embargo, desde su posicion, advirtio una silueta en una de las ventanas de la tercera planta, en diagonal hacia la derecha. Tenia toda la apariencia de ser un hombre. A tenor de la distancia entre el marco de la ventana y el rostro, el hombre debia de estar sentado en un comodo sillon y debia de tener unas vistas optimas sobre el apartamento de Kristine.

Finn se levanto como un resorte y salio corriendo del piso. Cerro la puerta energicamente y la atranco con la cerradura principal y las dos de seguridad, que el mismo habia instalado sin fortuna. Cuando salio a la calle, calculo con rapidez cual de los timbres correspondia a la vivienda que acababa de avistar. No aparecia ningun nombre en el portero automatico, pero se arriesgo. Tercero izquierda. El tercer boton empezando desde abajo en la fila de la izquierda. Nadie contesto, pero tras unos segundos oyo que alguien habia pulsado la apertura automatica. El ruido electrico y caracteristico era nitido y, con ligeras sacudidas, intento abrir la puerta exterior, que cedio docilmente.

El vestibulo estaba tan deteriorado como dejaba entrever la fachada del inmueble, pero exhalaba un olor fresco a friegasuelos. Subio hasta la tercera planta con determinacion. La puerta de entrada era de color azul con cristales alargados desde el picaporte hasta el marco superior; a sus pies habia un felpudo. Encima del timbre, colgaba una pequena cartulina, clavada con una chincheta de plastico de cabeza roja: «E». Ponia E y nada mas. Llamo al timbre.

Alguien no paraba de moverse al otro lado y luego se quedo quieto. Haverstad lo intento de nuevo y otra vez ruidos de trasteo. De repente, la puerta se abrio y aparecio un hombre. De edad indeterminable, poseia esos rasgos extranos, casi asexuales, que suelen perfilar a los tipos raros. Rostro corriente, ni feo ni guapo, casi imberbe, palido, de piel brillante y sin granos. A pesar de la temperatura ambiente, llevaba puesto un tipico jersey regional de lana que no parecia molestarle.

– E -dijo, extendiendo una mano indiferente-. Mi nombre es E. ?Que quieres?

Haverstad se quedo tan estupefacto por la aparicion que apenas pudo expresar el motivo de su visita. En cualquier caso, tampoco es que tuviera mucho que decirle.

– Eh… -empezo diciendo, pero se dio cuenta de que podia parecer que estaba repitiendo el nombre del individuo con jersey de lana-. Solo queria hablar con usted sobre un asunto.

– ?Sobre que?

No estaba siendo en absoluto descortes, solo antipatico.

– Me preguntaba si esta al tanto de lo que ocurre aqui, en esta vecindad -tanteo.

A todas luces funciono. Un aire de satisfaccion se dibujo en la comisura de sus labios.

– Entre -dijo, ofreciendole algo que podia simular una sonrisa.

El hombre se aparto para permitir entrar a Haverstad. El piso estaba limpio y reluciente, y, en apariencia, deshabitado. Contenia muy pocas cosas que pudieran indicar que era un hogar. Una television enorme en una esquina con una solitaria silla delante de la pantalla. No habia ningun sofa en la sala de estar ni tampoco una mesa. Delante de la ventana, que, por otro lado, carecia de cortina, se hallaba el sillon en el que Haverstad supuso habia estado sentado el hombre, cuando lo diviso desde el apartamento de su hija. Era un butacon verde de orejeras, muy usado. Habia un monton de cajas de carton esparcidas por todo el salon, y reconocio el mismo modelo que el guardaba en la sala de archivos de su consulta. Cajas archivadoras de color marron fabricadas en carton duro. Estaban colocadas en fila alrededor de la silla, como soldados cuadrados y erguidos protegiendo su castillo verde. Encima del asiento del butacon reposaba una tabla sujetapapeles con un boligrafo enganchado en un broche de metal.

– Aqui vivo yo -dijo E, con cierta complacencia-. Era mejor donde vivia antes, pero murio mi madre y tuve que mudarme.

Eso lo hizo compadecerse de si mismo y trazo un aire de tristeza sobre su rostro inexpresivo.

– ?Que guarda en estas cajas de ahi? -pregunto Haverstad-. ?Colecciona algo?

E, muy desconfiado, lo miro fijamente.

