8

El sendero cruzaba un riachuelo en el fondo del parque, luego giraba abruptamente hacia la derecha y seguia paralelamente el riachuelo en direccion a Sutton Bank. Al principio resultaba facil caminar, al fresco, bajo las ramas, el suelo cubierto de una mullida alfombra de hojas y bellotas. Las ramas cargadas de los castanos de Indias caian sobre su cabeza, y en dos ocasiones Kincaid vio rojas setas venenosas entre las hojas caidas, brillantes como gotas de sangre. No habia pajaros. El bosque estaba inmerso en la quietud y el silencio.

Por fin salio al sol y empezo a subir. Los binoculos le golpeaban el pecho con cadencia regular a cada paso, como un segundo latido. Las zarzamoras que crecian junto al camino le aranaban las manos y se enganchaban en la ropa. A menudo tenia que detenerse para liberarse. A medida que se acercaba a la cima, Kincaid se sentia dominado por la somnolencia; el sol y el aire polvoriento, impregnado de polen, afectaba sus sentidos como una droga. Se encontro con una zona de helechos aplastados y pisoteados al borde del camino, como si alguien hubiera estado alli tumbado. Resultaba irresistible. Kincaid se echo sobre la hojarasca y se quedo dormido al instante.

Lo desperto una sombra sobre su rostro. Su enturbiado cerebro tardo un instante en darse cuenta de lo que estaba viendo: unas alas enormes, con barras rojas y amarillas, planeando sobre el, y un rostro humano suspendido encima, que lo miraba. Vaya, era un ala delta. Sutton Bank -recordo los tripticos que habia encontrado en la casa-, era un lugar conocido para practicar este deporte, pero el maldito trasto le habia dado un susto de muerte.

Kincaid se incorporo y contemplo como el ala delta descendia hacia Followdale House, luego levanto los binoculos de Emma y los dirigio al aparcamiento de coches. El Citroen metalizado de Hannah se introducia por la verja y se detuvo en el camino de grava. La pequena figura lejana e irreconocible de no ser por su porte distinguido se dirigio hacia la puerta. Bajo los binoculos y se desperezo, luego apoyo los codos en las rodillas. La combinacion del sueno profundo y el sobresalto del despertar lo habian despejado como un tonico, dejandole la mente clara y lucida.

Todo aquel maldito asunto, hasta ahora, no tenia ningun sentido. No podia imaginarse a las hermanas MacKenzie llevando a cabo un homicidio premeditado. Una eutanasia tal vez, de mala gana, pero matar y ocultar su accion, imposible. Sin embargo, si las imaginaba encubriendo a otra persona por un equivocado sentido del deber o la obligacion.

?Habria amenazado Sebastian con revelar la relacion de Cassie con Graham? Eso explicaria la conversacion que habia oido. Pero si era asi, ?por que a alguno de los dos le iba a afectar tanto como para matarlo? La direccion de la multipropiedad no aprobaria que Cassie se acostara con los propietarios, pero sin duda su comportamiento no podia perjudicarla mucho.

?Y Graham? Kincaid no podia creer que los jueces de la custodia esperaran que los padres divorciados permanecieran solteros. Ademas, apostaria que Angela sabia lo que pasaba, aunque no conociera todos los detalles intimos. Era mucho mas lista de lo que creia su padre. Y si Cassie y Graham habian estado juntos la noche de la muerte de Sebastian, ?por que no usaron esta coartada?

Kincaid suspiro. No tenia suficiente informacion ni siquiera para esas vagas suposiciones. Tal vez Gemma encontrara algo, pero el no podia depender de eso. No se le ocurria otra alternativa que arriesgarse un poco mas en su dificil situacion. Era incapaz de pensar en seguir sus vacaciones haciendo caso omiso de todo el asunto. Tenia una tendencia malsana a la preocupacion, probablemente necesaria para su trabajo, como quien aprieta con la lengua una muela que duele: cuanto mas duele, mas cuesta parar de hacerlo.

Pero habia algo mas, la sensacion de que el guion se desarrollaba a pesar suyo, a pesar de sus ineficaces acciones.

Se acabo. Kincaid se levanto de un salto. Si seguia asi, tendria que sumergirse en la lectura de Camus y llorar sobre una cerveza. Era hora de que hiciera algunas averiguaciones.

