enviado alli a mi pobre sobrino. Un nino, diecisiete anos, un chaval muy majo, amable, y seguro que lo matan, esos putos ladrones de cabras. ?Lo has metido? -Dio unos golpecitos en la cartera de cuero.

– Si -repuso Weisz.

– Lo leere por el camino.

– Dile a Matteo que no nos olvidamos de el. -Salamone se referia al linotipista de Genova.

– Pobre Matteo.

– ?Que le ha pasado? -La voz de Salamone era tensa.

– El hombro. Apenas puede mover el brazo.

– ?Se hizo dano?

– No, se esta haciendo viejo, y ya sabes como es Genova: fria y humeda, y ultimamente no hay quien encuentre carbon, cuesta un ojo de la cara.

14 de abril, 10:40. En el tren de las 7:15 a Genova, el revisor se dirigio al furgon de equipajes y se sento en un baul. A solas, sin parada alguna hasta Lyon, se encendio un Panatela y se dispuso a leer el Liberazione. En parte ya sabia de que iba, pero el editorial era desconcertante. ?Que estaban haciendo los alemanes? ?Infiltrandose en la policia italiana? Aunque bueno… Eran iguales que ellos, los italianos. Asi ardieran todos esos en el infierno. Pero la vineta lo hizo reir a carcajadas, y le gusto el articulo referente a la invasion de Albania. «Si -penso-, dadles en toda la cresta.»

15 de abril, 1:20. La imprenta de Il Secolo, el diario genoves, no se encontraba lejos de las enormes refinerias, en la carretera del puerto, y se pasaban las noches llevando vagones cisterna de un sitio a otro en la via ferrea que discurria por detras. En tiempos mejores Il Secolo habia sido el periodico democratico mas antiguo de Italia; luego, en 1923, una venta forzosa lo habia hecho caer en manos de los fascistas, y la politica editorial habia cambiado. Pero Matteo, y muchos de los que trabajaban con el, no. Cuando termino una tirada de octavillas para la asociacion de farmaceuticos fascistas de Genova, el jefe de los talleres se paso a dar las buenas noches.

– ?Te falta mucho?

– No.

– Venga, pues hasta manana.

– Buenas noches.

Matteo espero unos minutos y, acto seguido, puso en marcha la maquinaria para imprimir una tirada del Liberazione. ?De que iba esta vez? Albania, si, todo el mundo coincidia en eso. «?Por que? ?Por aquel pedregal?» Esa era la ultima comidilla de la piazza, y como alli en todas partes: se escuchaba en el autobus, en los cafes. A Matteo le satisfacia enormemente su labor de impresion nocturna, aun cuando resultara peligrosa, ya que era una de esas personas a las que no les gustaba nada que las mangonearan, y esa era la especialidad de los fascistas: obligar a uno a hacer lo que ellos querian, con una sonrisa. «Toma -penso mientras hacia los ajustes y le daba a una palanca para imprimir un ejemplar de prueba-, subete aqui y pedalea.»

16 de abril, 14:15. Antonio, que conducia su furgoneta de reparto de carbon de Genova a Rapallo, no leia el Liberazione porque no sabia leer. Bueno, no exactamente, pero tardaba lo suyo en descifrar cualquier cosa escrita, y en aquel periodico habia un monton de palabras que desconocia. Repartir esos paquetes fue idea de su mujer -la hermana de esta vivia en Rapallo y estaba casada con un judio que habia sido propietario de un hotel-, y era evidente que, a sus ojos, ello habia incrementado su valia. Tal vez su esposa habia tenido sus dudas cuando afronto el hecho, a los dos meses de embarazo, de que habia llegado la hora de casarse, pero ahora ya no. En casa nadie dijo nada, pero el notaba el cambio. Las mujeres sabian como decirle a uno algo sin decirlo.

La carretera de Rapallo discurria en linea recta una vez pasada la localidad de Santa Margherita, pero Antonio aminoro la velocidad e hizo girar el volante para meterse por un camino que subia hacia las colinas, al pueblo de Torriglia. A las afueras del pueblo se alzaba una villa grande y lujosa, la casa de campo de un abogado genoves, cuya hija, Gabriella, iba al instituto en Genova. Uno de los paquetes iba destinado a ella, para que lo repartiera. Tenia sus buenos dieciseis anos y estaba para comersela. No es que el, un hombre casado y simple dueno de una camioneta de reparto de carbon, tuviera ganas de probar nada, pero la chica le gustaba, y ella lo miraba de aquella manera. «Eres un heroe», o algo asi. Para un hombre como Antonio, algo muy poco comun y muy agradable. Esperaba que la chica tuviera cuidado con ese tejemaneje, porque la policia de Genova era bastante dura. Vale, quiza no todos los polis lo fueran, pero muchos si.

