verme a esa misma hora, se quedo… -penso un momento- una media hora. Mi sargento me ha llamado muy poco despues de que saliera, y he mirado el reloj. Eran las nueve y cinco. Usted se ha topado con la senorita Alcock en el aparcamiento, cuando venia a buscarnos, a las…

– Nueve y media. Acababan de terminar las noticias de la media en la radio del coche.

– Pues…

– Ha tenido tiempo -dijo Raskin con calma-. Justo. Y yo la he visto llegar atravesando el cesped desde la cancha de tenis. Lo mas sensato hubiera sido que me dijera que acababa de encontrar el cuerpo de Penny.

– Pero no lo creo. -Kincaid se levanto y se puso a medir el minusculo despacho con sus pasos-. No me convence. ?Que motivo podia tener?

– ?Que motivo podian tener todos? Ninguno tiene sentido -dijo Raskin exasperado-. Y el inspector jefe Nash no va a dejar pasar nada, ya lo sabe.

– Ya lo se.

A pesar de su pobre opinion sobre Nash, a Kincaid le costaba defender sus certezas incluso para si. Sencillamente no podia aceptar la idea de que Hannah hubiera estado con el contandole confidencias ante un cafe y luego hubiera bajado y matado a Penny a sangre fria. ?Era su orgullo lo que estaba en juego, su juicio, o sencillamente creia en la honestidad de ella? ?Era fiable el para hacer este trabajo escrupulosamente, cuando habia de por medio cuestiones personales? No le apetecia explicarle sus reservas al inspector jefe Nash.

– ?Donde esta su superior, por cierto, Peter? Que la responsabilidad de una investigacion por asesinato recaiga en el inspector jefe no es un procedimiento normal.

– En el hospital, recuperandose de una pneumonia viral. -Hizo una mueca.

– Pobre Raskin. Esto exige algun tipo de consuelo.

Kincaid entro en el bar y volvio con dos vasos y dos botellines de cerveza.

– Gracias. Creo que hemos hecho todo lo posible -Raskin miro el reloj-, y mas vale que vaya para casa.

Pero se quedo observando como la espuma de su cerveza se deshacia.

– Acabo de darme cuenta de que no se nada de usted, Peter. ?Esta casado? ?Tiene hijos?

– Si. Dos. Nino y nina. Y en este momento me estoy perdiendo el partido de futbol de mi hijo. -Volvio a mirar su reloj-. Aunque esta acostumbrado. -Raskin suspiro-. Seguro que es bueno para el: la decepcion fortalece el caracter, ?verdad? -La sorna ilumino de nuevo su rostro-. Yo en cambio lo se todo de usted. El inspector jefe Nash hizo una investigacion completa, esperando encontrar algun hueso que roer. Pero lo que encontro le provoco una indigestion. Uno de los chicos prodigio de la escuela de policia, el mimado del gran jefe.

Se echaron a reir y bebieron en medio de una camaraderia silenciosa. Se le ocurrio a Kincaid que le daba terror pasar la tarde solo, y cualquier relacion con los de la casa estaria llena de dudas que no podria resolver.

– Peter, ?no tendra por casualidad la direccion de la doctora Percy?

Peter se atraganto un poco con la cerveza.

– Es que esta casada…

– Me lo imaginaba -dijo Kincaid, pero sintio un cierto desanimo, y se apresuro a decirse que su interes era estrictamente profesional-. Pero quiero hacerle algunas preguntas ya que no me han invitado a ver la autopsia… - Intento que su tono fuera neutro, digno.

– Vale, me lo tragare. Y yo soy la reina de Inglaterra -dijo Raskin, y Kincaid sonrio a su pesar.

* * *

– Senor Kincaid. -La voz queda llego del fondo del jardin-. ?O tengo que decir comisario? -Kincaid reconocio al hablante: Edward Lyle salio de las sombras de una urna decorativa, senalando el coche de Kincaid-. Siento molestarle si ha quedado con alguien, pero me gustaria hablar un momento con usted.

Las maneras de Lyle eran mas complacientes de lo normal, y Kincaid suspiro. En el fondo, lo esperaba.

– No, no. ?En que puedo ayudarle?

