– Hannah, ?que tiene que ver todo esto con Patrick Rennie?
Ella se mordio el labio, luego tomo aliento.
– No puedo decirselo. Todavia no. Pero lo hare… -Interrumpio el ademan de protesta de el-. Yo quiero que lo sepa, pero antes tengo que explicarle algo a Patrick. Luego usted me dira si necesito un psiquiatra o un abogado. -Le sonrio con una pizca de la franqueza y del humor que le habian impresionado tanto al principio-. Prometo que se lo dire. Despues.
– De acuerdo.
Kincaid se apoyo en el respaldo y aparto el plato con los huevos frios.
– Los ojos de Hannah se fijaron en el plato-. Vaya, le he estropeado el desayuno. No los ha tocado. -Golpeo la mesa con el muslo al levantarse y el cafe se volvio a derramar, aumentando el charco que se secaba en la mesa-. Me voy. Perdone por todo esto, Duncan.
– Deje de disculparse, por favor. No tiene que excusarse de nada y, ademas, no es adecuado a su caracter. - La siguio hasta la puerta-. Y no me importa el desayuno.
– Mi vida es inconsistente en este momento. -Solto una carcajada, el primer sonido de placer espontaneo que habia emitido en todo el rato-. Gracias. Tenga paciencia conmigo, por favor. Se que no tengo derecho a pedirselo.
– Claro. -Kincaid se quedo con la mano en la puerta y le dijo, mientras se alejaba por el pasillo-. De eso se mucho.
– Jefe -la voz de Gemma vibraba practicamente de eficiencia matutina-. Tengo novedades acerca de las indagaciones que me pidio.
Kincaid hinco el diente a su bocadillo de bacon improvisado. Su breve conversacion con Hannah habia convertido los huevos en incomibles, y la tostada y el bacon frios los habia rescatado en el ultimo momento, cuando ya metia el plato en el fregadero.
– Gemma, no soporto tanta alegria por la manana.
– ?Como?
– Perdone. Es igual. ?Alguien le ha puesto problemas?
– No, senor. Creo que el subdirector ha engrasado muy bien la maquina.
Kincaid sonrio ante la idea de que su jefe hubiera susurrado unas palabras discretas a algun oido especial; la anterior tarea de Gemma probablemente habia desaparecido en el cesto de papeles de la secretaria.
– Cuenteme, pues. No, espere -corrio a buscar el boligrafo y el cuaderno que habia dejado en el sofa, paso el telefono a la mesita y tomo un sorbo de cafe frio.
– He estado en Dedham Vale. Un pueblecito de lo mas aburrido, en mi opinion. -Gemma, con el prejuicio tan arraigado en los londinenses del norte, no les encontraba ninguna gracia a los pueblos campestres.
– No me sorprende. ?Que mas?
– Pasee un rato hasta que encontre el consultorio del medico del pueblo, que se ocupo del reverendo MacKenzie en la ultima etapa de su enfermedad. Conoce a todo el mundo, claro, aunque ahora la Seguridad Social manda a muchos de sus antiguos pacientes a la nueva clinica de Ipswich.
Kincaid no pudo resistir la tentacion de tomarle un poco el pelo.
– Han intimado mucho, por lo que veo.
Se imagino la cara pecosa de Gemma ruborizandose de enojo. Probablemente, si no tuviera una actitud tan profesional, lo acusaria de tratarla con superioridad. Pero el no lo estaba haciendo. Es que Gemma no era consciente de sus propios recursos. La franqueza de su rostro animaba a las confidencias como no lo lograria una belleza mas sofisticada.
Gemma guardo un momento de silencio; su respuesta habitual, cuando no sabia si bromeaba o no, era hacer caso omiso de el.
– Decia que el medico…
– Perdone, Gemma. Siga.
– Pues resulta que trato al senor MacKenzie durante anos. Y a las hijas. El anciano era diabetico, estaba muy grave. Perdio la vista, los rinones no le funcionaban. El medico dice que se murio durante el sueno una noche, que no hay motivos para pensar que hubiera nada extrano en ello. Sin embargo -Gemma dejo traslucir una pizca de satisfaccion en su voz-, me he enterado en la agencia de viajes de alli de cual puede ser el origen del rumor. Otra persona del pueblo es multipropietaria de Followdale House. Se trata de un comandante retirado que, segun la recepcionista de la agencia, es tan cotilla como una vieja maliciosa.
Kincaid reflexiono un momento.
– Podria ser una explicacion. ?Que mas?
– Los padres de Cassie Whitlake, en Clapham. Su padre es un capataz de la construccion. Estan muy orgullosos de ella. Un trabajo estupendo, viste como en el Vogue, dice su madre, elegantisima.
– Me imagino -dijo Kincaid, secamente.
– Pero me da la impresion de que no va a verlos con frecuencia. Dice a su madre que no puede tomarse vacaciones cuando lo hacen los demas, pues es su momento de mas trabajo. Los telefonea, eso si, y su madre dice que ultimamente estaba como en las nubes. Que tiene una perspectiva buenisima, que hara que todo el mundo se fije en ella y la respete. Yo he preguntado: «?Un trabajo?», porque no estaba muy segura de a que se referia. «No, un hombre», ha dicho su madre, «un hombre importante».
– No parece que tenga que ser Graham Frazer. Me pregunto a que juega.
– Tiene una hermana que vive con los padres, Evie. Hace un curso de secretariado. Evie dice que se alegra de que Cassie no aparezca por casa, porque se da muchos humos.
Kincaid noto cierta sorna en la voz de Gemma, que hizo que el formalismo se resintiera al contar la historia.
– ?Como ha logrado verla a solas? ?Con una taza de te?
Kincaid conocia los trucos de Gemma del bolso olvidado, de la ayuda en la cocina… y su habilidad para entrar en los detalles de la vida de las personas.
– Si, hemos tomado un te. Evie dice que, segun Cassie, por mucho que ella, o sea Evie, juegue bien sus cartas, no podra conseguir ni la mitad de su suerte. Una bruja, la ha llamado Evie. No me ha parecido precisamente que su fuerte sea la lealtad familiar.
– Hum -murmuro Kincaid-. Entiendo que Cassie pueda merecer esa descripcion. ?Es decir…?
– Solo eso. Lo tengo apuntado.
– Bueno, continue, Gemma. Nunca se sabe lo que puede salir. ?Que mas?
– La Clinica Sterrett, donde trabaja Hannah Alcock.
– Llameme en cuanto pueda. Tengo que colgar porque estan aporreando la puerta.
Kincaid abrio la puerta de un tiron, con enojo, antes de ver quien era, resignado primero, y profundamente disgustado al cabo de unos instantes. Era el inspector jefe Nash, y no venia precisamente como mensajero de los dioses. Su castigo habia llegado, penso.
– Bueno, chico. Cuanta agresividad, ?eh? ?Se acaba de levantar?
– Inspector jefe Nash. Pase. Que agradable sorpresa.
– Seguro, chico. -Nash devolvio sarcasmo por sarcasmo, y se sento deliberadamente en una de las sillas del comedorcito, sin esperar invitacion. Kincaid hizo una mueca de desagrado a la vista de los cuatro grasientos cabellos que se perdian en la brillante calva de Nash.
– ?En que puedo servirle, inspector? -pregunto Kincaid, que no queria dar a Nash la ventaja de hablar en primer lugar.
– Que sitio tan elegante. Se vive bien con sueldo de comisario.
Subrayo el titulo.
– Inspector jefe -dijo Kincaid, despacio-, dejelo. -Se apoyo en el brazo del sofa-. Que ocurre. No habra venido a admirar mi buen gusto.