– He llamado a todos los mataderos -dijo, tragando su nerviosismo-. Veinticuatro en total. Cualquiera puede comprar sangre; en su mayoria, sangre de vaca. No obstante, casi todos los puntos de venta exigen que el pedido se haga por adelantado. El mercado ha desaparecido practicamente. Parece que ya nadie se hace su propia morcilla. Ninguno ha podido informar sobre nada que les pareciera fuera de lo comun, quiero decir, ninguna venta cuantiosa.

– De acuerdo -dijo el jefe de seccion-. Aun asi, sigue trabajando en el tema.

Erik Henriksen se dejo caer aliviado en la silla.

– El jefe de Extranjeria -murmuro Hanne.

– ?Que has dicho?

– El jefe de UDI -dijo, mas alto esta vez-. Escuche una entrevista con el en la radio hace poco. Decia que las autoridades «pierden» cada ano quince mil refugiados solicitantes de asilo.

– ?Pierden?

– Si, es decir, desaparecen. Es evidente que la mayoria de los casos son deportaciones y expulsiones, algo de lo que ellos mismos deben de tener constancia. La Direccion General afirma que huyen sin ningun preaviso. A Suecia, tal vez, o mas al sur; muchos, sencillamente vuelven a casa. Al menos es lo que opinaba ese alto cargo de Extranjeria.

– ?Y no hay nadie que los busque? -pregunto Erik, arrepintiendose de lo que acababa de decir.

Creer que las autoridades de Extranjeria iban a desperdiciar tiempo y esfuerzo en buscar a extranjeros desaparecidos, cuando estaban tan ocupados en echar fuera de las fronteras a los que seguian en el pais, era un pensamiento tan absurdo que los mas veteranos de la sala habrian soltado una sonora carcajada si no hubiese sido por las circunstancias y el calor. Y porque sabian que les quedaban exactamente cinco dias para resolver el caso, si no querian encontrarse la madrugada del domingo analizando otro bano de sangre en algun lugar y con un nuevo NCE pintado en rojo.

Disponian de cinco dias. Lo mejor era ponerse manos a la obra.

Kristine sentia que estaba al borde del abismo. Habian pasado nueve dias y ocho noches y no habia hablado con nadie. Algun que otro breve intercambio de palabras con su padre, naturalmente, pero era como si siguieran dando rodeos mutuos, alrededor de si mismos. Ambos sabian que el otro deseaba hablar, pero no tenian la menor idea de como iniciar una conversacion y, ya puestos, de como mantenerla mas alla de unas pocas palabras. No lograban romper, ni para entrar ni para salir, lo que los mantenia unidos y que a la vez imposibilitaba su comunicacion. Pero contaba con una victoria en su haber. El Valium se habia ido por el desague, aunque el alcohol habia ocupado su lugar. Su padre la estuvo observando con cierta preocupacion, aunque sin protestar, cuando su bodega de vino tinto se fue vaciando y ella le pidio que «por favor» comprara mas. Al dia siguiente, hubo dos cajas en la despensa junto a la cocina.

Recibio algunas llamadas de amigos alarmados porque llevaba una semana sin aparecer por la sala de lectura de la facultad. Era la primera vez en cuatro anos. Consiguio armarse de valor y hablar en tono jovial para quejarse de una fuerte gripe y asegurar que «en absoluto» necesitaba recibir visitas porque acabarian contagiandose, «chao, nos vemos». Nada acerca del horror. No habia nada que decir sobre eso. Solo de pensar en toda la atencion que despertaria la agobiaba. Se acordaba con demasiada claridad de aquella estudiante de Veterinaria que hacia dos anos habia vuelto a la sala de lectura tras algunos dias de ausencia. La chica habia contado a su circulo de amistades mas intimo que acababa de ser violada por un companero de estudios, despues de una juerga considerablemente notoria. Al poco tiempo, todo el mundo lo sabia. La Policia habia sobreseido el caso y, desde entonces, la chica vagaba por las aulas como una flor marchita. Kristine habia sentido autentica lastima por ella. Se habia juntado con unas amigas y se habian plantado delante de la casa del agresor guaperas de B?rum, gritando y echando pestes de el. Pero nunca habian tomado una iniciativa concreta en favor de la afrentada. Al contrario, era como si algo se hubiese adherido al cuerpo de la victima, algo absurdo e irracional; claro que la creian, al menos las chicas. Sin embargo, deambulaba como desconcertada, y arrastraba algo intangible, algo que repelia a la gente y la mantenia alejada de ella.

Kristine no queria acabar asi.

