distancia esta…», para anadir el nombre, «?Donde esta la estacion de ferrocarril?» Ya sabes a que me refiero, preguntas para hacerle a la gente del lugar.

Weisz se volvio para echar un vistazo al taxi, y el taxista, que los estaba observando, aparto la cara.

– Tiene toda la pinta de que va a ir a Polonia -apunto Weisz-. ?Y?

– Y con el la Wehrmacht.

– Puede que si -contesto Weisz-. O puede que no. Podria ir en calidad de agregado militar o para encargarse de alguna negociacion. ?Quien sabe?

– El no. No es ningun agregado. Es general de infanteria, simple y llanamente.

Weisz se paro a pensar un instante.

– Entonces sera antes del invierno, a principios de verano, despues de la siembra de primavera, porque la mitad del ejercito trabaja en el campo.

– Yo tambien lo creo.

– ?Sabes lo que esto significa para ti, Christa? Sera dentro de dos meses, a lo sumo. Y una vez empiece, se extendera y se prolongara durante mucho tiempo: los polacos cuentan con un nutrido ejercito, y lucharan.

– Me ire antes de que ocurra, antes de que cierren las fronteras.

– ?Por que no manana? ?En avion? No sabes lo que te depara el futuro. Esta noche aun puedes salir, pero pasado manana…

– No, aun no, no puedo. Pero podre pronto. Todavia hemos de hacer una cosa aqui, esta en marcha, por favor, no me pidas que te cuente mas.

– Te arrestaran, Christa. Ya has hecho bastante.

– Dame un beso de buenas noches. Te lo ruego. El taxista nos mira.

La abrazo, y se besaron. Luego el se quedo mirando como se alejaba hasta que, en la esquina, le dijo adios y desaparecio.

Para siempre.

En el vuelo de las doce y media a Paris, mientras el avion cobraba velocidad, Weisz miro por la ventanilla los campos que bordeaban la pista de despegue. Estaba triste. Habia llegado a la conclusion de que el apasionado comportamiento de Christa habia sido su forma de despedirse. «Recuerdame tal como soy esta noche.» Era muy capaz. Estaba metida en un complot que la tendria atrapada hasta que la operacion se malograra y entonces, como su amigo del parque de atracciones, ella desapareceria en la Nacht und Nebel. El nunca sabria lo que habia sucedido. ?Podria haber dicho algo que la hubiese convencido de que se marchara? No, sabia de sobra que no habia palabras en el mundo que la hicieran cambiar de opinion. Era su vida, para vivirla, para perderla, permaneceria en Berlin, lucharia contra sus enemigos y no huiria. Cuantas mas vueltas le daba, peor se sentia Weisz.

Al final lo que sirvio de ayuda fue que Alfred Millman, un corresponsal del New York Times, estuviese sentado a su lado. El y Weisz ya se conocian, e intercambiaron movimientos de cabeza y saludos entre dientes al tomar asiento. Alto y fornido, el cabello ralo y cano, Millman daba la impresion de nadar siempre a contracorriente, un hombre que, tras aceptar que ese era su elemento natural, habia aprendido muy pronto a ser un buen nadador. Aunque no fuese la estrella de su periodico, era, como Weisz, un trabajador infatigable, destinado a esta o aquella crisis, enviando sus cronicas, cubriendo luego la siguiente guerra o la siguiente caida de un gobierno, dondequiera que se declarara el incendio. Una vez leido el Deutsche Allgemeine Zeitung, lo cerro bruscamente y le dijo a Weisz:

– Bueno, basta de cuentos chinos por hoy. ?Quieres echarle un vistazo?

– No, gracias.

– Te vi en la ceremonia. Siendo italiano, tuvo que ser duro para ti presenciarlo.

– Lo fue. Se creen que van a gobernar el mundo.

Millman asintio con la cabeza.

– Viven de ilusiones. Que Pacto de Acero ni que nino muerto, si no tienen acero, han de importarlo. Y tampoco tienen mucho carbon, ni una gota de petroleo, y su jefe de intendencia militar tiene ochenta y siete anos. ?Como demonios van a hacer la guerra?

– Obtendran lo que necesitan de Alemania, como siempre han hecho. Cambiaran vidas de soldados por carbon.

