– Si, esa es la cuestion. No podemos ser cobardes y entregarselo a los comunistas, aunque he de admitir que se me ha pasado por la cabeza.
– De ahi es de donde viene, sospecho. No me dijeron gran cosa.
Salamone se encogio de hombros.
– No me sorprende. Para hacer algo asi, en Alemania, bajo el regimen nazi, hace falta alguien muy fuerte, muy comprometido, con mucha ideologia detras.
– Tal vez -repuso Weisz-, tal vez simplemente podamos decir que lo sabemos, que hemos oido que esta pasando esto. Los fascistas sabran averiguar lo demas, no tienen mas que mirar en su casa. Es una deslealtad a Italia permitir que otro pais prepare una ocupacion. De ese modo, aunque no les caigamos bien, cuando imprimamos esto seremos patriotas.
– ?Como lo dirias?
– Como te acabo de comentar. Un responsable funcionario de un organismo italiano ha informado a
– No esta mal -aprobo Salamone.
– Pero luego tendremos que ocuparnos del asunto en si.
– Darselo a alguien que pueda utilizarlo.
– ?Los franceses? ?Los britanicos? ?Ambos? ?Se lo entregamos a un diplomatico?
– No hagas eso.
– ?Por que no?
– Porque volveran dentro de una semana pidiendo mas. Y no lo pediran por favor.
– Entonces por correo. Enviarlo al ministerio de Asuntos Exteriores frances y a la embajada britanica. Que traten ellos con la OVRA.
– Yo me encargo -prometio Salamone, deslizando la lista hacia su lado de la mesa.
Weisz se la quito.
– No, yo soy el responsable, lo hare yo. ?Te parece que la vuelva a pasar a maquina?
– Entonces llegaran hasta tu maquina de escribir -razono Salamone-. Pueden averiguar esa clase de cosas. En las novelas policiacas pueden, y yo creo que es cierto.
– Pero sino, daran con la maquina del tipo del parque. Y si lo descubren…
– Pues entonces hazte con otra maquina de escribir.
Weisz sonrio.
– Creo que este juego se llama la
– Comprandola. En Clignancourt, en el mercadillo. Luego deshazte de ella. Empenala, tirala por la ventana o dejala en la calle. Y hazlo antes de entregarle la lista a un correo.
Weisz doblo la lista y la introdujo de nuevo en el sobre.
Esa tarde, a las ocho, Weisz salio a la caza de la cena. ?Mere no se que? ?Chez no se cuantos? Habia leido
Caminando bajo la lluvia, se metio por una bocacalle y se topo con un pequeno establecimiento llamado Henri. La ventana estaba bastante empanada, pero pudo ver un suelo de baldosas blancas y negras, comensales en la mayoria de las mesas y una pizarra con el menu de esa noche. Cuando entro, el dueno, corpulento y rubicundo, como no podia ser de otra manera, fue a saludarlo, limpiandose las manos en el delantal. ?Cubierto para uno, monsieur? Si, por favor. Weisz colgo la gabardina y el sombrero en el perchero que habia junto a la puerta. En los restaurantes muy llenos, con mal tiempo, el trasto acababa cargado hasta los topes y, sin ningun genero de duda, volcaba al menos una vez durante la velada, cosa que siempre hacia reir a Weisz.
Lo que Henri ofrecia esa noche era un buen plato de puerros al vapor seguido de
Estaba sentado en un rincon y, cuando se abrio la puerta, miro de soslayo. El hombre que entro se quito el sombrero y el abrigo y encontro un gancho libre en el perchero. Era un tipo tirando a gordo, bonachon, una pipa entre los dientes y un chaleco bajo la chaqueta. Echo un vistazo en derredor y, justo cuando Henri se le acerco, diviso a Weisz.
– Vaya, hola -saludo-. El senor Carlo Weisz, menuda suerte.
– Senor Brown. Buenas noches.
– No le importara que me siente con usted, ?verdad? ?Esta esperando a alguien?
– No, a decir verdad casi he terminado.
– Odio comer solo.
Henri, limpiandose las manos en el delantal, parecia que no siguiera la conversacion, pero cuando el senor Brown dio un paso hacia la mesa de Weisz sonrio y retiro una silla.
– Muchas gracias -se lo agradecio Brown. Se acomodo y se puso las gafas para leer la pizarra-. ?Que tal la comida?
– Muy buena.
– Rinones -constato-. Estupendo. -Pidio y luego dijo-: Lo cierto es que tenia pensado ponerme en contacto con usted.
– ?Ah, si? Y ?por que?
– Un pequeno proyecto, algo que podria interesarle.
– ?De veras? Le dedico a Reuters casi todo mi tiempo.
– Si, lo imagino. De todas formas esto se sale un poco de lo habitual y supone una oportunidad para, en fin, cambiar las cosas.
– ?Cambiar las cosas?
– Eso es. Ultimamente, en Europa no pinta bien la cosa, con Hitler y Mussolini…, creo que sabe a que me refiero. Bueno, yo vivo mi vida diaria, pero uno quiere hacer algo mas, y me relaciono con un punado de amigos de igual parecer y, de vez en cuando, intentamos hacer algo que merezca la pena. El grupo es muy informal, entiendame, pero contribuimos con algunas libras y utilizamos nuestros contactos de negocios y, nunca se sabe, tal vez, como le he dicho, puedan cambiarse las cosas.
Un camarero trajo una frasca de vino y un cestillo de pan. El senor Brown dejo escapar un «Mmm» a modo de gracias, se sirvio un vaso de vino, le dio un sorbo y observo:
– Bueno. Muy bueno, sea lo que sea. Nunca te lo dicen, ?verdad? -Bebio otro trago, partio un panecillo en dos y comio-. Veamos -anadio-, ?por donde iba? Ah, si, nuestro pequeno proyecto. A decir verdad comenzo la noche que tomamos aquellas copas en el bar del Ritz, con Geoffrey Sparrow y su amiga, ?se acuerda?
– Si, claro que me acuerdo -respondio Weisz con cautela, temeroso de lo que pudiera venir a continuacion.
– Bueno, me dio que pensar, ?sabe? Se me presento la oportunidad de hacer algo por el lamentable mundo de ahi fuera. Asi que le pedi a un amigo que hiciera unas averiguaciones y, por pura casualidad, dimos con ese coronel Ferrara sobre el que usted escribio. Pobre diablo, su unidad se retiro a Barcelona, donde tuvieron que deshacerse de los uniformes y huir, por los Pirineos, de noche, lo cual es realmente peligroso, como usted bien sabe. Una vez en Francia lo arrestaron, claro esta, y lo internaron en un espantoso campo de Gascuna. Y alli es donde lo encontramos, por medio de un amigo que trabaja en un ministerio frances.
Aquello cada vez pintaba peor.
– No es facil hacer algo asi.
– No, nada facil. Pero, maldita sea, merecio la pena, ?no cree? Es decir,