– Es decir, ?te dijo por que?
– No. Solo que eras un «sujeto de interes» en una investigacion.
Pompon, penso Weisz. Pero ?por que ahora?
– ?Un tipo joven? -quiso saber Weisz-. ?Muy pulcro y correcto? ?Llamado inspector Pompon?
– No, no, nada de eso. No era joven, y todo menos pulcro: tenia el cabello grasiento y las unas negras. Y se llamaba de otra forma.
– ?Me dejas ver su tarjeta?
– No me la dio. ?Suelen hacerlo?
– Generalmente si. ?Y el otro?
– ?Que otro?
– ?Iba solo? Lo normal es que haya dos.
– No, esta vez no. Solo el inspector… algo. Empezaba por «D», creo. O por «B».
Weisz se paro a pensar un instante.
– ?Estas segura de que era de la Surete?
– Eso dijo. Lo crei. -Al poco anadio-: Mas o menos.
– ?Por que dices eso?
– Bueno, no es mas que
– ?Ordinario?
– En su manera de hablar. Digamos que no era muy educado. Y no era parisino, eso se nota.
– ?Frances?
– Ah, si, sin duda. De algun lugar del sur. -Hizo una pausa, el rostro se le demudo y dijo-: ?Crees que era un impostor? ?Que esta pasando? ?Le debes dinero a alguien? Y no me refiero a un banco.
– Un gangster.
– No era como los de las peliculas, pero sus ojos nunca paraban quietos. Arriba y abajo, ?sabes? Quiza pensara que era seductor, o fino. -A juzgar por la expresion de su cara, el tipo era de todo menos «fino»-. ?Quien era, Carlo?
– No lo se.
– Te ruego una explicacion. Tu y yo no somos dos extranos. Tu sabes quien era.
?Que podia decirle? ?Cuanto?
– Puede que tenga algo que ver con la politica italiana, con los emigrados. Hay gente a la que no le caemos bien.
Los ojos de Veronique se abrieron de par en par.
– Pero ?ese hombre no deberia tener miedo de que averiguaras que era un impostor?
– La verdad es que a esa gente le da igual -contesto Weisz-. Quiza sea mejor asi. ?Te dijo que no contaras nada?
– Si.
– Pero no lo has hecho.
– Pues claro que no. Tenia que decirtelo.
– No todo el mundo lo haria, ?sabes? -repuso Weisz. Guardo silencio un instante. Ella habia sido valiente por el, y con su modo de mirarla a los ojos el le demostro que le estaba agradecido-. Veras, esto es un arma de doble filo: alguien sospecha que he cometido un delito y tu dejas de sentir lo mismo por mi o bien me lo cuentas y yo he de preocuparme por que me esten investigando.
Veronique sopeso lo que el acababa de decir, perpleja durante un momento, y luego comprendio:
– Carlo, eso es algo muy feo.
El sonrio a pesar de todo.
– Si, ?no? -dijo.
De camino a la oficina, Weisz se tambaleaba en un abarrotado vagon del metro, los rostros a su alrededor palidos y ausentes, y reservados. Habia un poema sobre eso, escrito por un americano que adoraba a Mussolini. ?Como era? Rostros como… como «petalos en una rama humeda y negra». Trato de recordar el resto, pero el tipo que habia interrogado a Veronique no lo dejaba en paz. Tal vez fuese quien habia dicho que era. Weisz no conocia de la Surete mas que a los dos inspectores que lo habian interrogado, pero habia otros, probablemente toda clase de gente. Asi y todo habia ido solo y no habia dejado su tarjeta ni un numero de telefono. De Surete nada, la policia no actuaba asi en ninguna parte. Con frecuencia, el mejor modo de recabar informacion era en privado, posteriormente, y todos los polis del mundo lo sabian.
No tenia ganas de afrontar lo que venia despues: que era la OVRA, que operaba desde un puesto clandestino en Paris, valiendose de agentes franceses, y lanzaba un nuevo ataque contra los
Salio del trabajo a las seis, vio a Salamone en el bar y le conto lo que habia pasado, y a las ocho menos cuarto ya estaba en el Tournon, con Ferrara. Lo unico que habia tenido que hacer era olvidarse de la cena, pero a juzgar por como se sentia al anochecer, tampoco es que tuviera mucha hambre.
Estar con Ferrara lo hizo sentirse mejor. Weisz habia empezado a comprender el punto de vista del senor Brown sobre el coronel: las fuerzas antifascistas no se encontraban constituidas unicamente por intelectuales torpes con gafas y demasiados libros, sino que tambien tenian de su parte a combatientes, autenticos combatientes. Y
Weisz se sento en una silla, con la nueva Remington que le habian comprado en otra, a la altura de las rodillas. Mientras, Ferrara daba vueltas por la habitacion, se sentaba en el borde de la cama, volvia a dar vueltas…
– Era extrano estar solo -afirmo-. La vida militar te mantiene ocupado, te dice lo que has de hacer en todo momento. Todo el mundo se queja de eso, se burla, pero tiene sus comodidades. Cuando deje Etiopia… ya hemos hablado del barco, del buque cisterna griego, ?no?
– Si. El capitan Karazenis, alto y gordo, el gran contrabandista.
Ferrara sonrio al recordar.
– No lo hagas parecer demasiado sinverguenza. Es decir, lo era, pero resultaba un placer estar a su lado, su respuesta al mundo cruel era robarle hasta la camisa.
– Asi aparecera en el libro. Lo llamaremos unicamente «el capitan griego».
Ferrara asintio.
– Bueno, el motor nos dio problemas frente a la costa de Liguria, cerca de Livorno. Fue un mal dia. ?Y si teniamos que entrar en un puerto italiano? ?Me delataria algun miembro de la tripulacion? Y a Karazenis le gustaba jugar conmigo, me dijo que tenia una novia en Livorno. Pero al final lo conseguimos, conseguimos a duras penas llegar a Marsella, y yo me fui a un hotel del puerto.
– ?Que hotel era?
– No estoy seguro de que tuviera nombre, el letrero decia «Hotel».
– No lo pondre.
– No sabia que uno pudiera quedarse en ninguna parte por tan poco dinero. Chinches y piojos, pero ya conoces el viejo dicho: «La mugre y el hambre solo importan ocho dias.» Y yo pase alli meses, y luego…
– Espera, espera, no tan deprisa.
Estuvieron dandole duro, Weisz martilleando las teclas, escupiendo paginas y mas paginas. A las once y media decidieron dejarlo. El aire de la habitacion estaba cargado de humo y en calma, Ferrara abrio los postigos y despues la ventana, y entro una rafaga del frio aire de la noche. Se asomo y miro a un lado y otro de la calle.