– Me doy cuenta de que este asunto es muy inquietante, comisario, pero creo que el inspector jefe Nash se esta pasando la raya. Estas vacaciones tenian que ser un tratamiento especial para mi esposa, para que descansara de los nervios. Y todo esto ya le ha causado suficiente afliccion como para que ahora tenga que soportar las intimidaciones del inspector jefe. Todo el reposo que podia esperar se ha desvanecido. Yo no he venido aqui para que…

– Senor Lyle -dijo Kincaid con paciencia-, yo no tengo jurisdiccion sobre el inspector jefe Nash, como le he explicado antes. Soy una victima mas. Estoy seguro de que no hace mas que cumplir con su deber. -Kincaid se oyo pronunciar estos lugares comunes e hizo una mueca. Lyle se los inspiraba.

– Mi trabajo es muy exigente, comisario, y nadie lo esta teniendo en cuenta…

– ?A que se dedica, senor Lyle? -Kincaid trato de contener la ola de quejas-. Creo que nunca me lo ha dicho.

– Soy ingeniero civil. La empresa va viento en popa -el senor Lyle resoplo un poco-. Hay buenas oportunidades de invertir precisamente ahora, si usted…

Kincaid lo interrumpio:

– Gracias, pero los policias no solemos tener dinero de sobras. Y ahora, si no le importa, tengo que irme. Lo siento, no puedo ayudarlo con el inspector jefe Nash; una palabra mia no lo predispondria a su favor.

Especie de engreido petulante, penso mientras entraba en el coche y se despedia de Lyle. Nash y el se merecian el uno al otro.

* * *

La carretera estrecha descendia serpenteando hasta la base de la colina. Kincaid habia bajado la capota del Midget y habia puesto la calefaccion a tope, esperando que el frio aire de la noche despejara las telaranas de su cerebro. El cielo todavia conservaba algo de luz tras las recortadas siluetas opacas de los arboles.

De pronto vio las luces del bungalow a traves de los arboles, a su izquierda, y entro en coche despacio por el sendero cubierto de hojas. La casa era baja, de ladrillo rosa, y salia luz de los ventanales que habia a los lados del porche arqueado.

Llamo al timbre y la puerta se abrio con impetu, descubriendo a dos ninas de cabello oscuro y cara en forma de corazon. Lo miraron con gran seriedad, pero antes de darle tiempo a hablar rompieron en risitas y echaron a correr al interior, gritando: «?Mami, mami!». Kincaid penso que debia mirarse a un espejo cuanto antes, si solo verlo ponia histericas a las ninas.

La estancia tenia el ancho de la casa, con el comedor a la izquierda y el salon a la derecha. Entrevio una alfombra gastada ocupada por un hospital de urgencia de munecas. Las mesas estaban atestadas de libros, un fuego ardia en el hogar, y la tentacion de sentarse y ponerse a dormir era casi irresistible.

Anne Percy aparecio, secandose las manos en un delantal de algodon blanco, y lo salvo de su apuro. Sonrio encantada al ver quien era y luego lo miro mas critica.

– Parece agotado, ?que le apetece tomar? -Las ninas miraban a hurtadillas detras de ella a la manera de acrobatas chinas, acalladas solo por la presencia de su madre-. Molly, Caroline, este es el senor Kincaid.

– Hola -dijo el, serio. Ellas soltaron mas risitas, y se escondieron tras la espalda de su madre al mismo tiempo.

– Pase a la cocina, si no le importa que guise mientras hablamos.

Lo hizo pasar por una puerta de dos batientes en el fondo del salon a una estancia grande y alegre que olia a pollo asado con ajo.

Anne echo a las ninas, recordandoles que faltaba media hora para que estuviera lista la cena, le tendio un alto taburete a Kincaid y volvio a los fogones a remover algo, todo con una graciosa economia de movimientos.

– ?Quiere beber algo? Yo estoy tomando un vermouth, porque lo he echado al pollo, pero usted quiza prefiera un whisky. Esta fuera de servicio, ?no? ?Es verdad que los policias no beben durante el servicio, o es un mito perpetuado por la tele?

– Gracias -Kincaid acepto con gratitud el whisky que le habia servido, y tras el primer sorbo noto el calor irradiar desde la boca del estomago-. Pues no, no es verdad. Conozco a muy pocos que lo hagan. El alcoholismo

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