Aquello basto para ponerlo en movimiento: cruzo el puente, pasando ante la consabida pareja de enamorados. Al llegar a la calle de la orilla derecha se puso a caminar hacia el este, alejandose del hotel. Una puta le lanzo un beso, un vagabundo recibio cinco francos, una mujer con un elegante paraguas se lo quedo mirando disimuladamente, y unas cuantas almas solitarias, la cabeza gacha por la lluvia, no se iban a casa, todavia no. Estuvo caminando un buen rato, dejando atras el Hotel de Ville, las floristerias del otro lado de la calle, y se descubrio en el canal St. Martin, alli donde confluia con la plaza de la Bastilla.
A unos pasos, por una calle estrecha que salia de la Bastilla, habia un restaurante llamado La Brasserie Heininger. A la entrada en la calle, varios mostradores con hielo picado exhibian langostas y demas mariscos, mientras que un camarero, vestido como un pescador breton, iba abriendo ostras. Weisz habia escrito sobre el Heininger en una ocasion, en junio de 1937.
Las intrigas politicas de los emigrados bulgaros en Paris dieron un violento giro la pasada noche, en la popular Brasserie Heininger, a poca distancia de la plaza de la Bastilla, cerca de las salas de fiesta y los clubes nocturnos de la tristemente celebre rue de Lappe. Justo despues de las diez y media de la noche, el conocido jefe de sala del establecimiento, Omaraeff, un refugiado bulgaro, fue abatido a tiros mientras intentaba esconderse en un retrete del aseo de senoras. A continuacion, con el objeto de demostrar que hablaban en serio, dos hombres ataviados con sendos abrigos largos y fieltros -unos gangsteres de Clichy, segun la policia- arrasaron el elegante comedor con metralletas, perdonandole la vida a los aterrorizados comensales, pero haciendo trizas todos los espejos con marcos dorados, salvo uno, que logro sobrevivir con un unico agujero de bala en la esquina inferior. «No voy a cambiarlo -aseguro Maurice, 'Papa' Heininger, dueno de la
Weisz cayo en la cuenta de que no tenia sentido continuar hacia el este, pues en aquella direccion solo habia calles oscuras y desiertas y las tiendas de muebles del faubourg St. Antoine. ?Como evitar ir a casa? Tal vez una copa. O dos. En la Brasserie Heininger. Un refugio. Luces brillantes y gente. Por que no. Enfilo calle abajo, entro en la
– Me temo que sera una larga espera, monsieur, esta noche estamos desbordados.
Weisz vacilo un instante, esperando ver a alguien pidiendo la cuenta, y acto seguido dio media vuelta con la intencion de marcharse.
– ?Weisz!
El aludido busco de donde venia la voz.
– ?Carlo Weisz!
El conde Janos Polanyi, el diplomatico hungaro, se abrio paso por la abarrotada sala, alto, corpulento, canoso y, esa noche, no muy estable. Estrecho la mano de Weisz, lo agarro del brazo y lo llevo hasta una mesa situada en un rincon. Pegado a Polanyi, en el angosto paso que quedaba entre los respaldos de los asientos, Weisz percibio un fuerte olor a vino mezclado con aromas de colonia de malagueta y cigarros puros de calidad.
– Se sentara con nosotros -indico Polanyi al
En la mesa catorce, justo debajo del espejo con el agujero de bala, se alzaron un monton de rostros. Polanyi presento a Weisz, anadiendo: «periodista de la agencia Reuters», y a continuacion se oyo un coro de saludos, todos en frances, al parecer el idioma de la velada.
– Veamos -le dijo Polanyi a Weisz-, de izquierda a derecha: mi sobrino, Nicholas Morath; su amiga, Cara Dionello; Andre Szara, corresponsal del
– Ya nos conocemos -dijo lady Angela con una sonrisa picara.
– ?Ah, si? Estupendo.