17 de abril, 15:30. En el Colegio del Sagrado Corazon, solo para senoritas, ubicado en el mejor barrio de Genova, el hockey sobre hierba era obligatorio, asi que Gabriella paso el final de la tarde correteando en bombachos, atizandole a una pelota con un palo y dando instrucciones a sus companeras de equipo, instrucciones que rara vez seguian. Al cabo de veinte minutos las chicas tenian la cara roja y estaban sudorosas, y la hermana Perpetua las mando sentarse para que se calmaran. Gabriella se sento en la hierba, junto a su amiga Lucia, y le informo de la llegada del nuevo Liberazione, que habia escondido en su casa, aunque en la taquilla tenia diez ejemplares para Lucia y su novio secreto, un joven policia.

– Los cogere mas tarde -afirmo esta.

– Repartelos deprisa -pidio Gabriella.

Lucia podia ser perezosa, y necesitaba que la pincharan de vez en cuando.

– Si, ya lo se, deprisa.

Con Gabriella no habia nada que hacer, era una fuerza de la naturaleza, mejor no oponer resistencia.

Gabriella era la aspirante a santa del Colegio del Sagrado Corazon. Sabia lo que estaba bien, y cuando uno sabia lo que estaba bien, tenia que hacerlo. Eso era lo mas importante en la vida, siempre lo seria. Los fascistas, tal como habia visto, eran brutales y malvados. Y la maldad siempre habia que vencerla, de lo contrario las cosas buenas del mundo, la belleza, la verdad y el amor, desaparecerian, y nadie querria vivir en el. Despues de las clases recorrio en bicicleta el largo trayecto hasta su casa, los periodicos doblados bajo los libros de texto en la cesta, deteniendose en una trattoria, un ultramarinos y una cabina de telefonos junto a la estafeta de Correos.

19 de abril, 7:10. El teniente DeFranco, un agente de policia de la conflictiva zona portuaria de Genova, entraba en la comisaria del distrito a esa misma hora cada manana. La garita de madera era una isla en medio del ajetreo generalizado que acompanaba la llegada del turno de dia. La comisaria habia sido renovada dos anos antes -el gobierno fascista velaba por la comodidad de sus policias- y habian instalado retretes nuevos, de los de sentarse, en sustitucion de los viejos retretes a la turca. El teniente DeFranco encendio un cigarrillo y echo mano detras de la taza para comprobar si habia algo que leer esa manana, y, por suerte, asi era: un ejemplar del Liberazione.

Como de costumbre, se pregunto distraidamente quien lo habria dejado alli, pero era dificil saberlo. Algunos policias eran comunistas, quiza uno de ellos, aunque podia ser cualquiera que se opusiera al regimen por el motivo que fuese, idealismo o venganza. Ultimamente la gente las mataba callando. En la primera pagina Albania, vineta, editorial. No iban descaminados, penso, si bien tampoco se podia hacer gran cosa. Con el tiempo Mussolini vacilaria, y los otros lobos caerian sobre el. Asi funcionaban las cosas, siempre habian funcionado asi en esa parte del mundo. Bastaba con esperar, pero mientras uno esperaba no estaba mal tener algo para leer con el ritual matutino.

A las diez y media de esa manana, acudio a un bar del muelle frecuentado por los estibadores para mantener una charla con un ladron de poca monta que de vez en cuando le pasaba algun que otro chisme. Entrado en anos, el ladron creia que, cuando al final lo cogieran trepando por una ventana, la ley quiza fuese algo mas blanda con el, tal vez le cayera un ano en lugar de dos, cosa que bien merecia alguna que otra charla con el poli del barrio.

– Ayer estaba en el mercado de verduras -comenzo, inclinandose sobre la mesa-. En el puesto de los hermanos Cuozzo, ?lo conoce?

– Si -aseguro DeFranco-. Lo conozco.

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