Ferrara iba vestido de civil: una chaqueta sucia y pantalones con los bajos deshilachados, el cabello y la barba como si se los hubiera cortado el mismo. Sin embargo se veia que era
– Coronel Ferrara -dijo Kolb, y acto seguido le dio los buenos dias en frances.
Ambos hombres se lo quedaron mirando, luego Ferrara repuso:
– ?Y usted es? -Su frances era muy lento, pero correcto.
– Me llaman Kolb.
Ferrara espero a saber mas. ?Y?
– Me preguntaba si podriamos hablar un momento. Los dos, a solas.
Ferrara le dijo algo a su amigo en un italiano apresurado y se puso en pie. Echaron a andar juntos, pasando ante corrillos de hombres que miraban a Kolb y luego apartaban la cara. Una vez solos, Ferrara se volvio, encarandose con el otro, y le dijo:
– En primer lugar, monsieur Kolb, digame quien lo envia.
– Amigos suyos, de Paris.
– No tengo amigos en Paris.
– Carlo Weisz, el periodista de Reuters, se considera amigo suyo.
Ferrara se paro a pensar un rato.
Bueno, tal vez -admitio.
– He organizado su liberacion -conto Kolb-. Puede volver a Paris conmigo si lo desea.
– ?Trabaja para Reuters?
– A veces. Mi trabajo consiste en encontrar personas.
– Un agente secreto.
– Algo asi.
Al poco Ferrara contesto:
– Paris. -Y anadio-: Quiza via Italia. -Su sonrisa era fria como el hielo.
– No, no es eso -le aseguro Kolb-. De ser asi aqui habria tres o cuatro de los nuestros, y solo estoy yo. De aqui iremos a Tarbes, y luego a Paris en tren. Tengo un coche esperando a la puerta, puede conducir usted si quiere.
– Ha dicho «organizado», ?a que se referia?
– Dinero, coronel.
– ?Lo paga Reuters?
– No, Weisz y sus amigos. Los emigrados.
– ?Por que iban a hacerlo?
– Por cuestiones politicas. Quieren contar su historia, quieren que sea usted un heroe que plante cara a los fascistas.
Ferrara no se rio, pero si se paro y miro a Kolb a los ojos.
– No es broma, ?verdad?
– No. Y ellos tampoco bromean. Le han conseguido un sitio donde quedarse en Paris. ?Que documentos tiene?
– Un pasaporte italiano -repuso Ferrara, en la voz aun un deje de ironia.
– Bien. Pues entonces vamonos, estas cosas salen mejor si uno se mueve deprisa.
Ferrara meneo la cabeza. Un repentino giro de la fortuna, si, pero ?que clase de fortuna? ?Debia quedarse? ?Irse? Finalmente decidio:
– De acuerdo, si, ?por que no?
Mientras regresaban a los barracones, Ferrara se volvio y le hizo senas a su amigo, que habia estado siguiendolos, y ambos hombres estuvieron hablando algun tiempo, el amigo clavando los ojos en Kolb como para memorizarlo. Ferrara, en italiano atropellado, menciono el nombre de Kolb, y su amigo lo repitio. Luego Ferrara entro en el barracon y salio con un fardo de ropa atado con una cuerda.
– Hace mucho que no puedo ponermela -comento-, pero me sirve de almohada.
Cuando llegaron al coche, Kolb le ofrecio la comida que habia comprado. Ferrara la cogio casi toda, salvo medio pan, y dijo:
– Solo sera un minuto. -Y volvio a cruzar la puerta del campo.
Al final termino conduciendo Ferrara, despues de hacerse una idea de la habilidad de Kolb al volante, de manera que solo tardaron veinte minutos en llegar al pueblo y luego, una hora despues, dejaron el coche en el taller y tomaron un taxi a Tarbes. Cerca de la estacion encontraron una tienda de ropa para caballero donde Ferrara escogio un traje, una camisa, ropa interior, todo excepto zapatos, pues sus botas militares habian sobrevivido dignamente en el campo. Lo pago todo Kolb. Mientras Ferrara se cambiaba en la trastienda el dueno dijo:
– Estaba en el campo, supongo, a menudo vienen aqui, si tienen la suerte de salir. -Y al momento agrego-: Una verguenza para Francia.
Por la tarde se encontraban en el tren camino de Paris. Con la luz postrera del dia, el arido sur fue dando paso lentamente a manchas de nieve en campos arados, a las suaves ondulaciones de la region del Lemosin: arboles desmochados bordeaban caminitos serpenteantes que se perdian en la distancia. «Que sugerentes», penso Kolb. Hablaban de cuando en cuando de los tiempos en que vivian. Ferrara le conto que habia aprendido frances en el campo, para pasar las horas muertas y con la mira puesta en su nueva vida de emigrado, si es que el gobierno le permitia quedarse. Habia estado en Paris una vez, hacia anos, pero Kolb percibio en su voz que la recordaba y que ahora, para el, equivalia a un refugio. En ocasiones sospechaba de Kolb, pero era normal: de algun modo, su trabajo flotaba en el aire, se palpaba la sombra de su vida secreta, se notaba.
– ?De verdad lo envian los, como decirlo, lo que llamamos los
– Si. Lo saben todo de usted, naturalmente. -Seguro que si, al menos eso era verdad, aunque todo lo demas era mentira pura y dura-. Y eso es lo que quieren, su historia.
«Por lo menos eso es lo que queremos nosotros. Pero no nos preocupemos por esas cosas», penso Kolb, ya tendrian tiempo de sobra para la verdad. Era mejor contemplar sin mas los invernales valles, con sus colores desvaidos, a medida que iban quedando atras al ritmo de las ruedas del tren.
Cuando llegaron a Paris despuntaba el nuevo dia, vetas de luz roja. Las barrenderas, ancianas en su mayor parte, se afanaban con escobas de ramas y vehiculos con agua. En la Gare de Lyon, Kolb encontro un taxi que los llevo al sexto distrito y al Hotel Tournon, en la calle del mismo nombre.
Lo mas probable es que el SSI se hubiera pensado mucho donde hospedar a Ferrara, sospechaba Kolb. ?En unas habitaciones magnificas? ?Habia que intimidar a ese peon? ?Aturdido a base de lujo? Con la guerra que se avecinaba, el Exchequer tal vez hubiese abierto la mano un tanto, pero el Servicio Secreto de Inteligencia se habia pasado los anos treinta muerto de hambre, y median el dinero con cuentagotas. El unico que abria el grifo de verdad era Hitler y, bueno, aunque se habia hecho con Checoslovaquia, no era para tanto. Asi que el Hotel Tournon: «Consiguele una habitacion discreta, Harry, nada ostentoso.» Y el barrio tambien era bastante conveniente para sus fines, ya que el Peon Dos vivia alli y podria ir andando al trabajo que le estaba destinado. «Ponselo facil, tenlos contentos a los dos. La vida funciona asi.»
Con todo, el SSI rico o pobre, a la recepcionista de noche la habian untado bien. Se levanto del sofa del vestibulo cuando Kolb aporreo la puerta y los recibio con una espantosa bata de andar por casa, el cabello castano rojizo revuelto y un sobrecogedor aliento.
–
Si, ese era el nuevo inquilino de la numero ocho, que amigos tan generosos, seguro que el tambien lo seria.
Tras salvar unas crujientes escaleras de madera llegaron a una habitacion espaciosa con una ventana alta. Ferrara se paseo por el cuarto, se sento en la cama y abrio los postigos para ver el tranquilo patio. No estaba mal,