vez la larga e inconexa historia del viudo sobre una vida construida en torno a un secreto tan enorme que nunca tuvo suficiente lugar para guardar. Era el secreto de Eva Karin, la decision de Eva Karin.
Erik Lysgaard grito con fuerza. Estaba de pie alli en medio, con esas ropas demasiado grandes que llevaba y que ya tampoco estaban del todo limpias, y rugio sus acusaciones. Hacia Dios. Hacia Eva Karin. Hacia Martine.
Pero mas que nada hacia si mismo.
– ?Como pude creerlo? -sollozaba jadeando en busca de aire-. ?Como pude…? Yo solo queria ser como ellos…, no como el profesor Berstad, no como… Usted tiene que entender que…
De pronto se callo. Camino dos pasos hacia el sillon en donde estaba Yngvar. Los mechones grises y grasientos apuntaban hacia todos lados y tenia los labios rojos como la sangre. Humedos. Los ojos estaban hundidos y le temblaba el cuello.
– El profesor Berstad se suicido -susurro ronco-. A principios de verano, en 1962. Ibamos a segundo grado de secundaria, Eva Karin y yo. Yo no podia ser como el. ?No podia vivir como el!
Pesadas y viscosas, unas gotas de saliva enfermiza saltaban de su boca. Algunas bajaban por su cuello, pero a el no le importaba.
– Yo veia las miradas. Oia las palabras insultantes, ?me golpeaban como… latigazos!
La saliva brillaba en sus labios. Yngvar contuvo la respiracion. Erik parecia un hombrecito, magro y encorvado, boqueando en busca de aire.
– Nos pusimos de acuerdo -dijo el-. Acordamos casarnos. Ninguno de nosotros podia vivir con la verguenza, con la verguenza de nuestros padres, con… Yo queria a Eva Karin. Ella se convirtio en mi vida. En mi… hermana. Ella tambien me queria. Me amaba, decia ella, hasta tan tarde como la noche en que… Mientras que yo elegi vivir… siempre solo, ella quiso conservar a Martine. Ese era el arreglo. Eran Martine y Eva Karin.
Regreso despacio a su sillon. Se sento. Lloraba en silencio, sin cubrirse la cara con las manos.
– Esto ha de castigarse -dijo-. Esto ha de castigarse hasta el final.
– ?Con quien hablo?