– Me dieron una formacion, pero no fue un crucero de placer, si eso es lo que cree. Lo he pagado, senor Kincaid, lo he pagado. -Lyle bajo la mirada al periodico, lo doblo y marco con rabia el pliegue.
Conversar con Eddie Lyle era como pisar huevos, penso Kincaid, por mucho cuidado que se pusiera, el desastre estaba asegurado.
La direccion correspondia a una estrecha casa adosada, en una de las retorcidas calles de detras de la plaza del mercado de Thirsk. Brillaba un llamador de bronce y unas petunias todavia en flor adornaban las macetas de las ventanas. Antes de que llamara, la puerta se abrio y se encontro con una mujer de mediana edad, con el cabello rubio y mate.
– ?Senora Wade? -La mujer asintio-. ?Puedo pasar? Mi nombre es Kincaid.
Tendio su documentacion y ella la examino con cuidado, luego le dejo paso libre en un consentimiento mudo. Llevaba su blusa de los domingos, de recia tela azul marino, con punos y cuello blanco, y el cabello claro bien peinado, pero tenia los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto, y el rostro hundido como si no pudiera soportar su propio peso. Hasta el carmin parecia salirse de sus labios, una lenta y roja avalancha de dolor.
– Yo sabia que habia muerto.
Su voz sono neutra, indiferente, dirigida hacia algun punto detras de el.
– Senora Wade -el tono amable de Kincaid la devolvio a la realidad, y se fijo en su rostro por primera vez-, no quiero enganarla. No estoy aqui como policia. La policia local esta investigando oficialmente la muerte de su hijo. Yo conoci a Sebastian en Followdale, donde me alojo como huesped, y vengo a darle el pesame.
– Una policia muy simpatica que vino ayer me dijo que lo encontro un policia que se alojaba en la casa. ?Fue usted?
– Si, mas o menos -dijo Kincaid, por temor a que la idea de que unos ninos encontraran el cuerpo de su hijo pudiera solo aumentar su dolor.
– Usted lo… como… -Abandono la pregunta, cualquiera que fuera, probablemente pensando que una descripcion fisica de las circunstancias de la muerte de su hijo estaba por encima de su capacidad de sufrimiento. Prefirio volver a mirarlo y preguntar-: ?Se llevaban bien?
– Si. Fue muy amable conmigo, y muy divertido.
Ella asintio, y su tension se suavizo un poco.
– Me alegro de que fuera usted. No ha venido nadie. Ni siquiera Cassie. -Desvio la vista con brusquedad y lo guio hacia el salon-. ?Quiere un te? Acabo de poner agua a hervir.
La estancia donde lo dejo era fria, estaba limpia y bien cuidada, pero no tenia ningun encanto ni era acogedora. El aire olia a cerrado como un viejo baul. El papel de la pared habia sido rosa en otros tiempos. Los muebles podrian haber pertenecido a los padres de la senora Wade, nuevos y falsamente elegantes cincuenta anos atras. No habia libros, ni television, ni radio. Debia hacer vida en la cocina, penso Kincaid, o en alguna salita trasera. Aquella estancia seguramente no se habia usado desde la anterior muerte en la familia.
Coloco el juego de te cuidadosamente en una bandeja antigua de estano, con gastadas tazas de porcelana y platitos desaparejados.
– Senora Wade -empezo Kincaid cuando ella se hubo acomodado en una de las sillas de porcelana y se puso a servir el te-, ?como se entero ayer de la muerte de su hijo? ?alguien se lo dijo?
– El mismo. -Su tono fue neutro, alzo los ojos rapidamente hacia el y volvio a mirar el te. Tenia la taza cogida contra el pecho con las dos manos, como si el calor pudiera reanimarla-. Me desperte por la noche, de madrugada ya, y lo note alli, en mi habitacion. No me dijo nada, al menos en voz alta, pero me di cuenta de que queria que supiera que estaba bien que no me preocupara por el. Y supe que habia muerto. Nada mas. Pero lo supe.
Entonces la mujer se habia levantado, se habia vestido y habia esperado muchas horas a que alguien llegara para decirselo oficialmente. Diez anos antes a Kincaid le hubiera hecho gracia aquella historia, la hubiera achacado a una imaginacion abrumada por el dolor. Pero habia oido demasiadas historias semejantes para no guardar un cierto respeto por el poder persistente del espiritu.
