acusando de nada. -Frazer se lo penso e hizo un gesto de consentimiento. Kincaid penso que habia decidido no armar jaleo a estas alturas.

– Senor Frazer, la senorita Whitlake nos ha informado de que pasaron juntos la noche del domingo, desde mas o menos las diez hasta las doce. Anteriormente habian ustedes hecho declaraciones que silenciaban esta circunstancia. Segun la senorita Whitlake usted le pidio que no lo mencionara porque estaba preocupado por el juicio sobre la custodia.

Graham Frazer, duro e impenetrable, no mostraba facilmente las emociones, pero Kincaid penso que su profundo silencio indicaba el alcance de su sorpresa. Al cabo de un rato, balbuceo:

– ?Les ha dicho eso? ?Cassie? Pero si fue ella quien insistio… -Quedo en silencio y anadio, bajito-. Sabia que estaba tramando algo, la muy zorra.

– ?Esta diciendo que no fue usted quien insistio en mentir sobre su actividad de esa noche?

Raskin habia perdido algo de su afabilidad formal.

– Si. Es decir, no. No fue idea mia. ?Que tiene que ver eso con la maldita vista sobre la custodia? Y aunque asi fuera, no me importaria tanto… Empiezo a creer que Marjorie se saldra mejor de todo ello. No, era Cassie quien estaba preocupada por su «reputacion». Me suplico que no la pusiera en apuros. -Frazer solto un bufido de despecho-. Es ella quien ha conseguido hacerme pasar por imbecil.

* * *

Edward Lyle entro antes que su esposa, y solo se acordo de ofrecerle la silla cuando Raskin la saludo. Kincaid cogio discretamente otro taburete y adopto su posicion de espectador. Lyle estaba muy callado, menos indignado por sus derechos que en otras ocasiones.

– No se que puedo decirle yo, inspector. -Lyle se paso una mano por el cabello ralo-. Que mala suerte, que mala suerte la de la pobre senorita MacKenzie.

?Mala suerte? A Kincaid le parecio una expresion extrana. Aquella manana habia tenido algo mas que mala suerte. Raskin dejo que el comentario se desvaneciera antes de hablar.

– Me bastara que me digan que han hecho ustedes esta manana, senor y senora Lyle.

– Bueno, hemos desayunado como siempre; a mi me gusta desayunar bien. Luego he ido al pueblo andando a por un periodico y he dejado a Janet escribiendo unas cartas en la suite. Al volver he echado un vistazo al periodico y luego nos hemos puesto a mirar los mapas, para planear la excursion de la tarde, y entonces ha empezado toda la conmocion. Y ya esta, inspector. Tengo que decir… -empezo, adoptando un tono mas recriminatorio, pero Raskin lo interrumpio:

– ?Es correcto, senora Lyle? -Lyle tomo aliento para protestar, pero su esposa empezo a hablar.

– Si… por supuesto. Yo estaba escribiendo a Chloe, nuestra hija, que esta en un pensionado. Es una lastima que no pudieramos venir cuando ella estaba de vacaciones. A ella le habria… -Vislumbro la cara de desaprobacion de su marido-. Perdon. Que tonta. Me alegro de que no este aqui. -Fruncio las cejas mientras tomaba aire, como si tratara de dominarse antes de hablar-. Inspector, lo que ha ocurrido es espantoso. Pero nosotros no tenemos nada que ver.

Se volvio hacia Kincaid, incluyendole a el en la peticion. Algunas hebras grises suavizaban la severidad de su cabello oscuro y espeso. Su piel clara contrastaba con sus ojos negros y expresivos.

De repente, Kincaid penso que era una mujer muy atractiva, o lo seria, si no estuviera siempre nerviosa y con cara de desconfianza. Recordo su sorprendente vivacidad cuando estaba en el salon de te con Maureen y se pregunto como seria si no se hubiera casado con Edward Lyle. ?Y por que se habria casado con el? Esa era la verdadera cuestion, se dijo Kincaid. Hacia quince o veinte anos, ?habria visto una promesa, ahora disipada, en aquel hombre debil y engreido?

