mi corona. Tu eres el pequeno principe.
– Yo no quiero ser el principe.
Brian hizo un puchero.
– Pues si no eres el principe yo no juego.
Brian arrastro los pies, con las manos en los bolsillos, vencido pero sin querer ceder por las buenas.
– ?Por que? ?Por que siempre tengo que ser el hijo?
– Porque si.
Bethany hablaba con el poder de los siete anos sobre un hermano menor. Los bucles castanos se escapaban de su trenza, pero no por ello renunciaba a su poder. Kincaid los miraba divertido desde el umbral de su puerta, en el distribuidor; Bethany extendia una pequena sabana sobre los hombros del malhumorado pequeno. Los ninos habian acampado en el amplio descansillo del primer piso, iluminado por los primeros rayos de sol que entraban por las tres ventanas que daban sobre el camino.
– Erase una vez -empezo Bethany-, una reina que vivia en un castillo con su hijito querido, el principe.
– ?Puaj! -dijo Brian con vehemencia. Bethany hizo caso omiso de el.
– Un dia, un brujo malo llego al castillo y rapto al principe y se lo llevo a su cueva.
Kincaid se pregunto como habria logrado la reina desprenderse tan convenientemente del rey, y penso en la modernisima Maureen contando a sus hijos los cuentos de siempre. Tal vez fuera un cuento moderno con una reina emancipada.
– Hola -les dijo, acercandose a ellos-. Que temprano os levantais.
El habia dormido tan mal que se habia alegrado al ver las primeras luces del alba a traves de la ventana, y habia esperado impaciente, limitando sus movimientos, hasta que la casa empezo a cobrar vida.
– ?Este es el castillo? -Kincaid senalo el descansillo.
Bethany asintio, seria.
– Estas pisando el foso.
– Ay, perdon. -Kincaid retrocedio y se agacho-. ?Mejor?
Esta vez, la sombra de una sonrisa acompano el gesto de asentimiento.
– Si yo fuera el principe -dijo Kincaid mirando Brian- inventaria alguna treta para escapar del brujo. Dormiria al dragon, o robaria los hechizos. Asi la reina no tendria que rescatarte.
Las expresiones de los dos ninos cambiaron: la de Brian mas alegre, la de Bethany cada vez mas beligerante. A Brian el triunfo le duraria poco. Kincaid se dirigio a Bethany, en plan de tactica preventiva.
– Que corona mas bonita, Beth.
Los dos se miraron y se acercaron uno a otro, la disputa olvidada por el repentino desasosiego.
De pronto, algo llamo la atencion de Kincaid: miro mas de cerca el retal blanco. Era un panuelo, un poco deshilachado por los bordes, mas bien de hombre, pues no tenia ni bordados ni encajes. Una punta estaba un poco manchada de oxido. El corazon le dio un vuelco.
– ?De donde has sacado la corona, Beth? -pregunto, con voz tranquila.
Los ninos no contestaron, mirandolo con los ojos muy abiertos. Kincaid hizo un segundo intento.
– ?Es de vuestro papa? -Esta vez, negaron con la cabeza. Todo un progreso con respecto al silencio-. ?Lo habeis encontrado en algun sitio?
Brian miro a Bethany con una interrogacion muda, y despues de que Kincaid aguardara pacientemente, la nina hablo:
– Estabamos jugando en el vestibulo. Nuestros papas nos dijeron que podiamos jugar por toda la casa, menos en la piscina, pero que no debiamos salir.
– Y tenian razon -Kincaid la apremio, cuando se detuvo-. ?A que jugabais?
Bethany miro de reojo a su hermano y decidio que era ella la que iba a hablar.
– Brian estaba jugando con sus cochecitos Matchbox. Cuando hacia pasar uno por el borde del paraguero se cayo dentro.
– ?Y cuando lo cogiste, encontraste dentro el panuelo?
