nada mal. Desde luego no era un cuarto minusculo en el piso de algun
– ?Y los emigrados pagan esto? -pregunto Ferrara con evidente escepticismo.
Kolb se encogio de hombros y esbozo la mas angelical de las sonrisas. «Que todos tus secuestros sean tan dulces, corderito.»
– ?Le gusta? -quiso saber Kolb.
– Pues claro que
– Me alegro -contesto Kolb, que no era manco callandose cosas.
Ferrara colgo la chaqueta en una percha del armario y se saco de los bolsillos el pasaporte, unos papeles y una fotografia en color sepia de su mujer y sus tres hijos con un marco de carton. En su dia la habian doblado y la foto se habia roto por una esquina de arriba.
– ?Su familia?
– Si -replico Ferrara-. Pero sus vidas siguen un camino muy distinto del mio. Hace mas de dos anos que no los veo. -Metio el pasaporte en el cajon de abajo del armario, cerro la puerta y coloco la fotografia en el alfeizar interior de la ventana-. Es lo que hay -anadio.
Kolb, que sabia de sobra a que se referia, asintio compasivo.
– Me deje muchas cosas cuando cruce los Pirineos a pie, de noche, y los que me arrestaron se quedaron con casi todo lo demas. -Se encogio de hombros y continuo-: Asi que lo que tengo son cuarenta y siete anos.
– Son los tiempos que nos ha tocado vivir, coronel -contesto Kolb-. Ahora creo que deberiamos bajar a la cafeteria a tomar un cafe con leche caliente y una
19 de marzo.
Los profetas del tiempo auguraban la primavera mas lluviosa del siglo, y asi era cuando Carlo Weisz regreso a Paris. El agua le chorreaba por el ala del sombrero, corria por los canalones y no hacia nada por mejorar su estado de animo. Del tren al metro y del metro al Hotel Dauphine ideo una docena de planes inutiles para traer a Christa von Schirren a Paris, ninguno de los cuales valia un pimiento. Pero al menos le escribiria una carta, una carta disimulada, como si fuera de una tia suya, o de una antigua amiga del colegio tal vez, que estuviera viajando por Europa, se hubiese detenido en Paris y recogiera el correo en la oficina de American Express.
Delahanty se alegro de verlo esa tarde. Se habia apuntado un tanto ante la competencia con la noticia sobre la «resistencia en Praga», aunque el
Salamone tambien se alegro de verlo, aunque no por mucho tiempo. Se reunieron en el bar proximo a su oficina. Gotas de lluvia que el letrero de neon tenia de rojo bajaban despacio por la ventana, y la perra del bar se sacudio y lanzo una generosa cantidad de agua cuando la dejaron entrar.
– Bienvenido a casa -dijo Salamone-. Supongo que te alegraras de haber salido de alli.
– Fue una pesadilla -replico Weisz-. Aunque no es de extranar. Pero, por mucho que se lean los periodicos, nunca se conocen los pequenos detalles, a menos que uno vaya alli: lo que dice la gente cuando no puede decir lo que quiere, como te mira, como aparta los ojos. Saben cuales seran las consecuencias de la ocupacion para muchos.
– Suicidios -apunto Salamone-. O eso dicen los periodicos de aqui. Cientos, judios y no judios. Los que no consiguieron huir a tiempo.
– Fue terrible -confeso Weisz.
– Bueno, aqui tampoco es mucho mejor. Y he de decirte que hemos perdido a dos mensajeros.
Queria decir
Pero de la distribucion se encargaban principalmente muchachas adolescentes que formaban parte de las organizaciones estudiantiles fascistas. Tenian que ingresar en ellas igual que sus padres se afiliaban al Partito Nationale Fascista, el PNF. «
– ?Dos? -repitio Weisz-. ?Arrestadas?
– Si, en Bolonia. Tenian quince anos y eran primas.
– ?Sabemos que paso?
– No. Salieron con periodicos en la cartera del colegio, tenian que dejarlos en la estacion, pero no volvieron. Luego, al dia siguiente, la policia aviso a los padres.
– Y ahora compareceran ante el tribunal especial.
– Si, como siempre. Les caeran dos o tres anos.
Weisz se pregunto un instante si todo aquello valia la pena: adolescentes encarceladas mientras los
– Quiza logren que las suelten -repuso.
– No creo -lo contradijo Salamone-. Sus familias no tienen dinero.
Permanecieron callados un rato. En el bar reinaba el silencio, salvo por el sonido de la lluvia en la calle. Weisz abrio el maletin y puso en la mesa la lista de agentes alemanes.
– Te he traido un regalo -empezo-. De Berlin.
Salamone se puso manos a la obra. Apoyado en los codos, no tardo en llevarse los dedos a las sienes para luego mover la cabeza despacio de un lado a otro. Cuando levanto la vista, dijo:
– ?Que pasa contigo? Primero el puto torpedo y ahora esto. ?Eres una especie de
– Eso parece -admitio Weisz.
– ?Como lo conseguiste?
– Me lo dio un tipo en un parque. Viene del ministerio de Asuntos Exteriores.
– Un tipo en un parque.
– Dejalo estar, Arturo.
– Vale, pero al menos dime que significa.
Weisz se lo explico: los servicios de espionaje alemanes se habian infiltrado en el aparato de seguridad del gobierno italiano.
–
– ?Que vamos a hacer?
Weisz observaba a Salamone mientras este intentaba dar con algo. Si, era uno de los
– No estoy seguro -respondio Salamone-. Lo que si se es que no podemos imprimirlo, porque caerian sobre nosotros como, no se, como una maldicion divina o algo peor. Y ademas estan los alemanes, la Gestapo pondria el ministerio de Asuntos Exteriores patas arriba hasta dar con el tipo que fue al parque.
– Pero no podemos quemarlo, esta vez no.
– No, Carlo, esto les hara dano. Recuerda la norma: queremos todo aquello que obligue a separarse a Alemania e Italia. Y esto lo hara, enloquecera a algunos
– La cuestion es