Kincaid dejo la taza en el plato, donde las violetas de la taza se mezclaban con las rosas del plato en una delicada profusion floral. La senora Wade habia vuelto a ensimismarse. Estaba alli, con la vista fija en la pared de enfrente, con la taza olvidada en las manos.
– Senora Wade -le dijo, en voz baja-, ?quienes eran los mejores amigos de Sebastian?
Ella lo volvio a mirar, sobresaltada.
– No se me ocurre ninguno. Estaba todo el dia en el trabajo, y tambien por las noches, casi siempre. Le gustaba quedarse en… -temblo por un instante-… en la piscina, al acabar. Una de las ventajas de su trabajo, decia. No se llevaba bien con Cassie. Decia que ella se sentia superior a todo el mundo, precisamente ella, la hija de un capataz de Clapham. Le gustaba que creyeran que tenia procedencia noble, o algo asi. Sebastian me hablaba de la gente que llegaba, como se vestian, como hablaban. A veces me hacia sentir como si estuvieran en mi misma habitacion.
Sonrio al recordarlo, y a Kincaid le parecio oir la suave voz de Sebastian, imitando la pronunciacion engolada de sus candidas victimas.
– Pero nunca trajo a nadie a casa. Cuando no trabajaba, solia pasar el rato en su habitacion.
– ?Le importaria que echara un vistazo a su habitacion, senora Wade?
No sabia que habia esperado. Pero cualquier idea preconcebida que hubiera tenido -posters de cantantes de rock, tal vez, restos de la adolescencia-, poco tenia que ver con la realidad.
Alli, por lo visto, habia gastado Sebastian su dinero, aparte de los pagos de la moto y los gastos de ropa. El suelo estaba cubierto con una moqueta bereber gris palido, de un tejido de aspecto muy caro. Lustrosas plantas verdes estrategicamente colocadas en los rincones. Un tocador y unas sillas antiguas o, al menos, buenas imitaciones. Una cama con cabezal y pie altos y curvos, probablemente reproduccion tambien de una pieza antigua. Colgados de las paredes gris palido, grabados que podrian haber estado en un museo, algunos modernistas y uno o dos a Kincaid le parecieron de los impresionistas americanos.
En materia de lecturas, Sebastian era igualmente eclectico. La libreria de pino era el unico resto aparente de su adolescencia. Clasicos infantiles junto a montones de revistas sobre el mantenimiento de las motos. Stephen King mezclado con novelas de espias y los ultimos tecno-thrillers; aparentemente a Sebastian le iba lo retorcido. En el estante superior, Kincaid descubrio una vieja edicion de las obras completas de Sherlock Holmes, y una vieja coleccion de Jane Austen.
La ropa estaba ordenada en el armario, organizada por estilos y colores. Aquel vestuario esperaba que su propietario escogiera, conjuntara o desechara. La vista de todo aquello entristecio profundamente a Kincaid.
Al fondo del armario, encontro unos archivos, bien guardados en una caja en la que ponia: «Seguros».
7
Kincaid dio las gracias a la senora Wade lo mas amablemente que supo, reteniendo por un momento su pequena mano entre las suyas. Mientras el estaba arriba, ella habia vuelto a ausentarse, y le costo fijar la mirada en el. Olia ligeramente a chicle y a tabaco fresco, los olores de un estanco, observo el.
– ?Y la tienda, senora Wade? ?Tiene a alguien que la sustituya?
– Acabo de cerrar. No me parecia bien. Queria dejarsela a Sebastian. No para que estuviera el tras el mostrador, con lo bien que le iba, pero podia haber contratado a alguien y tener unos pequenos ingresos. He puesto alli todo el dinero del seguro de su padre. Tenia que ser suya.
Kincaid dio unas palmaditas a aquella mano inerte, mientras buscaba unas palabras de consuelo.
– Estoy seguro de que lo hubiera apreciado, senora Wade. Lo siento.
El llamador de bronce relucio en la puerta cuando la cerro. Mientras estaba dentro, la manana se habia vuelto