enviado alli a mi pobre sobrino. Un nino, diecisiete anos, un chaval muy majo, amable, y seguro que lo matan, esos putos ladrones de cabras. ?Lo has metido? -Dio unos golpecitos en la cartera de cuero.
– Si -repuso Weisz.
– Lo leere por el camino.
– Dile a Matteo que no nos olvidamos de el. -Salamone se referia al linotipista de Genova.
– Pobre Matteo.
– ?Que le ha pasado? -La voz de Salamone era tensa.
– El hombro. Apenas puede mover el brazo.
– ?Se hizo dano?
– No, se esta haciendo viejo, y ya sabes como es Genova: fria y humeda, y ultimamente no hay quien encuentre carbon, cuesta un ojo de la cara.
14 de abril, 10:40. En el tren de las 7:15 a Genova, el revisor se dirigio al furgon de equipajes y se sento en un baul. A solas, sin parada alguna hasta Lyon, se encendio un Panatela y se dispuso a leer el
15 de abril, 1:20. La imprenta de
– ?Te falta mucho?
– No.
– Venga, pues hasta manana.
– Buenas noches.
Matteo espero unos minutos y, acto seguido, puso en marcha la maquinaria para imprimir una tirada del
16 de abril, 14:15. Antonio, que conducia su furgoneta de reparto de carbon de Genova a Rapallo, no leia el
La carretera de Rapallo discurria en linea recta una vez pasada la localidad de Santa Margherita, pero Antonio aminoro la velocidad e hizo girar el volante para meterse por un camino que subia hacia las colinas, al pueblo de Torriglia. A las afueras del pueblo se alzaba una villa grande y lujosa, la casa de campo de un abogado genoves, cuya hija, Gabriella, iba al instituto en Genova. Uno de los paquetes iba destinado a ella, para que lo repartiera. Tenia sus buenos dieciseis anos y estaba para comersela. No es que el, un hombre casado y simple dueno de una camioneta de reparto de carbon, tuviera ganas de probar nada, pero la chica le gustaba, y ella lo miraba de aquella manera. «Eres un heroe», o algo asi. Para un hombre como Antonio, algo muy poco comun y muy agradable. Esperaba que la chica tuviera cuidado con ese tejemaneje, porque la policia de Genova era bastante dura. Vale, quiza no todos los polis lo fueran, pero muchos si.
17 de abril, 15:30. En el Colegio del Sagrado Corazon, solo para senoritas, ubicado en el mejor barrio de Genova, el hockey sobre hierba era obligatorio, asi que Gabriella paso el final de la tarde correteando en bombachos, atizandole a una pelota con un palo y dando instrucciones a sus companeras de equipo, instrucciones que rara vez seguian. Al cabo de veinte minutos las chicas tenian la cara roja y estaban sudorosas, y la hermana Perpetua las mando sentarse para que se calmaran. Gabriella se sento en la hierba, junto a su amiga Lucia, y le informo de la llegada del nuevo
– Los cogere mas tarde -afirmo esta.
– Repartelos deprisa -pidio Gabriella.
Lucia podia ser perezosa, y necesitaba que la pincharan de vez en cuando.
– Si, ya lo se, deprisa.
Con Gabriella no habia nada que hacer, era una fuerza de la naturaleza, mejor no oponer resistencia.
Gabriella era la aspirante a santa del Colegio del Sagrado Corazon. Sabia lo que estaba bien, y cuando uno sabia lo que estaba bien, tenia que hacerlo. Eso era lo mas importante en la vida, siempre lo seria. Los fascistas, tal como habia visto, eran brutales y malvados. Y la maldad siempre habia que vencerla, de lo contrario las cosas buenas del mundo, la belleza, la verdad y el amor, desaparecerian, y nadie querria vivir en el. Despues de las clases recorrio en bicicleta el largo trayecto hasta su casa, los periodicos doblados bajo los libros de texto en la cesta, deteniendose en una
19 de abril, 7:10. El teniente DeFranco, un agente de policia de la conflictiva zona portuaria de Genova, entraba en la comisaria del distrito a esa misma hora cada manana. La garita de madera era una isla en medio del ajetreo generalizado que acompanaba la llegada del turno de dia. La comisaria habia sido renovada dos anos antes -el gobierno fascista velaba por la comodidad de sus policias- y habian instalado retretes nuevos, de los de sentarse, en sustitucion de los viejos retretes a la turca. El teniente DeFranco encendio un cigarrillo y echo mano detras de la taza para comprobar si habia algo que leer esa manana, y, por suerte, asi era: un ejemplar del
Como de costumbre, se pregunto distraidamente quien lo habria dejado alli, pero era dificil saberlo. Algunos policias eran comunistas, quiza uno de ellos, aunque podia ser cualquiera que se opusiera al regimen por el motivo que fuese, idealismo o venganza. Ultimamente la gente las mataba callando. En la primera pagina Albania, vineta, editorial. No iban descaminados, penso, si bien tampoco se podia hacer gran cosa. Con el tiempo Mussolini vacilaria, y los otros lobos caerian sobre el. Asi funcionaban las cosas, siempre habian funcionado asi en esa parte del mundo. Bastaba con esperar, pero mientras uno esperaba no estaba mal tener algo para leer con el ritual matutino.
A las diez y media de esa manana, acudio a un bar del muelle frecuentado por los estibadores para mantener una charla con un ladron de poca monta que de vez en cuando le pasaba algun que otro chisme. Entrado en anos, el ladron creia que, cuando al final lo cogieran trepando por una ventana, la ley quiza fuese algo mas blanda con el, tal vez le cayera un ano en lugar de dos, cosa que bien merecia alguna que otra charla con el poli del barrio.
– Ayer estaba en el mercado de verduras -comenzo, inclinandose sobre la mesa-. En el puesto de los hermanos Cuozzo, ?lo conoce?
– Si -aseguro DeFranco-. Lo conozco.