«Al diablo con todo, lo habian pillado. Todo lo demas habia sido solo una mera fachada.» A pesar del ataque directo de la mujer policia, siguio rascandose la mano enloquecidamente. Empezaba a dolerle, asi que lo dejo.
– Quiero hablar con un abogado -exclamo de repente-. No dire nada mas hasta haber hablado con un abogado.
– Pero, bueno, querido Iversen -dijo Billy T., suave como la seda, poniendose en cuclillas delante de el-. Si no se le acusa de nada en absoluto.
– Pero soy sospechoso de algo -contesto Iversen, que tenia los ojos vidriosos-. Tengo derecho a un abogado.
Hanne se inclino sobre su mesa y apago la grabadora.
– Iversen, dejemos muy clara una cosa: lo interrogamos en su condicion de testigo, es decir, que no es ni sospechoso ni inculpado. Ergo no tiene derecho a un abogado. Ergo puede irse cuando quiera de esta habitacion y abandonar el edificio cuando le plazca. En caso de que, aun asi, decida hablar primero con un abogado y luego charlar un poco mas con nosotros, esta en su derecho.
Cogio el telefono y lo coloco delante del hombre, agarro el listin telefonico y lo solto encima de la mesa al lado del aparato.
– Aqui tiene -dijo invitandolo a usarlos. Echo un vistazo a su alrededor para asegurarse de no dejar nada que el no pudiera ver, agarro unas cuantas carpetas y se llevo a Billy T. Se detuvo en la puerta-. Estaremos de vuelta dentro de diez minutos -dijo.
Tardaron algo mas. Estaban sentados en la sala de emergencias, con sendos vasos del brebaje matutino elaborado por Hanne. El hielo se habia derretido, el azucar habia caido al fondo de la jarra casi vacia y los taninos hacian que la bebida no fuera tan refrescante como unas horas atras.
– Ahora ya lo rematas tu solita -dijo Billy T.-. La verdad es que no tuve que abrir mucho el pico.
– Bueno, con ese aspecto asustas a cualquiera, y eso basta para hacer cantar al mas inocente y que confiese lo que sea -bromeo Hanne, y vacio el vaso-. Ademas, no se si lo podemos inculpar.
– De lo que no hay duda es de que si esta temblando es por alguna razon -dijo Billy T.-. Y, ademas, estoy muerto de sueno. Y seguro que tu tambien -anadio, intentando cruzar su mirada con la de ella.
Hanne no contesto, solo levanto el vaso vacio en un brindis vacuo cuando el salio del cuarto. Entonces Erik entro como un remolino.
– La encontre -jadeo-. ?De hecho, estaba caminando hacia aqui! Me tope con ella en la puerta. ?Para que la querias?
No necesito mas de hora y media para montar una rueda de reconocimiento. Fue sorprendente comprobar la cantidad de rubios de espaldas anchas y de poco pelo en el flequillo que pertenecian al cuerpo. Cinco de ellos se encontraban ahora colocados en fila junto a Cato Iversen en la sala de reconocimiento. Al otro lado del cristal separador se hallaba Kristine Haverstad, mordiendose las unas.
No habia acudido a la jefatura para eso. Se topo con el oficial pecoso en el momento de entrar, tras haberlo meditado mucho tiempo. Estuvo a punto de cambiar de parecer cuando el aparecio y, radiante de jubilo, se la llevo consigo. Afortunadamente, no tuvo que abrir la boca.
Hanne parecia mucho mas cansada que la semana anterior. Los ojos estaban mas apagados, la boca mas tirante y los labios cortados. Hacia una semana, Kristine habia reparado en su belleza, le parecia muy guapa. Sin embargo, ahora era una mujer normal y sin maquillar, con rasgos bellos. Tampoco mostro el mismo fervor desmesurado, aunque fue en todo momento amigable y atenta.
Los seis hombres entraron en fila india, como un grupo de ocas bien alimentadas. Cuando el primero alcanzo el extremo de la habitacion, todos se giraron y fijaron la mirada ciega en el cristal. Kristine era consciente de que no podian verla.
No estaba alli. Todos se parecian un poco, pero ninguno de ellos era el hombre que se habia abalanzado sobre ella. Notaba que las lagrimas intentaban brotar. Ojala fuera uno de ellos, asi estaria a salvo de su padre. Ella podria intentar rehacer su vida y no tendria que avisar a la Policia de que su propio padre planeaba matar. La vida se presentaria de una forma tan infinitamente distinta si fuera uno de ellos… Pero no era el caso.
