– ?Monsieur?
Tenia que ir a alguna parte. Finalmente Weisz dijo:
Al hotel Dauphine. Esta en la rue Dauphine, en el sexto.
El taxista metio la marcha y salio pitando del aeropuerto, conduciendo con pericia, a base de agiles volantazos, a la espera de recibir una sustanciosa propina de un cliente lo bastante distinguido como para bajar del firmamento. Y estaba en lo cierto.
Madame Rigaud se hallaba tras el mostrador de recepcion, garabateando minusculos numeros en una libreta mientras escudrinaba el registro. ?Haciendo cuentas? Levanto la vista cuando Weisz cruzo la puerta. Ni rastro de la sonrisa complice, solo persistia la curiosidad: «?que es de tu vida, amigo?». Weisz respondio con un saludo sumamente educado, una tactica que nunca fallaba. Sacudio a la preocupada alma francesa de su ensimismamiento y la obligo a corresponder con igual o mayor gentileza.
– Estaba pensando -comenzo Weisz- en el nuevo inquilino, el de mi piso. ?Sigue alli?
Esas preguntas no eran correctas, y el rostro de madame se lo hizo saber, pero en ese preciso instante estaba de buen humor, tal vez debido a las cifras del cuaderno.
– Se ha ido. -Ya que lo pregunta-. Y su amigo tambien -repuso, esperando una explicacion.
Asi que eran dos.
– Era curiosidad, madame Rigaud, eso es todo. Llamo a la puerta de mi habitacion y no llegue a saber por que, ya que aparecio Bertrand con mi billete.
Ella se encogio de hombros. Quien sabia lo que hacian los huespedes de los hoteles o por que. Ni en veinte anos de oficio.
Le dio las gracias educadamente y subio las escaleras, la maleta golpeandole la pierna, el corazon aliviado.
30 de mayo. Fue Elena quien llamo y le dijo a Weisz que Salamone estaba en el hospital. «Lo han llevado al Broussais -explico-. A la beneficencia. En el decimotercero. Es el corazon: puede que no haya sido un ataque, tecnicamente, pero no podia respirar, en el almacen, asi que lo mandaron a casa y su mujer lo llevo alli.»
Weisz salio del trabajo temprano para estar en el hospital a las cinco, la hora de las visitas, parando antes por el camino a comprar una caja de bombones. ?Podria Salamone comer bombones? No estaba seguro. ?Flores? No, no parecia apropiado, pues bombones. En el Broussais se unio a un grupo de visitas al que una monja condujo hasta la Sala G, una sala para varones larga y blanca, con hileras de camas de hierro a escasos centimetros unas de otras, que desprendia un fuerte olor a desinfectante. A medio camino encontro la G58, un letrero de metal, gran parte de la pintura descascarillada, colgando de la barra que habia a los pies de la cama. Salamone dormitaba, un dedo senalando la pagina de un libro.
– ?Arturo?
Salamone abrio los ojos e hizo un esfuerzo por incorporarse.
– Hombre, Carlo, has venido a verme -dijo-. Vaya puta pesadilla, ?eh?
– Pense que era mejor acercarme antes de que te echaran a patadas. -Weisz le entrego los bombones.
–
Weisz nego con la cabeza.
– ?Que te ha pasado?
– No gran cosa. Estaba trabajando y de repente no podia respirar. El medico dice que es una advertencia. Me encuentro bien, deberia estar en la calle en unos dias. De todas formas, como decia mi madre: «No te pongas malo nunca.»
– Mi madre tambien lo decia -contesto Weisz. Hizo una pausa entre las incesantes toses y el suave murmullo de la hora de las visitas.
– Elena me dijo que estabas fuera, trabajando.
– Asi es. En Berlin.
– ?Por el pacto?
– Si, la firma formal. En un esplendido salon de la Cancilleria del Reich. Generales ufanos, camisas almidonadas y el pequeno Hitler sonriendo como un lobo. Toda esa mierda.
