papel azul para el caso de un loco que tal vez haya costado ya la vida a cuatro chicas!
Hakon no habia visto nunca a Hanne tan enfadada. Aun asi, siguio en sus trece, pues sabia que tenia razon. Dos soplos sobre un posible autor no eran un motivo razonable para poder sospechar de alguien, aunque trabajara en la UDI y, por consiguiente, tuviera libre acceso a toda la informacion que deseara sobre refugiados. La idea lo estremecio.
Sabia que no era suficiente y que, en el fondo, ella tambien lo sabia. Quiza por eso no dijo nada. Cogio el papel azul sin rellenar y los dos avisos, y dio un portazo al marcharse.
– ?Cabron! -mascullo, ya en el pasillo.
Un tipo triston estaba sentado en una silla incomoda, esperando su turno para algun interrogatorio. Se sintio aludido y, apurado, miro al suelo.
– Tu no -anadio la mujer, y siguio su camino.
Erik esperaba en el despacho con impaciencia. Deseaba enterarse de lo que estaba pasando, pero, en vez de eso, recibio una peticion en un tono exageradamente educado de encontrar ya a Kristine Haverstad. La necesitaban de inmediato, no, hacia una hora. Salio corriendo.
Agarro el listin telefonico y encontro el telefono de la Direccion General de Extranjeria. Respiro hondo cinco veces para serenarse del todo y, a continuacion, marco el numero.
– Cato Iversen, gracias -pregunto.
– Tiene horario de llamadas entre las diez y las dos, tendra que volver a llamar entonces -contesto la voz seca y atonal.
– Llamo de la Policia, tengo que hablar con Iversen ahora.
– ?Cual era su nombre?
La mujer no se rendia tan facilmente.
– Hanne Wilhelmsen, jefatura de Policia.
– Un momento.
Fue una presentacion del todo insuficiente. Tras cuatro minutos de silencio total, sin siquiera una voz que le dijera «Mantengase a la espera, en breve le atenderemos», pulso el boton de interrupcion de llamadas y volvio a marcar el numero.
– UDI, ?en que puedo servirle?
Era la misma mujer.
– Soy Hanne Wilhelmsen, de la Brigada Judicial, Grupo de Homicidios y Violaciones, Jefatura de Policia de Oslo. Tengo que hablar de inmediato con Cato Iversen.
La mujer se quedo perpleja. A los diez segundos, Cato Iversen respondio. Se presento con su apellido.
– Buenos dias -dijo Hanne, en un tono neutro o, al menos, lo mas neutro de lo que fue capaz en ese momento-. Soy Hanne Wilhelmsen, de la Brigada Judicial, jefatura de Oslo.
– Muy bien -contesto el hombre.
Ella noto que no parecia nada preocupado. Se consolo pensando que estaba acostumbrado a hablar con la Policia.
– Me gustaria tomarle declaracion con relacion a un caso en el que trabajamos actualmente. Es urgente. ?Puede venir?
– ?Ahora? ?Ahora mismo?
– Si, cuanto antes.
Por la pausa que surgio, estaba claro que el hombre se lo estaba pensando.
– El caso es que me es del todo imposible, lo siento. Pero yo…
La mujer pudo escuchar el ruido de papeles; era mas que probable que estuviera mirando su agenda.
– Puedo el lunes que viene.
– Eso no es posible, necesito hablar con usted ahora. No tardaremos nada -mintio descaradamente.
– ?De que se trata?
– Lo hablaremos cuando venga, le espero dentro de una hora.
– Pero que esta diciendo, eso es imposible. Voy a dar una conferencia en un seminario interno que tenemos ahora.
– Venga de inmediato -dijo en voz baja-. Diga que se encuentra mal, inventese cualquier cosa. Puedo ir a buscarlo, claro esta, pero tal vez prefiera venir por sus propios medios.
El hombre se mostraba ahora nervioso. «?Y quien no lo estaria despues de una conversacion como esta?», penso Hanne, que prefirio no darle demasiada importancia al hecho.
– Estare alli dentro de media hora -dijo, finalmente-. Tal vez tarde algo mas, pero ire.