– Pues si, lo cierto es que colecciono cosas -dijo, sin mostrar la minima intencion de querer contarle lo que encerraban las veinte o veinticinco cajas de carton.

Haverstad tenia que abordar la cuestion desde otro angulo.

– Seguro que se entera de un monton de cosas -dijo, en un tono interesado, acercandose a la ventana.

Aunque el cristal tenia el aspecto de ser tan viejo como el resto de la casa, estaba igual de limpio y resplandeciente. Percibio un leve aroma a limon.

– Aqui si que estara bien sentado -reanudo, sin mirar al hombre, que agarro la tabla que habia encima del sillon y la guardo pegada al cuerpo, como si tuviera un valor incalculable. Quiza lo tuviese-. ?Hay alguna cosa en especial que siga mas de cerca, que le interese mas?

El hombre se mostraba desconcertado. Haverstad dedujo que muy pocas personas se tomaban la molestia de hablar con aquel patetico personaje. Seguramente deseaba hablar, asi que le iba a dejar el tiempo que necesitara para hacerlo.

– Bueno…, pues -dijo E-. La verdad es que son tantas cosas…

Saco un recorte de periodico de una de las cajas de carton. La mitad del rostro de una politica le sonreia.

– Le interesa la politica -sonrio, y se agacho para estudiar mas de cerca el contenido de la caja.

E se adelanto a su intencion.

– No toque -gruno, cerrando la caja delante de sus narices-. ?No toque mis cosas!

– ?Por supuesto, faltaria mas!

Haverstad levanto ambas manos, ensenando las palmas en un gesto de rendicion y empezo a preguntarse si no era mejor marcharse ya.

– Puede ver esto -dijo E de repente, como si hubiese leido el pensamiento del otro y se hubiera dado cuenta de que, a pesar de todo, le apetecia tener la compania de alguien.

Agarro la caja numero dos, empezando por el principio de la fila, y se la entrego al invitado.

– Criticas de cine -explico.

Efectivamente, se trataba de resenas y criticas de peliculas, sacadas de los periodicos, perfectamente recortadas y pegadas en hojas A4. En la parte inferior, debajo de cada recorte, aparecia el nombre del periodico y la fecha del articulo anotada con pulcritud con rotulador negro.

– ?Va mucho al cine?

Haverstad no ardia en deseos de conocer las costumbres de E, pero al menos era un buen comienzo.

– ?Cine? ?Yo? Nunca. Pero salen en television al cabo de un tiempo y para entonces es bueno conocer de que van.

Por supuesto. Una explicacion con sentido. La situacion era absurda y lo mejor que podia hacer era marcharse.

– Tambien puede ver esto.

Ahora su disposicion de animo habia mejorado notablemente. Se atrevio a dejar la tabla, aunque con los papeles hacia abajo. El dentista recibio su segunda caja, que pesaba mas que la anterior. Miro a su alrededor para encontrar algun sitio donde sentarse, pero el suelo era la unica posibilidad. El butacon estaba tomado por la tabla y la silla de madera delante del televisor no invitaba a sentarse, sobre todo a un cuerpo como el suyo.

Se puso en cuclillas y abrio la caja. E se puso a su lado de rodillas, como un nino pequeno y ansioso.

Eran numeros de matriculas de coches. Las hojas estaban colocadas en tres perfectas columnas hasta el fondo de la caja. Cada numero estaba inscrito milimetricamente justo debajo del anterior. Parecia que lo hubiera escrito a maquina.

– Matriculas de coches -puntualizo E de forma innecesaria-. Las llevo coleccionando catorce anos. Las primeras dieciseis paginas corresponden a esta direccion, el resto es de donde vivia… antes.

De nuevo ese semblante desconsolado y esa mirada auto-compasiva, pero esta vez desaparecio enseguida de su rostro.

– Mire aqui. -Senalo con el dedo-. Ninguno de los numeros son iguales; si no, seria trampa. Solo hay numeros nuevos. Coches que puedo ver desde la ventana. Aqui… -Volvio a marcar con el indice-. Aqui ve la fecha, algunos dias consigo apuntar hasta cincuenta numeros. Otros dias solo veo matriculas que ya he anotado. Los fines de semana, por ejemplo, hay pocos cambios.

Haverstad sudaba a chorros, el corazon le latia como una barca de pesca con problemas de motor, y tuvo que sentarse directamente en el suelo para evitar el esfuerzo de mantenerse en cuclillas.

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