Sanidad Publica noruega pudiera proporcionar.

Para finalizar, un empleado del centro de acogida entro y presto juramento. Un noruego, «como no», habia presenciado la pelea. El inculpado ataco al agraviado e intercambiaron varios golpes. Al final el kurdo cayo al suelo, como un saco de patatas, tras un impresionante golpe de su rival.

– ?Intervino usted? -pregunto el abogado defensor, cuando llego su turno-. ?Intento interponerse entre ellos?

El noruego miro un poco avergonzado al suelo del estrado en el que se encontraba:

– No se puede decir que hiciese exactamente eso, pues impone un poco eso de las broncas entre dos extranjeros; ademas siempre aparece algun arma blanca en esos lios.

Volvio la mirada hacia los conjueces en busca de apoyo, pero solo encontro miradas vacias.

– ?Vio algun cuchillo?

– No.

– ?Existia alguna otra razon que hiciera suponer la presencia de un cuchillo en esa trifulca?

– Si, bueno como dije, suelen siempre…

– Pero ?vio algo en esa situacion concreta? -corto el defensor, exasperado-. ?Tenia esta rina algo de especial que hizo que optara por no intervenir?

– No, bueno…

– Gracias, no tengo mas preguntas.

El procedimiento duro veinte minutos. Hakon guardo sus cosas con la certidumbre de que tambien esta vez iba a caer una sentencia condenatoria. Al introducir los exiguos documentos en su maletin, una cartulina rosa cayo al suelo. Era un mensaje interno escrito por el investigador. Recogio el papel y lo ojeo antes de guardarlo en su sitio.

En la parte superior aparecia el nombre, el mensaje estaba redactado a mano y en el encabezamiento ponia: «Relativo al NCE 90045621, Shaei Thyed, atentado a la integridad fisica».

De pronto, lo descifro. Los numeros grabados en la sangre, en todos los escenarios de las masacres de los sabados por la noche, correspondian a numeros de control de extranjeros. Todos los extranjeros poseian uno: un NCE.

Un magnifico ejemplar de la diosa de la justicia lucia sobre su escritorio. No obstante, su emplazamiento era un tanto inadecuado. Una preciosa escultura de bronce, sin duda carisima, presidia una parva y muy publica oficina de ocho metros cuadrados. Llenaba con bolitas de papel los dos platillos de la balanza que la diosa sujetaba con el brazo tendido. Las diminutas bandejitas subian y bajaban segun el peso que soportaban.

Hanne entro por la puerta. Constato con satisfaccion que las cortinas nuevas colgaban en su sitio.

– Crei que estabas en el juzgado -dijo-. Al menos, me lo parecio esta manana.

– Lo ventilamos en hora y media -contesto, y la invito a tomar asiento-. ?Tengo la respuesta! -dijo el. Hakon tenia las mejillas rojas, y no era por el calor-. Los numeros inscritos sobre la sangre de todas las masacres de los sabados, ?sabes que significan?

Hanne se quedo mirando fijamente al fiscal adjunto de la Policia durante veinte segundos. El no cabia en si de gozo y estaba a punto de reventar.

Su decepcion fue apocaliptica cuando ella replico:

– ?NCE!

La mujer se levanto de un salto, cerro el puno y golpeo varias veces la pared.

– ?Por supuesto! Pero ?en que estabamos pensando? ?Estamos hartos de manejar esos numeros a diario!

Hakon no salia de su asombro y no lograba entender que ella lo hubiera averiguado antes de que el hubiera siquiera abierto la boca. La perplejidad en su mirada era tan llamativa que ella decidio apuntarle el tanto y mitigar su decepcion.

– Lo hemos tenido delante de los ojos y no lo hemos visto, «los arboles no nos han dejado ver el bosque». Esta claro que no le di las suficientes vueltas a esos numeros, hasta ahora. ?Genial, Hakon! No lo habria averiguado sola, al menos tan pronto.

El no hizo mas preguntas y se trago su vanidad herida. Empezaron a pensar en las consecuencias de lo que acababan de desentranar, en silencio.

Cuatro banos de sangre, cuatro secuencias distintas de numeros, numeros de control de extranjeros, un cuerpo hallado, presumiblemente extranjero. Una extranjera con numero de control.

– Puede que aparezcan otros tres -dijo Hakon, que rompio asi el silencio-. Tres cadaveres mas, en el peor de los casos.

En el peor de los casos. Hanne estaba de acuerdo. Pero habia otro aspecto del caso que la atemorizaba casi tanto como que se escondieran otros tres cadaveres mas alli fuera, en cualquier lugar bajo la turba.

– ?Quien tiene acceso a los datos de los refugiados, Hakon? -pregunto en voz baja, aunque conocia de sobras la respuesta.

– Los empleados de la Direccion General de Extranjeria -contesto al instante-. Y, por supuesto, los del Ministerio de Justicia. Unos cuantos. Y me imagino que alguna que otra persona adscrita o que trabaje en los centros de acogida -anadio, recordando a aquel tipo que habia presenciado el altercado entre los dos refugiados sin intervenir.

– Si -le contesto ella.

Pero estaba pensando en otra cosa muy distinta.

Todos los demas casos fueron aparcados hasta nueva orden. Con una eficiencia que pasmo a la mayoria de los efectivos involucrados, los recursos de la seccion fueron reorganizados en menos de una hora. La sala de emergencias situada en la zona azul de la planta baja se transformo en un abrir y cerrar de ojos en un centro de operaciones de incesante actividad. Sin embargo, no era lo suficientemente amplia como para celebrar ahi la tan ansiada reunion convocada por el jefe de seccion, con lo cual se tuvieron que congregar en la sala de juntas. Excelente idea, ya que el local sin ventanas servia, a su vez, de comedor. Era la hora del almuerzo.

Vio al comisario que dirigia la Brigada Judicial, inflado como un globo y con unas facciones ingenuas debajo de sus ricitos canosos. Libraba una batalla sin cuartel con un sandwich titanico. La mayonesa chorreaba entre las rebanadas de pan y se le pego como un asqueroso gusano, reptando por el pantalon de su uniforme, demasiado estrecho. Sofocado, intento barrerlo con el dedo indice y luego aminorar el desastre frotando la mancha oscura que, inexorablemente, no dejaba de aumentar.

– Esta situacion es de suma gravedad -empezo diciendo el jefe de seccion.

Era un hombre muy apuesto, atletico y ancho de espaldas, la cabeza lisa como una bola con una estrecha corona de pelo oscuro y muy corto. Los ojos estaban inusualmente hundidos, aunque, tras un reconocimiento mas detallado, resultaban intensos, grandes y oscuros y de color castano. Llevaba unos pantalones de verano, ligeros y claros, y un polo con cuello de camisa.

– ?Arnt?

El hombre al que invito a hablar separo la silla de la mesa, pero permanecio sentado.

– He comprobado los NCE en la sangre. No eran igual de legibles en todos los escenarios, pero, si elegimos este razonamiento… -saco una lamina de carton y la sostuvo en el aire-… y es la interpretacion mas creible, estamos hablando de que todos los numeros corresponden a mujeres.

Hubo un silencio sepulcral entre los asistentes.

– Todas entre 23 y 29 anos. Ninguna llego a Noruega acompanada; ninguna tenia parientes antes de su llegada. Y, ademas…

Sabian lo que estaba a punto de decir. El jefe de seccion notaba como el sudor resbalaba por las sienes. Con tanto calor, el comisario resoplaba como un bulldog. Hanne tenia ganas de irse.

– Todas han desaparecido.

Tras una larga pausa, el jefe de seccion retomo la palabra.

– ?Existe la posibilidad de que la fallecida sea una de las cuatro?

– Es demasiado pronto para asegurarlo, pero estamos trabajando desde esa perspectiva.

– Erik, ?has averiguado algo mas con respecto a la sangre?

El oficial se levanto, a diferencia de su companero mas experimentado, Arnt.

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