– A la direccion. Es responsabilidad mia que no pasen estas cosas. Y usted… -miro por primera vez a Kincaid-, usted es un maldito poli. Ese energumeno de policia ha dicho que es uno de ellos y que los esta ayudando en la investigacion. No nos lo habia dicho. ?Es que se ha dedicado a seguirnos y espiarnos?
– Cassie, lo siento. No parecia que fuera asunto de nadie a que me dedicaba yo.
Ella volvio a mirar a Sebastian, y subio el tono de voz de forma alarmante.
– ?Cuando se lo van a llevar? Lo vera todo el mundo. Y ?por que han concentrado a los huespedes, como si fueran criminales?
Anne Percy reconocio el anuncio de una histeria inminente y se acerco a ellos, cruzando una mirada con Kincaid.
– Soy la doctora Percy. ?Puedo…?
– Ya se quien es. -Cassi aparto el brazo cuando Anne la toco-. No necesito ayuda de nadie. No quiero sedantes.
Parecio reponerse, cerro los ojos y respiro hondo.
El agente Trumble, sonrojado y sudoroso, bajaba ruidosamente por la escalera de baldosas y se detuvo tras la puerta de cristales. Kincaid aparto suavemente a Cassie para que la puerta se abriera; esta vez ella se dejo llevar.
Trumble busco ansioso al inspector Nash y resoplo aliviado cuando vio que no recibiria de inmediato el castigo divino.
– Tranquilo, agente. -La voz calmosa de Peter Raskin tenia una punta de ironia al acercarse-. Ha salido por la parte de atras para dar instrucciones al personal medico, la doctora Percy ha terminado.
– Senorita -Trumble saco fuerzas de flaqueza y se dirigio a Cassie-, no deberia permanecer aqui. Esta restringido el paso. Debe ir con los demas hasta que el inspector jefe hable con todos. -Y anadio para Raskin, como disculpa-: no sabia que habia un chalet separado, senor. Me lo han explicado los residentes, dijeron que alguien informara a la senorita Whitlake. Asi lo he hecho, y ella me ha dicho que iria enseguida con los demas. Pero como no llegaba, me di cuenta de que habia venido…
– Tengo derecho. Soy la encargada. Soy responsable de que todo… De acuerdo. -Cassie cedio al mirar el semicirculo de rostros implacables-. Esperare con los demas, pero sera mejor que acaben pronto. Tengo que hacer unas llamadas.
Ahora estaba mas serena, y Kincaid percibio que recuperaba sus maneras calculadoras. Trumble, sin dejar de farfullar y mirar por encima del hombro, se la llevo a toda prisa, y Kincaid se fijo en que Cassie no volvia a mirar a Sebastian. Al fin y al cabo, ?que podia esperarse? ?Una desgarradora escena de despedida prostrada sobre el cadaver de Sebastian? ?No, al menos por parte de Cassie! Las lagrimas que se derramaran por Sebastian tendrian otra procedencia.
5
Peter Raskin se llevo a Kincaid aparte, sin perder de vista a su jefe, y bajo la voz para que fuera el unico en oirlo.
– Le pasare los resultados de la autopsia y los informes del laboratorio, si le interesan. A decir verdad -miro a Nash, que estaba al otro lado de la estancia despidiendo en tono agrio a un enfermero de la ambulancia-, a mi tampoco me convence lo del suicidio. Demasiado cogido por los pelos. Suelen dejar una nota, y eligen algo mas suave, como pastillas o una inyeccion. Segun el manual, los que optan por un final violento dejan todo desordenado y sufren un presunto accidente limpiando el arma. Aqui el perfil no encaja.
– Cierto.
Era una lastima que Raskin -quien tenia las caracteristicas de un buen sabueso, discreto, observador, inteligente, y no tan obcecado en sus opiniones que no viera mas alla de sus narices- tuviera que ir a remolque de un cretino como Nash. Kincaid se pregunto que haria Raskin para no comprometerse en su desacuerdo con el jefe. Si Nash se equivocaba, como Kincaid estaba seguro que asi seria, le echaria la culpa a alguien, y mas le valdria a Raskin guardarse sus ideas para cuando hubiera pasado todo.