– Tal vez el numero dos -salio de sopeton de su boca.
?Que estaba haciendo? Para nada era el numero dos. Pero si conseguia que la Policia retuviera a uno de ellos, podria ganar tiempo. Tiempo para pensar, para trabajarse a su padre. Solo un par de dias, quizas; en cualquier caso, menos daba una piedra.
– ?O el numero tres?
Echo una mirada interrogante a Hanne, que seguia como una efigie mirando de frente.
– Si -decidio finalmente-. El numero dos o el tres, pero no estoy muy segura.
Hanne agradecio su colaboracion, la acompano hasta la salida y estaba tan decepcionada que se le olvido preguntar a Kristine el motivo de su visita. Tampoco tenia mucha importancia. Kristine se colgo el bolso de su hombro enclenque y abandono la jefatura con la conciencia tranquila por no haber delatado a su padre.
El numero dos de la rueda era el apoderado Fredrik Andersen, de la Oficina de Ujieres, y el numero tres era el oficial de primera Eirik Langbratan, un tipo simpatico que trabajaba en la Guardia de la Brigada Criminal. Cato Iversen, el numero seis de la fila, recibio un apreton de manos, una disculpa no muy sincera y la autorizacion para marcharse.
Una vez en la calle Gronland y fuera del alcance de cualquiera que estuviese oteando desde la casa grande y arqueada, entro en Lompa y pidio dos pintas de cerveza. Se sento a una mesa en la esquina mas recondita del local y se encendio un cigarrillo con las manos temblorosas.
La madrugada del 30 de mayo habia viajado en el transbordador que navegaba desde Dinamarca hasta Noruega con una carga de alcohol de contrabando escondida en el trailer. Jamas volveria a hacerlo.
Habia malgastado un dia entero en la pista falsa; era, cuando menos, desesperante. Pero eso no iba a obsesionarle.
El inspector Hans Olav Kaldbakken entro en el despacho de Hanne para recibir su
– ?Que, avanzamos algo, Wilhelmsen? -pregunto, ronco-. ?Tenemos algo mas solido que ese… Cato Iversen? Porque ese no tiene nada que ver, ?verdad?
– No, no es el -dijo Hanne, masajeandose las sienes.
Habia sido un fiasco, y ya desde un principio pendia de un hilo. Iversen estaba casi seguro metido en chanchullos, pero tendrian tiempo mas adelante de darle caza. Estaba convencida de que Kristine, en cuanto viera a su agresor, lo reconoceria. No acababa de entender el motivo que llevo a la joven a senalar a dos personas que obviamente no le habian hecho nada. Tal vez fuera un fuerte deseo inconsciente de darles algo. Era un hecho llamativo, pero ya tendria tiempo de pensar en ello.
– Nos acercamos al sabado -dijo Kaldbakken, apesadumbrado-. Nos acercamos peligrosamente al sabado.
Hablaba con un dialecto curioso; ademas se tragaba las palabras antes de acabar de pronunciarlas. Pero Hanne habia tenido el mismo jefe durante muchos anos, asi que entendia sin problemas lo que decia.
– Es cierto, Kaldbakken. Nos acercamos al sabado.
– ?Sabes? -le dijo el, inclinandose hacia ella en un ataque inaudito de confidencialidad-, lo que mas odio son las violaciones. Sencillamente, no puedo con eso, y he sido policia durante treinta anos. -Se distrajo por un momento pero enseguida recupero el hilo-. Treinta y tres anos, para ser exacto. Empece en 1960, lo cual no significa que sea un hombre mayor. -Sonrio con el ceno fruncido y tosio con fuerza-. 1960. Que tiempos aquellos, era estupendo ser policia en aquella epoca, y nos pagaban bien, mas que a los obreros industriales, bastante mas. La gente nos respetaba en aquellos anos. Gerhardsen era todavia primer ministro y la gente navegaba con el mismo rumbo.
El humo formaba densas capas en la habitacion. El hombre liaba sus cigarrillos y escupia tabaco entre murmullos apagados.
– En aquel entonces teniamos dos o tres violaciones al ano, menudo revuelo. Pero siempre pillabamos al hijo de puta. La mayoria de los que trabajaban aqui eran hombres. Las violaciones era lo que mas odiabamos, todos, y