Golpeo con la mano el espacio libre a su lado en el sofa. Ella opto por la silla situada frente a el. Intentaba desesperadamente cazar su mirada, pero no lo lograba.
– ?Donde has estado? -pregunto en vano.
Luego se fue a la cocina a buscar algo para beber. Sorprendentemente, rechazo la copa de vino tinto que el le tendia.
– ?Tenemos cerveza? -pregunto la mujer.
«Tenemos cerveza.» Hablaba en plural, ya era algo. Al poco, estaba de vuelta en el salon, habia cambiado la copa por una jarra espumosa. La chica bebio medio vaso de un trago.
Habia deambulado por las calles durante horas, de eso no hablo. Habia estado en su propio apartamento, tampoco lo menciono. Ademas, habia descubierto quien era el violador, pero no tenia intencion de hablar de ello.
– Por ahi -dijo en voz baja-. He estado por ahi.
Entonces abrio los brazos de par en par, se levanto y se quedo tiesa, como apresada, en una postura de completo abatimiento.
– ?Que voy a hacer, papa? ?Que voy a hacer?
De repente, deseo poderosamente contarle lo que habia visto esa tarde. Queria descargarlo todo sobre el, dejar que el se hiciera cargo de todo, incluida su vida. Tomo impulso cuando vio que el se inclinaba hacia delante y escondia la cabeza entre las rodillas.
En toda su vida, Kristine solo habia visto a su padre llorar en dos ocasiones. La primera vez era un recuerdo remoto y borroso del entierro de su madre. La segunda, hacia tan solo tres anos, cuando el abuelo paterno se murio repentina e inesperadamente con tan solo setenta anos, tras una operacion de prostata «sin importancia».
Cuando se dio cuenta de que lloraba, supo que no podia contarle nada. Asi que se sento frente a el, abrazo su enorme cabeza y la poso sobre su regazo.
No duro mucho tiempo. El se levanto como un resorte, se seco las lagrimas y cogio la cara menudita de su hija entre sus manos.
– Lo voy a matar -dijo pausadamente.
Habia amenazado muchas veces con matarla a ella y a otros, cuando estaba realmente cabreado. Solian ser palabras sin sentido, provocadas por la ira. En un instante oscuro, lo vio claro. Esta vez iba en serio. Estaba muerta de miedo.
Hanne los habia estado esperando durante mas de diez minutos. Estuvo mirando impacientemente el reloj cada dos minutos, recostada sobre su moto aparcada. Cuando por fin llegaron al edificio gris recien renovado, el cielo dibujaba una paleta de colores que iba del azul oscuro al indigo, lo cual hacia presagiar que el dia siguiente iba a ser, al menos, igual de esplendido.
– Mirad esto -dijo, cuando Kaldbakken y Hakon habian conseguido calzar el coche camuflado, en un hueco estrechisimo y se estaban acercando a ella. Los esperaba en la entrada del inmueble-. Mirad este nombre.
Senalaba el timbre que no tenia la placa con el nombre del inquilino y cuya unica identificacion era un trozo de papel pegado con cinta por fuera del cristalito.
– Refugiado en situacion de demanda de asilo. Solo en el mundo.
Llamo al timbre. Nadie contesto. Llamo de nuevo, sin obtener respuesta. Kaldbakken lanzaba esputos de exasperacion y no lograba entender por que tenia que desplazarse tan lejos y tan tarde. Si Hanne tenia algo muy importante que comunicarle, lo podia haber hecho en la comisaria.
De nuevo oyeron el sonido del timbre a lo lejos sin que hubiera respuesta. Hanne piso un pequeno trozo de cesped que separaba el muro del edifico con la acera, se puso de puntillas y alcanzo justo la ventana oscura del primero. No advirtio ningun movimiento en el interior. Desistio e hizo una senal a los otros dos de que volvieran a sentarse en el coche. Una vez dentro, Kaldbakken encendio un cigarrillo, mientras esperaba tensamente una explicacion. Hanne se deslizo en el asiento trasero, se inclino hacia los dos hombres apoyando los brazos en los asientos delanteros y poso la cabeza encima de sus manos entrelazadas.
– ?Que significa todo esto, Wilhelmsen? -pregunto Kaldbakken, con la voz cansina y casi imperceptible.
En ese momento se dio cuenta de que necesitaba mas tiempo.
– Lo explicare todo mas tarde -dijo-. Manana, tal vez. Si, seguro, manana.