El
– Estamos bebiendo Echezeaux -aclaro Polanyi. Era evidente: Weisz conto cinco botellas vacias en la mesa y una sexta a la mitad. Luego Polanyi se dirigio al
– No, no. Esta noche no. Solo he salido a dar un paseo bajo la lluvia.
– En cualquier caso estabamos en… -tercio Fischfang.
– Ah, si, estabamos a mitad de un chiste -comento Polanyi.
– Sobre el loro de Hitler -puntualizo Fischfang-. Numero no se cuantos. ?Lleva alguien la cuenta? -Fischfang era un hombrecillo nervioso con gafas de montura metalica torcidas, lo cual le hacia parecer Leon Trotsky.
– Empieza otra vez, Louis -pidio Voyschinkowsky.
– Esto es que el loro de Hitler esta dormido en su percha, y Hitler trabajando en su escritorio. De pronto el loro despierta y chilla: «Aqui viene Hermann Goring, comandante en jefe de la Luftwaffe.» Hitler deja el trabajo. ?Que pasa? La puerta se abre y es Goring. Hitler y Goring se ponen a hablar, pero el pajaro los interrumpe: «Aqui viene Joseph Goebbels, ministro de Propaganda.» Y, mira por donde, un minuto despues es asi. Hitler les cuenta lo que esta pasando, pero Goring y Goebbels creen que bromea. «Venga, Adolf, es un truco, seguro que le haces senas al pajaro.» «Que no, que no», asegura Hitler. «No se como, pero este pajaro sabe quien va a venir, y os lo voy a demostrar. Nos esconderemos en el armario, donde el pajaro no me ve, y esperaremos la siguiente visita.» Cuando estan en el armario el loro empieza de nuevo, pero esta vez solo esta tembloroso y mete la cabeza debajo del ala y chilla. -Fischfang se encorvo, escondio la cabeza debajo del brazo y emitio una serie de atemorizados chillidos. En las mesas de al lado algunos volvieron la cabeza-. Al cabo de un minuto la puerta se abre y aparece Heinrich Himmler, jefe de la Gestapo. Echa un vistazo, cree que en el despacho no hay nadie y se marcha. «Esta bien, chicos -dice el loro-, ya podeis salir. La Gestapo se ha ido.»
Unas sonrisas y una risa poco entusiasta del educado Voyschinkowsky.
– Los graciosos chistes sobre la Gestapo -dijo Szara.
– No tan graciosos -afirmo Fischfang-. Un amigo mio lo oyo en Berlin. A eso se dedican esos chicos.
– ?Y por que no se dedican a pegarle un tiro a ese cabron de Hitler? -apunto Cara.
– Brindare por eso -respondio Szara, su frances tenido de un fuerte acento ruso.
Weisz no habia probado nunca el Echezeaux: era demasiado caro. El primer sorbo le revelo el motivo.
– Paciencia, ninos -medio Polanyi, dejando la copa sobre el mantel-. Ya caera.
– ?Por nosotros! -exclamo lady Angela, alzando su copa.
Morath, a quien aquello le divertia, le dijo a Weisz:
– Ha caido en las garras de, bueno, no de ladrones, pero si de, eh… los ciudadanos de las sombras.
Szara rompio a reir y Polanyi sonrio.
– ?No de ladrones, Nicky? Bueno, pero monsieur Weisz es periodista.
A Weisz no le agrado que lo excluyeran.
– Esta noche no -insistio-. Solo soy un emigrado mas.
?De donde? -quiso saber Voyschinkowsky.
– Es de Trieste -replico lady Angela como si eso fuera otro chiste. Todos rieron.
– Pues entonces es miembro de honor -asevero Fischfang.
– ?En calidad de que? -se intereso lady Angela, toda inocencia.
– De eso que Nicky ha dicho. «Ciudadanos de las sombras.»
– Por Trieste, pues -intervino Szara, con la copa en alto.
Por Trieste y por todas las demas -amplio Polanyi-. Ginebra, pongamos. Y Lugano.