* * *

La hora del coctel reunio a los huespedes de Followdale como a los curiosos en el escenario de un accidente. Acudieron, penso Kincaid, porque su repugnancia y su instinto consuetudinario por el cotilleo era superior a la incomodidad de estar en compania unos de otros.

Incomodidad no era precisamente la palabra con que Kincaid habria descrito el cuadro que componian el diputado, Patrick Rennie, y Hannah delante de la repisa de la chimenea charlando animadamente, sin reparar en las personas que daban vueltas a su alrededor. Rennie iba vestido de una manera informal y elegante, su brillante cabello claro acentuado por el verde azulado del jersey. Cashmere, penso Kincaid, tenia que ser cashmere. No cabia otra posibilidad. Hannah reia mirando a Rennie con expresion casi radiante.

Kincaid, desde el umbral, se sintio infantil, ridiculo, desairado. Que absurdo. Habian pasado un buen rato juntos, nada mas. Pero no tenia prioridad en la atencion de Hannah, o en su afecto.

Se dirigio a la barra dirigiendo una sonrisa de circunstancias a Maureen al pasar, determinado a alcanzar el bar antes de que lo interceptara. Esta noche, cerveza, penso. El whisky del bar es mejor dejarlo para uso medicinal. Se sirvio una jarra de cerveza negra y, concienzudo, dejo el dinero en el bol.

Marta Rennie estaba sola en una de las mesitas redondas de la zona de bar, cubierta la superficie barnizada de circulos de humedad y ceniza. Tomo una honda calada de su cigarrillo. Bajo la mesa, marcaba con el pie un ritmo nervioso. «Sufre tambien de celos», penso Kincaid. Nada mas prometedor para tirar de la lengua que la proverbial mujer despechada, y Kincaid se propuso aprovecharse de ello.

– ?Puedo sentarme? -Kincaid le sonrio.

– Claro. -Su voz nasal le parecio tan indiferente como la mirada que le dirigio. Kincaid retiro un taburete y se acomodo antes de beber. Marta seguia fumando, con la vista fija en un punto invisible en la distancia, y Kincaid se tomo tiempo para estudiarla. Por sus facciones y coloracion, mas parecia la hermana que la esposa de su marido, y Kincaid siempre sospechaba que habia algo de narcisismo en quienes escogian como pareja una imagen fisica de si mismos. Pero de cerca la patina de buena crianza de Marta se estropeaba por el hedor del tabaco.

– Me sorprende ver a tanta gente hoy. Se diria que las circunstancias iban a aguar la fiesta. -El debil intento de conversacion de Kincaid no merecio respuesta. Aquella noche no estaba precisamente recogiendo exitos que aumentaran su ego. Marta aplasto la colilla en el cenicero barato y tomo un sorbo de su copa con mano poco firme. Parecia pura ginebra, o vodka, y Kincaid advirtio que Marta Rennie iba por camino de emborracharse.

Cuando hablo, lo sorprendio.

– Quince anos. Debe de llevarle quince anos.

Arrastraba las palabras, exagerando las sibilantes.

– ?Quien?

– Esa cientifica… -volvio a guardar silencio. En la nuca, un panuelo de seda amarillo habia remplazado la cinta de terciopelo negro. El nudo suave del panuelo estaba medio suelto y caia por su espalda.

– ?Se refiere a Hannah?

– Esta tan tremendamente impresionado. Con sus «exitos» -dijo con sorna-, pero el no escogio esposa con una profesion. Que va, la queria para trabajo benefico… alguien que se sentara a su lado en los banquetes y que fuera guapa. Una mujer para lucir en los estrados y dar los premios en una gincana.

Levanto el vaso y escruto sus profundidades, como si fuera una bola de cristal y contuviera algun remedio.

– Estoy seguro de que su marido valora lo que hace por el.

– Como el infierno -Marta encendio otro cigarrillo-. Aunque hay que decir -prosiguio a traves de una nube de humo- que si valora que mis padres pongan dinero para su campana.

Kincaid decidio que andar con sutilezas no serviria en las condiciones de Marta.

– Me han dicho -dijo, inclinandose hacia ella y bajando la voz, con complicidad- que al inspector Nash no le convence el veredicto de suicidio de Sebastian. Menos mal que Patrick y usted estaban juntos esa noche porque lo que ha sucedido podria degradar su imagen entre el electorado conservador.

Marta se volvio a el, perpleja.

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