Kristine no sabia que hacer. Su padre salio como siempre a las ocho para acudir a su despacho, pero ya no estaba tan segura de que eso realmente era lo que habia hecho. Para cerciorarse y confirmar su sospecha, llamo a la clinica dental y pidio hablar con el.
– Pero, Kristine, carino -contesto la secretaria, mayor, aunque desenvuelta-. ?Si tu padre esta de vacaciones! ?No lo sabias?
Ella hizo lo que pudo para convencer a la senora de que habia sido todo un malentendido y colgo. No tenia ninguna duda de que su padre iba a cumplir su palabra. Estuvieron charlando la noche anterior durante mas de una hora, mas de lo que habian hablado en los ultimos diez dias juntos.
Lo peor de todo era que pensar en ello le resultaba liberador. Era grotesco, espeluznante, una autentica locura. Esas cosas no se hacen, al menos no en Noruega. Sin embargo, pensar en que el hombre iba a morir la tranquilizaba. Sentia una especie de euforia, la posibilidad de obtener algun tipo de revancha y desagravio. Habia destrozado dos vidas y no se merecia otra cosa. Sobre todo cuando la Policia no hacia nada para capturarlo; ademas, si lo detenian, le caeria un ano en una celda cojonuda con television y ofertas de ocio. No se lo merecia.
Merecia morir, y ella no merecia lo que el le habia hecho. Era un ladron y un asesino. Su padre no se merecia pasar por lo que estaba pasando. Cuando casi consiguio calmarse, casi satisfecha, noto que un escalofrio le recorria toda la espalda. Era simple y llanamente un perfecto desproposito. No se mata a la gente asi, sin mas, y si alguien lo tenia que hacer, debia ser ella misma.
Habia pasado toda una eternidad desde que Billy T. trabajaba de investigador. Ahora llevaba mas de cinco anos en la Patrulla Desorden del Grupo de Estupefacientes. Era tanto tiempo que, con toda seguridad, acabaria como policia en vaqueros hasta hacerse demasiado viejo. Pero todavia circulaban historias sobre sus dotes de interrogador. No se cenia para nada al manual, pero tenia un record de confesiones abrumador. Hanne habia insistido y el se habia dejado convencer. Entonces se dio cuenta de que tal vez fuera una excusa para volver a estar con el. La noche anterior fue de lo mas irreal; ahora que estaba de nuevo en un entorno protegido y con todos los mecanismos de defensa en alerta se daba cuenta. Aun asi, sentia una intensa necesidad de verle, de hablar con el de cosas banales y corrientes, de historias de policias. Queria, sencillamente, asegurarse de que seguia siendo el mismo.
Desde luego que lo era. Se iba acercando a su despacho a golpe de bromas y gritos y ella lo oia venir desde lejos. Cuando la vio asomar la cabeza por la puerta para recibirlo, solto una retahila de piropos sin la menor alusion a lo que habia ocurrido unas horas antes. Tampoco parecia tan cansado. Todo seguia como antes, o casi.
Cuando Hanne vio entrar a Cato Iversen, noto una fuerte punzada en el estomago. No se asemejaba del todo al retrato robot, pero respondia bastante bien a la descripcion que hizo Kristine Haverstad de su agresor. Ancho de espaldas y rubio, con entradas profundas. No era especialmente alto, pero el cuerpo musculoso le concedia un aspecto macizo. Estaba bronceado, como tanta gente en aquellos dias, casi todos, salvo los currantes de la Jefatura de Policia de Oslo.
Billy T. ocupaba con su presencia casi todo el despacho, asi que, anadiendo a Cato Iversen y a Hanne, la habitacion estaba a rebosar. Billy T. se posiciono de espaldas a la ventana, sentado sobre el alfeizar. A contraluz, su silueta cobraba proporciones gigantescas de contornos afilados y sin rostro. Hanne ocupaba su puesto habitual.
Cato Iversen mostraba signos inequivocos de cierto nerviosismo, aunque dichas senales seguian sin significar ni una cosa ni otra. Tragaba saliva constantemente, se movia inquieto en la silla y puso al descubierto una curiosa