El camarero llego con una generosa porcion de vacherin, blando y oloroso. A Weisz ya no le apetecia. Brown y sus amigos de igual parecer, con lo que quiera que tramasen, le habian quitado el apetito y lo habian sustituido por un frio nudo en el estomago.
– Ah, el queso. Rico y en su punto, diria yo.
– Asi es -convino Weisz, palpandolo con el pulgar. Corto un trozo, una loncha como Dios manda, no la punta, y lo pincho con el tenedor, pero eso fue todo lo que hizo-. ?Decia?
– Eh, si, el coronel Ferrara. Un heroe, senor Weisz, del que el mundo deberia saber. Seguro que usted piensa igual, y Reuters tambien, evidentemente. La verdad, ?podria nombrarme a otro? Ahi fuera hay un monton de victimas y un monton de odiosos malos, pero ?donde estan los heroes?
Weisz no tenia que responder, y no lo hizo.
– ?Y bien?
– Pues bien, senor Weisz, pensamos que el coronel Ferrara deberia dar a conocer su historia. Con todo detalle, publicamente.
– Y ?como lo haria?
– De la forma habitual. La habitual siempre es la mejor, y en este caso equivaldria a un libro. Su libro.
Weisz no pico. Su expresion decia: «?Quien sabe?»
– Pero, independientemente del titulo, es una buena historia. Se empieza por el campo de concentracion: ?saldra algun dia? Luego describimos como llego alli. Crece en el seno de una familia pobre, se alista en el ejercito, se hace oficial, lucha con una unidad de elite en el rio Piave, en la Gran Guerra, le ordenan ir a Etiopia, para que Mussolini forje un imperio, luego renuncia a su cargo, como protesta, despues de que aviones italianos rocien con gas las aldeas de las tribus, va a Espana y combate a los fascistas, espanoles
– Supongo que si.
– ?Pues claro que si! -Brown arqueo el pulgar y el indice y los fue moviendo a medida que decia-:
– Yo diria que si -afirmo Weisz, la voz todo lo neutral que pudo.
– Por nuestra parte solo vemos un problema. Este coronel Ferrara es un brillante oficial, capaz de hacer muchas cosas, pero no de escribir libros.
–
No fue mas que un parpadeo momentaneo del senor Brown al ver el plato, pero le revelo a Weisz que en realidad al senor Brown no le gustaban los puerros al vapor, probablemente no le gustaran los rinones de ternera, quiza no le gustara la comida francesa ni los franceses, ni Francia.
– Asi que lo que pensamos es que tal vez el periodista Carlo Weisz pudiera ayudarnos en eso -concluyo Brown.
– No lo creo posible.
– Pues claro que lo es.
– Tengo demasiado trabajo, senor Brown. De verdad que lo siento, pero no puedo hacerlo.
– Yo apostaria a que si. Apostaria mil libras.
Era un monton de dinero, pero menudo riesgo.
– Lo siento -se disculpo Weisz.
– ?Esta seguro? Porque veo que no lo ha pensado bien, que no ha considerado todas las posibilidades, ni todos los beneficios. Sin duda le daria cierta reputacion. Su nombre no aparecera en el libro, pero llegaria a los oidos de su jefe, como se llama, Delahanty. Es probable que considerara patriotico que usted hubiese participado en la lucha contra los enemigos de Gran Bretana, ?no? Se que a sir Roderick se lo pareceria.
Un disparo en la misma puerta de casa. «Si no hace lo que queremos se lo contaremos a su jefe.» Sir Roderick Jones era el director ejecutivo de la agencia Reuters: un famoso tirano, el mismisimo demonio. Lucia corbatas de universidades a las que no habia ido, insinuaba haber servido en regimientos de los que distaba mucho de haber formado parte. Por la noche, cuando el Rolls-Royce con chofer lo llevaba a casa desde el despacho, mandaban a un empleado a pisar un taco de goma que habia en la calle para que, cuando se aproximaba el coche, el semaforo se pusiera en verde. Y decian que habia reprendido a un criado por no plancharle los cordones de los zapatos.
– Y ?como sabe usted eso? -se intereso Weisz.
– Ah, es amigo de un amigo -aclaro Brown-. Excentrico en ocasiones, pero con corazon. Sobre todo en materia de patriotismo.
– No se -contesto Weisz, buscando el modo de escurrir el bulto-. Si el coronel Ferrara esta en Gascuna…
– ?Por Dios, no! No esta en Gascuna, sino aqui mismo, en Paris, en la rue de Tournon. Entonces, ahora que eso no es un obstaculo, ?se lo pensara al menos?
Weisz asintio.
– Bien -aprobo Brown-. Estas cosas es mejor sopesarlas, darse algo de tiempo, ver por donde sopla el viento…
– Lo pensare -aseguro Weisz.
– Hagalo, senor Weisz. Tomese su tiempo. Lo llamare por la manana.
A las nueve y media Carlo Weisz no estaba listo para tirarse al Sena, pero si queria echarle un vistazo. Brown no habia tardado en irse del restaurante. Dejo unos francos en la mesa -mas que suficiente para pagar ambas cenas-, ademas de los rinones de ternera y a un Henri asomado a la puerta, que lo vio irse calle abajo con mirada angustiosa. Weisz no se entretuvo. Pago su cena y salio a los pocos minutos. Para el camarero fue una propina que no olvidaria.
No tenia ganas de volver al Dauphine, aun no. Weisz echo a andar y andar, bajo hasta el rio y se detuvo en el Pont d'Arcole, la catedral de Notre Dame imponente a su espalda, una inmensa sombra en medio de la lluvia. Siempre le habia gustado contemplar los rios, del Tamesis al Danubio, ademas del Arno, el Tiber y el Gran Canal de Venecia, pero el Sena era el rey de los rios poeticos, al menos para Weisz. Inquieto y melancolico o manso y lento, dependiendo del humor del rio, o del suyo. Esa noche se veia negro, punteado de lluvia y crecido. «?Que hago? -se pregunto apoyandose en el pretil, los ojos clavados en el rio, como si fuera a responderle-. ?Por que no intento dejarme llevar hasta el mar? Seria perfecto.»
Pero era incapaz. No le gustaba sentirse atrapado, pero lo estaba. Atrapado en Paris, atrapado en un buen trabajo. ?Todo el mundo deberia estar atrapado asi! Pero bastaba con anadir la trampa del senor Brown y la ecuacion cambiaba. ?Que haria si lo echaban de Reuters? Tardaria en dar con otro Delahanty, alguien a quien caia bien, que lo protegia, que le dejaba trabajar conforme a sus capacidades. Repaso mentalmente la lista de trabajillos que habian conseguido los
Quiza pudiera retrasar el proyecto, penso, decir un «si» que fuera un «no» y luego zafarse de algun modo inteligente. Pero si Brown tenia el poder de hacer que lo despidieran, probablemente tambien tuviera el de hacer que lo expulsaran del pais. Tenia que admitir esa posibilidad. A la luz de la manana Zanzibar no se le antojaba tan lugubre. Y estaba lo peor, la carta a Christa: «cambio de planes, mi amor». No, no, imposible, tenia que sobrevivir, permanecer donde estaba. Ademas, pese a la fria e ironica doblez de Brown, era posible que el proyecto fuera realmente bueno para el triste mundo de ahi fuera, que inspirara a otros coroneles Ferraras a alzarse en armas contra el diablo. ?De verdad era tan distinto de lo que hacia en el