Kincaid se marcho al pueblo de Thirsk, haciendo caso omiso de la expresion «con el rabo entre las piernas» que sin querer martilleaba continuamente su mente. Le parecio conveniente evitar enfrentamientos con Nash mientras no tuviera mas municiones.
Se sento en un banco de la plaza del mercado con una empanada rellena caliente comprada en el mostrador de una pequena panaderia, un poco de queso fresco de Wensleydale y una manzana crujiente de un puesto del mercado. Dio cuenta de su almuerzo improvisado y se puso a explorar.
Hacia las tres y media Kincaid habia visitado todo lo visitable en la pequena poblacion. El dia era tan radiante como habia previsto y el aire otonal rico y brillante como una ciruela madura a punto de caer del arbol. Camino por el pueblo, decidido a ser un turista poco exigente, ahuyentando sus pensamientos sobre los sucesos de aquella manana en cuanto amenazaban su tranquilidad.
La bonita iglesia de estilo perpendicular, * con su torre almenada de veinticinco metros, habia valido la pena. El suelo donde estaba construida se elevaba ligeramente de este a oeste, pero la iglesia se mantenia a nivel. Por lo tanto, la parte final de la iglesia con la torre parecian estarse hundiendo gradualmente en el suelo. Le hizo pensar en una enorme nave surcando mares embravecidos, y por un momento se sintio inestable sobre sus pies.
Su ultima parada fue la libreria de la plaza. Salio con un libro de bolsillo bajo el brazo, Yorkshire, de James Herriot, con la promesa del librero de que era una guia perfecta para conocer la zona, mucho mas que los aridos volumenes pensados para ese proposito. Los ultimos anos le habian dado pocas oportunidades de comprar en librerias de pequenas poblaciones, una satisfaccion que lo devolvia a su ninez, a la region de Cheshire y a la libreria de sus padres, en la plaza del pueblo. Otra satisfaccion de la infancia iba a ser muy adecuada para aquella tarde: al otro lado de la plaza, vio un salon de te que anunciaba un surtido de pastas.
El salon de te Blue Plate hacia honor a su nombre con sus platos azules de variados disenos expuestos en los estantes y las mesas cubiertas con alegres manteles de cuadros amarillos y blancos. Solo cuando se hubo sentado en una mesita del fondo y hubo pedido, Kincaid reparo en las dos mujeres que charlaban animadamente junto a la ventana. Maureen Hunsinger, con su rostro redondo y alegre y el cabello rizado, vestia un traje azul que podia haber tenido una vida anterior como colcha de ganchillo.
Tardo un rato en reconocer a la companera de Maureen como Janet Lyle, la esposa del ex militar. Apenas habia abierto la boca o sonreido en el coctel y no habia perdido de vista a su marido, mirandolo nerviosamente cada vez que hablaba. Kincaid no entendio si era para buscar seguridad o aprobacion. Quizas era timida, o no le gustaban las reuniones sociales. Desde luego ahora estaba a sus anchas, charlaba y reia, se inclinaba hacia delante y gesticulaba con enfasis, y el cabello le rozaba los hombros cada vez que movia la cabeza.
Que curioso, penso Kincaid, despues de los acontecimientos de aquella manana. ?Estarian comentando con tanta energia la muerte de Sebastian? La excitacion seria una reaccion tipica, motivada por el alivio que la mayoria de la gente experimentaba al sentirse a salvo cuando la muerte caia tan cerca. Pero no el buen humor que mostraban ellas, tan evidente incluso de lejos.
Aguzo el oido; las voces le llegaron a rafagas.
– Ay si, me acuerdo cuando la mia tenia esa edad. Es terrible, no sabes como van a acabar. Pero acaba… ?luego empeoran! -Janet volvio a reir. Tendra una hija mayor, penso Kincaid, que no ha venido de vacaciones con ellos. ?Estaria en un pensionado, tal vez? Le volvio a llegar la voz de ella-… la mejor escuela, dice Eddie, luego la universidad. No se como vamos a… -Acercaron mas las cabezas, mas serias ahora, y dejo de oirlas. De todas formas, no queria espiarlas; la conversacion no era asunto suyo. Su maldito habito de policia lo habia llevado a espiar.
Las dos mujeres no habian reparado en el, y cuando llego su te, abrio el libro y se sumergio en los placeres de la lectura sobre Yorkshire.