Brian recupero la lengua, tal vez animado por el tono simpatico de Kincaid.
– Al fondo de todo. Arrugadisimo. Asi. -Enseno el puno-. Era como una bola.
– ?Me lo dejais un momento? Creo que al inspector Nash le gustaria verlo.
Los ninos asintieron vigorosamente. Kincaid se imagino que sus breves encuentros con el inspector jefe no les habian dejado ganas de repetir la experiencia. Reflexiono un instante y decidio que una bolsa de plastico le serviria.
– Dejadlo un momentito donde esta, ?vale? Vuelvo enseguida.
La proxima vez que fuera de vacaciones, si es que iba, se llevaria el kit de investigador de crimenes.
De la suite desocupada de la planta baja salian claramente unas voces. Kincaid se detuvo en el vestibulo, con su tesoro entre los dedos, y escucho.
– Si Dios le hubiera concedido inteligencia suficiente para limpiarse el trasero, muchacho, haria lo que se le dice y no se quedaria ahi embobado como un pasmarote.
Era la inconfundible delicadeza del inspector jefe Nash. La respuesta, imperceptible, debia de ser de Raskin, que acababa de tener un alegre encuentro con su superior.
– Maldita sea -solto Kincaid. Habia visto el destartalado Austin de Raskin desde el rellano del primer piso y creyo encontrarlo a solas, esperando que el diera credibilidad a su hallazgo. Darle personalmente semejante regalo a Nash no iba a mejorar su relacion de trabajo con el, pero era urgente y no podia esperar. Se asomo a la puerta.
Nash estaba sentado junto a la mesa de comedor, rodeado de papeles. El cable del telefono cruzaba peligrosamente la habitacion desde la mesita del salon para que estuviera al alcance de Nash. Probablemente, ese era el motivo de la disputa con Raskin.
– ?Centro provisional de operaciones? -pregunto, alegremente.
– ?Se le ocurre algo mejor, chico? -replico Nash, mirandolo desganadamente de reojo con sus ojillos color grosella.
– No, senor.
Peter Raskin tomo la palabra.
– Es la mejor opcion. No podiamos ocupar indefinidamente el despacho de la senorita Whitlake. Ademas, era demasiado pequeno.
Raskin se dio cuenta de lo intrascendente de sus palabras y cerro la boca. Kincaid cruzo la estancia y dejo con cautela la bolsa de plastico en la mesa, delante de Nash.
– Esta manana, los ninos han encontrado esto en el paraguero.
Nash cogio la bolsa y la llevo ante la luz.
– ?Un panuelo? Vaya, casi me desmayo de la emocion. -Sonrio burlon-. ?Cual sera la proxima ocurrencia del nino prodigio?
– Oiga, inspector -dijo Kincaid con toda la paciencia que supo, preguntandose hasta que punto era su propio desagrado instintivo con respecto a Nash el que acrecia la hostilidad de el.- El panuelo tiene lo que parece una mancha de sangre en una punta. Pudo usarse para evitar que quedaran huellas en la raqueta de tenis. Vale la pena mandarlo al laboratorio.
– Si hubiera habido algo que valiera la pena, el equipo cientifico lo habria encontrado. -Su hipocrita actitud civilizada se habia desvanecido de la voz de Nash, asi como su fuerte acento de Yorkshire-, usted no tiene jur…
Kincaid perdio la paciencia.
– Si el equipo cientifico hubiera hecho bien su trabajo, no se le habria pasado por alto esto. Estoy harto de su oposicion deliberada, inspector jefe. El unico motivo para que usted este al mando de esta investigacion es porque su comisario se encuentra inmovilizado en el hospital. Si no coopera y no es capaz de separar lo mal que le caigo de sus juicios en este caso, procurare que nunca mas vuelva a tener esta autoridad.
La cara de Nash se congestiono de tal manera que Kincaid por un momento temio haber ido demasiado lejos y que le fuera a dar un ataque.