Salamone se mostro apesadumbrado.
– Tendriamos que decir un par de cosas al respecto. En el periodico.
Weisz extendio las manos. Algunas cosas se perdian, la vida continuaba.
– Aun siendo mal asunto lo de ese pacto, cuesta tomarlos en serio cuando ves quienes son. Uno espera que aparezca Groucho de un momento a otro.
– ?Crees que los franceses les haran frente, ahora que es oficial?
– Puede. Pero, tal como me siento ultimamente, se pueden ir todos a la mierda. Ahora lo que tenemos que hacer es cuidar de nosotros mismos, de ti y de mi, Arturo. Lo que significa que hemos de buscarte otro empleo. Detras de una mesa.
– Encontrare algo. Que remedio. Me han dicho que no puedo volver a lo que hacia.
– ?Marcar cruces en una hoja de inventario?
– Bueno, igual tenia que mover alguna caja.
– Solo alguna -bromeo Weisz-. De vez en cuando.
– Pero, sabes, Carlo, no estoy tan seguro de que fuera eso. Creo que fue todo lo demas: lo que me paso en la compania de seguros, lo que paso en el cafe, lo que nos paso a todos nosotros.
«Y no ha terminado.» Pero Weisz no iba a contarle lo del nuevo inquilino a un amigo hospitalizado. En su lugar, centro la conversacion en los emigrados: que si politica, que si chismes, que si las cosas mejorarian. Luego llego una monja que anuncio que madame Salamone estaba en la sala de espera, y que el paciente solo podia recibir una visita por vez. Cuando dio media vuelta para marcharse, Weisz dijo:
– Olvida toda esa historia, Arturo, piensa solo en recuperarte. Hicimos un buen trabajo con el
31 de mayo. En las Galerias Lafayette, grandes rebajas de primavera. ?Menudo gentio! Llegaron a los grandes almacenes desde todos los barrios de Paris: «Oportunidades, hoy, grandes descuentos.» En el despacho situado en la trastienda de la planta baja, la subdirectora, la Dragona, apodada asi por su genio incendiario, intentaba hacer frente a la arremetida. La pobre Sophy, de Sombrereria, se habia desmayado. Ahora estaba sentada en Informacion, blanca como la pared, mientras la jefa de seccion la abanicaba con una revista. No muy lejos, dos ninos, ambos llorando, habian perdido a su madre. El retrete del aseo de senoras de la segunda planta habia rebosado y habian llamado al fontanero, ?donde estaba? Marlene, de Perfumeria, llamo para decir que se encontraba mal, y una anciana intento salir del establecimiento con tres vestidos puestos. En su despacho, la Dragona cerro la puerta, el tumulto en la zona de Informacion se le antojaba insoportable, asi que se tomaria un minuto, se sentaria tranquilamente, junto a un telefono que no paraba de sonar, y recobraria la compostura. Al final habian dado salida a todos los articulos. Y todo lo que podia salir mal habia salido mal.
No todo. ?Que alma insensata llamaba a su puerta? La Dragona se levanto de la mesa y abrio de un tiron. Era una secretaria aterrorizada, la anciana madame Gros, la frente banada en sudor.
– ?Si? -dijo la Dragona-. ?Que pasa ahora?
–
– ?Aqui?
– Si, madame, en Informacion.
– ?Por que?
– Es por Elena, de Calceteria.
La Dragona cerro los ojos y respiro hondo una vez mas.
– Muy bien, a la Surete Nationale hay que respetarla. Asi que vaya a Calceteria a buscar a Elena.
– Pero madame…
– Ahora.
– Si, madame.
Salio corriendo. La Dragona echo un vistazo a la zona de Informacion: la viva imagen del infierno. Pero bueno, ?quien era? ?Aquel de alli? ?El del sombrero con una plumita verde en la cinta? ?El del horrible bigote, los ojos