Lo peor de todo era ver a su padre. Ese hombre fuerte y robusto que siempre estuvo ahi, al que siempre acudia corriendo cuando el mundo era demasiado cruel. El sentimiento de culpabilidad por todas las veces que no se habia acordado de el, es decir, cuando habia que festejar algo, caia sobre ella desde todos los recovecos de su ser. Nunca se dio cuenta de la carga que habia supuesto para el estar solo y ocuparse de ella. La certidumbre de saber que en el fondo fue ella quien impidio que encontrara otra mujer siempre estuvo latente. Pero ella era una nina que habia que cuidar. No deseaba una nueva madre. No sintio que su padre necesitara una nueva esposa hasta que ella misma alcanzo la madurez. Sentia una profunda verguenza.

Lo peor no era la sensacion de estar destrozada. Lo peor era la sensacion de que su padre lo estaba.

Habia hablado con la asistente social, cuyo aspecto se correspondia con su profesion y que se habia comportado como tal, aunque, a todas luces, creia ser una psiquiatra. No tenia sentido. Si no hubiese sido porque Kristine comprendia lo importante que era no rendirse a la primera, habria mandado a la mujer a paseo. Pero le iba a conceder otra oportunidad.

En primer lugar, queria darse una vuelta por la cabana. No llevaria gran cosa consigo, no era necesario, pues solo estaria un par de dias, a lo sumo. Compraria comida en la tienda rural.

Su padre parecio alegrarse cuando se lo comunico la noche anterior. Le dio dinero en abundancia y la exhorto a que se quedara alli una temporada. De todos modos, tenia mucho trabajo, le dijo mientras se servia otro plato de la cena. Ultimamente habia bajado de peso. Antes tenia reservas para aguantar y no se le notaba apenas cuando adelgazaba un poco, pero observo que la ropa le colgaba mas suelta. Ademas, la cara habia cambiado; no se veia particularmente mas demacrada, sino mas marcada y perfilada, con surcos mas hondos. Ella misma habia perdido tres kilos, tres kilos que le faltaban.

Decidio marcharse, mas en un intento de agradar a su padre que por su propia apetencia. A su jefe no le sento muy bien cuando ella llamo para comunicarle que la enfermedad se prolongaba y que no acudiria al trabajo hasta dentro de varios dias. El trabajo en el centro de la Cruz Azul, la organizacion multiconfesional y diaconal que promueve una sociedad sin drogas ni alcohol, ni estaba bien pagado ni era especialmente interesante, y no entendia muy bien por que lo habia mantenido durante todo un ano. Le gustaban los alcoholicos, esa podia ser la razon. Eran las personas mas agradecidas del mundo.

La Estacion Central estaba repleta de gente y tuvo que hacer casi veinte minutos de cola hasta que el numero que aparecio en la pantalla LCD coincidio con el numero de su reserva. Le proporcionaron lo que habia pedido, pago y salio hacia la sala de espera. Faltaban diez minutos para que saliera su tren.

Atraveso el vestibulo y entro en un quiosco de prensa. Los diarios sensacionalistas lucian las mismas portadas con el cadaver de una mujer encontrado en un jardin recondito. «La Policia se emplea a fondo», pudo leer. Era probable, porque, desde luego, no trabajaban en su caso; de eso estaba convencida. Esa misma manana llamo a la abogada asistencial Linda Lovstad para consultar si habia aparecido algo nuevo en su caso. La mujer se lamento de no tener ninguna novedad, pero prometio mantenerla informada.

Kristine cogio un ejemplar del diario Arbeiderbladet, dejo el importe exacto sobre el mostrador y se encamino hacia el anden correspondiente. Leia mientras caminaba y se tropezo con una bolsa de deportes abandonada. Para evitar que ocurriera de nuevo, plego el periodico y lo introdujo en su bolsa.

Fue cuando lo vio. En estado de shock, paralizada, se quedo durante unos segundos petrificada y sin mover un solo musculo. Era el, el violador, transitando por la Estacion Central de Oslo un abrasador lunes de junio. No reparo en ella, solo caminaba y hablaba con el hombre que andaba a su lado. Dijo algo gracioso, porque el otro echo la cabeza hacia atras soltando una carcajada.

Un temblor terrorifico la recorrio; arranco alrededor de las rodillas pero fue ascendiendo por los muslos y estuvo a punto de impedirle acercarse a un banco para sentarse. Se dejo caer, de espaldas a aquel tipo. Pero no fue solo el hecho de tropezarselo lo que le produjo tal estremecimiento.

Ahora sabia donde encontrarlo.

Aproximadamente en el mismo instante, el padre de Kristine se encontraba en el piso de su hija mirando por la ventana. El edificio de enfrente no estaba tan bien cuidado. Se veian grandes desconchados de pintura en la fachada y habia dos ventanas rotas. No obstante, todas las viviendas estaban ocupadas y, a esa distancia, algunas parecian hasta acogedoras. No registro ningun movimiento, la mayoria de sus ocupantes estarian trabajando. Sin

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