Sabia a quien le iba a tocar ese sabado, lo decidio sobre la marcha. Ella afirmo que era de Afganistan, pero el sabia perfectamente que mentia. «Paquistani», dictamino, aunque mas guapa de lo que solian ser.
Estaba acostado en la cama, no en una de las dos mitades de la inmensa cama doble, sino en el centro, de modo que sentia las juntas de los colchones clavarsele con dureza en la columna vertebral. Los edredones estaban tirados en el suelo y el estaba desnudo. Tenia una pesa en cada mano y las separaba lentamente hasta el maximo, manteniendo la misma cadencia para, acto seguido, volver a juntarlas con los brazos extendidos por encima de su pecho sudado.
«Noventa y uno, respiro.» «Noventa y dos, respiro.»
Se sentia mas feliz de lo que lo habia estado en mucho tiempo. Agil, libre y pletorico de fuerzas.
Sabia perfectamente a quien se iba a cargar, el lugar y lo que tenia que hacer.
Llego al centenar y se incorporo. Se quedo sentado encima de la cama. Un espejo de gran tamano colgado en la pared de enfrente le proyecto la imagen que deseaba ver. Luego entro en el bano.
Por alguna razon, no le apetecia volver a casa. Hanne estaba sentada en un banco en el exterior de la calle Gronland, 44, meditando sobre la vida. Estaba cansada, pero no tenia sueno. Por un momento, tuvo claro que existia algun tipo de conexion entre las masacres de los sabados y la violacion de la joven y bella estudiante de Medicina. Pero ya no.
La sensacion de permanecer inmovil y no avanzar la abrumo y le resto las pocas fuerzas que le quedaban. Trabajaban sin descanso, dirigian efectivos de un lado a otro y sentian que su labor era, de algun modo, eficiente. Pero los resultados eran imperceptibles y la investigacion era demasiado tecnica. Buscaban cabellos, fibras y otras huellas muy definidas. Se analizaba cada gota de un escupitajo y se manejaban informes incomprensibles de los expertos sobre estructuras de ADN y tipos de sangre. Evidentemente, era necesario, pero a anos luz de ser suficiente. El individuo de los sabados no era normal. Habia, hasta cierto punto, sentido en las cosas que hacia, una especie de logica absurda. Se cenia a un dia especifico de la semana. Si era cierta la hipotesis de que otros tres cuerpos de extranjeras seguian enterrados en algun lugar alla fuera, eso significaba, ademas, que era listo. Por otro lado, habia elegido ponerlos sobre la pista correcta al referirles la identidad de las victimas a las que habia eliminado.
Hanne respetaba el trabajo de los psicologos, cosa que no hacian la mayoria de sus colegas. Es cierto que tambien defendia muchas cosas absurdas, pero, por lo general, solian atinar. Al fin y al cabo, era una ciencia probada, aunque no fuera muy exacta. Habia tenido que pelear en varias ocasiones para conseguir el perfil psicologico de malhechores y criminales desconocidos y huidos de la justicia. Ya no lo necesitaba. Al echarse hacia atras, apoyando la espalda contra la pared y comprobar que era casi de noche, se dio cuenta de que la cruda realidad de mas alla de las fronteras, de Europa y del mundo, habia alcanzado a la «Noruega criminal» hacia ya mucho tiempo. El problema es que no querian verlo, era demasiado aterrador. Hacia veinte anos, los asesinos en serie eran privilegio de los Estados Unidos. En la ultima decada, habian aparecido casos similares en Inglaterra.
Por su parte, no existian muchos asesinos en serie en la historia judicial noruega, y los pocos casos revelaban un pasado y una historia propia tristes y demenciales. Los companeros de Halden acababan de destapar una de ellas. Homicidios casuales efectuados, supuestamente, por el mismo hombre a lo largo de mucho tiempo y sin mas motivo aparente que la falta de dinero. Un par de anos atras, un joven mato a tres de sus companeros, con los que compartia una colectividad en Slemdal, porque le habian reclamado las treinta mil coronas que les debia por el alquiler. Los peritos en psiquiatria forense concluyeron que aquel tipo no era, para nada, un desequilibrado.
?Que inducia a actuar al hombre de los sabados? Solo podia intentar adivinarlo. Habia estudiado en la literatura especializada que los delincuentes podian, de hecho, abrigar un deseo oculto de ser cazados.
Pero no parecia el caso.