– Senora Lyle -respondio Raskin, interrumpiendo las meditaciones de Kincaid-, tenemos que hacer las mismas preguntas a todo el mundo, por si han visto u oido algo importante. Estoy seguro de que lo entiende.

– No hemos visto nada fuera de lo normal -dijo Lyle-. Nada en absoluto.

* * *

Patrick Rennie, siempre tan caballeroso, dejo sentar a su mujer en la silla, solicito. Marta parecia necesitar toda la ayuda posible (evidentemente, no era de los pocos afortunados que no sufren resacas). Llevaba el liso cabello castano apartado de la cara por una cinta elastica.

– Marta se ha pasado la noche en la cama -refirio Patrick-, porque no se encontraba bien.

Tenia una expresion sincera y complaciente, y no miraba a su esposa al hablar. Dijo que habia bajado al salon a preparar un discurso para no molestarla.

– ?Ha pasado alli toda la manana, senor Rennie? -pregunto Raskin.

– Bueno, he entrado y salido varias veces. He saludado a Cassie, he subido a por un libro: las citas son utiles al escribir discursos. Ha entrado Lyle y hemos charlado un poco, desconcentrandome, cuando estaba en un punto importante… Pero no he visto a nadie mas. Ah, inspector -su voz sono juguetona-, y les he visto llegar a usted y a su jefe, en coche, por la ventana del salon.

Maldito pretencioso, penso Kincaid.

– ?Senora Rennie? -pregunto Raskin.

Ella no dejaba de mover las manos, nerviosa no solo por ganas de tomar un te, penso Kincaid. Se humedecio los labios antes de hablar:

– He dormido toda la manana, como ha dicho Patrick. Me encontraba fatal. Como con gripe… Me acababa de levantar y estaba tomando un cafe cuando entro Patrick y dijo que habia mucho jaleo arriba y abajo de las escaleras, puertas que se abrian y cerraban, que algo pasaba. -Rebusco un cigarrillo en su bolso-. Lo siento por la senorita MacKenzie, parecia buena persona.

El elogio no podia ser peor, penso Kincaid, pero al menos Marta Rennie habia dedicado un pensamiento a Penny.

– La senorita MacKenzie parecia muy afectada cuando se marcho anoche. ?No ha podido…?

– No, senor Rennie -respondio Raskin a su pregunta inacabada-. No existe posibilidad de que las heridas hieran autoinfligidas.

12

– Pues esto es todo.

Peter Raskin bostezo y se estiro.

– Tan inutil como la otra vez -dijo Kincaid, disgustado-. No se habrian necesitado mas de cinco minutos. Cualquiera ha podido bajar a la cancha de tenis y subir de nuevo. Aparte de los Hunsinger, claro -se corrigio-, nunca los he tomado muy en cuenta.

Raskin se incorporo en la silla giratoria y observo a Kincaid.

– ?Y que hay de la senorita Emma MacKenzie? ?Y de Hannah Alcock?

– Si, entran en el abanico de posibilidades. Emma ha podido seguir a su hermana a la cancha de tenis…

– Un autentico crimen familiar -interrumpio Raskin-. Ya se sabe que a veces todos esos anos de vida en comun estallan…

– ?Por que motivo? ?Las cabras? Ya se sabe que la violencia familiar casi siempre se ve precipitada por el alcohol y se da en un impulso repentino. -El tono de Kincaid fue mas vivo de lo que pretendia-. De todas formas, no lo creo. Emma queria mucho a Penny. Se encontrara perdida sin tener que cuidar a Penny y preocuparse por ella -levanto la mano cuando Raskin iba a hablar-, y no me venga ahora con eutanasias, al menos con una raqueta de tenis.

– De acuerdo -admitio Raskin-. Reconozco que es improbable. ?Que me dice de la senorita Alcock?

Kincaid se agito incomodo en el taburete.

– No me convence, Peter. No creo que el patologo nos de una hora mas exacta de muerte de la que nos dan las circunstancias. Segun Emma, Penny salio de la suite a eso de las ocho y media. La senorita Alcock vino a

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