– Ya, claro, hasta que a Hitler se le hinchen las narices. Y siempre se le hinchan, ya sabes, antes o despues.

– No ganaran -aseguro Weisz- porque la gente no quiere luchar. Lo que hara la guerra es arruinar el pais, pero el gobierno cree en la conquista, por eso ha firmado.

– Si, ya lo vi ayer. Pompa y solemnidad. -La repentina sonrisa de Millman era ironica-. ?Conoces la vieja frase de Karl Kraus? «?Como se gobierna el mundo y como empiezan las guerras? Los diplomaticos cuentan mentiras a los periodistas y luego se creen lo que leen.»

– La conozco -contesto Weisz-. La verdad es que Kraus era amigo de mi padre.

– No me digas.

– Fueron colegas durante un tiempo, en la Universidad de Viena.

– Decian que era el tipo mas listo del mundo. ?Llegaste a conocerlo?

– Lo vi unas cuantas veces, de pequeno. Mi padre me llevo a Viena y fuimos al cafe preferido de Kraus.

– Ya, los cafes de Viena, los libelos, las enemistades. Kraus no se fue de vacio: el unico hombre al que atizo Felix Salten, aunque se me ha olvidado el motivo. No es muy bueno para la imagen de uno que te canee el autor de Bambi.

Ambos rompieron a reir. Salten se habia hecho rico y famoso con su cervatillo, y todo el mundo sabia que Kraus lo odiaba.

– De todas formas -continuo Millman-, ese Pacto de Acero es problematico. Entre Alemania e Italia tienen una poblacion de ciento cincuenta millones de personas, lo cual constituye, segun la regla del diez por ciento, una fuerza de combate de quince millones. Alguien tendra que hacer algo, Hitler busca pelea.

– Tendra su pelea con Rusia -asevero Weisz-. Cuando haya acabado con los polacos. Gran Bretana y Francia cuentan con ello.

– Espero que esten en lo cierto -repuso Millman-. Que se peleen los demas, como se suele decir, pero tengo mis dudas. Hitler es el cabron mas grande del mundo, pero tonto no es. Y tampoco esta loco, por mucho que grite. Si lo observas detenidamente, es un tipo muy astuto.

– Igual que Mussolini. Ex periodista, ex novelista. La amante del cardenal, ?lo has leido?

– No he tenido el placer. Pero, mira, el titulo es bastante bueno, yo diria que te incita a querer averiguar lo que paso. -Se paro a pensar un momento y anadio-: La verdad, todo este asunto es una verdadera lastima. Me gustaba Italia. Mi mujer y yo estuvimos alli hace unos anos, en la Toscana. Su hermana alquilo una villa durante el verano. Era vieja, se estaba cayendo a cachos, nada funcionaba, pero tenia un patio con una fuente, y yo solia sentarme alli por la tarde a leer, las cigarras a todo meter. Luego tomabamos unas copas, y a medida que iba cayendo la tarde refrescaba; a eso de las siete de la tarde siempre habia algo de brisa. Siempre.

Las alas del Dewoitine se ladearon cuando el avion puso rumbo a Le Bourget, y de pronto Paris estaba bajo ellos, una ciudad gris en su cielo crepuscular, extranamente aislada, una isla entre los trigales de la ile de France. Alfred Millman se inclino para contemplar la vista.

– ?Contento de estar en casa? -pregunto.

Weisz asintio.

Aquel era ahora su hogar, pero no resultaba tan acogedor. Cuando se aproximaban a Paris empezo a preguntarse si no deberia buscarse otro hotel, para esa noche al menos. Porque no se le iba de la cabeza el nuevo inquilino de la cuarta planta, con su sombrero y su impermeable. Tal vez lo estuviese esperando. ?Se estaria preocupando por una tonteria? Trato de convencerse de que asi era, pero no podia borrar su inquietud.

Cuando el avion se detuvo -«La proxima vez que venga nos vamos a tomar una copa», le dijo Millman por el pasillo-, Weisz aun no habia tomado una decision. No se decidio hasta el instante en que se sento en la parte trasera de un taxi y el taxista volvio la cabeza, enarcando una ceja.

Вы читаете El corresponsal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату