era hora de que metiera las narices.
– La casa estaba en silencio. Caro dormia y no la desperte. Solo puedo suponer lo mismo de Vivian. De modo que si esta buscando una coartada, joven -hizo una pausa y le guino un ojo-, supongo que no la tengo.
– ?Y su hija? ?Estaba dormida tambien?
– Me temo que no lo se. No recuerdo haber visto el coche de Julia en la entrada, pero supongo que alguien la podia haber traido a casa.
Kincaid se levanto.
– Gracias Sir Gerald. Necesitaremos hablar de nuevo con Dame Caroline, cuando a ella le vaya bien, pero ahora nos gustaria ver a Julia.
– Creo que ya conoce el camino, senor Kincaid.
– Por Dios, siento como si me hubieran soltado en medio de una maldita comedia costumbrista. -Gemma se volvio para mirar a Kincaid, que subia las escaleras detras de ella-. Todo modales y nada de substancia. ?A que juegan en esta casa? -Al llegar al primer rellano se paro y se volvio para tenerlo de frente-. Y por la manera en que Sir Gerald y la senora Plumley las miman uno diria que estas mujeres estan hechas de cristal. «No hay que molestar a Caroline… No hay que molestar a Julia» -le dijo a Kincaid entre dientes, recordando un poco tarde que debia bajar la voz.
Kincaid se limito a arquear una ceja de ese modo imperturbable que Gemma encontraba tan exasperante.
– No estoy seguro de que Julia Swann sea una buena candidata a ser mimada. -Empezo a subir el siguiente tramo, Gemma lo siguio y el resto del camino lo hizo sin comentarios.
La puerta se abrio tan pronto como los nudillos de Kincaid la hubieron rozado.
– Bendita seas, Plummy. Estoy muerta… -La sonrisa de Julia Swann desaparecio de repente cuando los reconocio-. Vaya. Comisario Kincaid. ?Tan pronto de vuelta?
– Hasta en la sopa -contesto Kincaid, dedicandole la mejor de sus sonrisas.
Julia Swann se coloco en la oreja el pincel que sostenia en la mano y se retiro lo suficiente para que pudieran pasar. Gemma, que la estaba estudiando, la comparo con la nina delgada y seria de la foto de abajo. Aquella Julia estaba desde luego presente en esta, pero la nina desgarbada se habia convertido en una mujer elegante, con estilo, y la inocencia de la mirada de la nina se habia perdido hacia muchos anos.
Los estores estaban levantados y una luz palida, acuosa, iluminaba la habitacion. La mesa de trabajo del centro, vacia excepto por la paleta y el papel blanco cuidadosamente pegado a una tabla, mitigaban la sensacion de desorden general del estudio.
– Normalmente, a esta hora Plummy me trae un bocadillo, -dijo Julia, mientras cerraba la puerta y regresaba a la mesa. Se apoyo en ella, equilibrando con gracia su peso. Gemma tuvo la clara impresion de que el apoyo que recibia de la mesa era mas que fisico.
En el tablero habia una pintura acabada de una flor. Gemma se dirigio a la pintura casi por instinto, con la mano estirada.
– Es preciosa -dijo en voz baja, a punto de tocar el papel. La pintura, que era un diseno sobrio y seguro, tenia un aire casi oriental. Los verdes y morados intensos de la planta brillaban sobre el papel blanco mate.
– Es para ganarme la vida -dijo Julia. Su sonrisa mostraba un esfuerzo obvio por ser cortes-. Tengo toda una serie que me han encargado para una coleccion de tarjetas. Ya sabe, en la linea de la National Trust, pero de lujo. Y voy retrasada. -Julia se froto la cara dejando una mancha de pintura en la frente y Gemma vio de repente el cansancio que el elegante corte de pelo, el moderno jersey de cuello alto y las mallas no podian camuflar.
Gemma rozo con un dedo el rugoso borde del papel de acuarela.
– Pense que las pinturas de abajo debian de ser suyas, pero estas son muy distintas.
– ?Los Flint? Ya me gustaria. -Los modales de Julia volvieron a ser un poco cortantes. Cogio un cigarrillo del paquete que habia en una mesa auxiliar y lo encendio con una cerilla.
– Tambien me lo preguntaba. -dijo Kincaid-. Algo en ellas me resulta familiar.
– Probablemente haya visto alguna de sus pinturas en libros de su infancia. William Flint no era tan conocido como Arthur Rackham, pero hizo algunas ilustraciones maravillosas. - Julia se apoyo contra la mesa de trabajo y entrecerro los ojos al subirle el humo del cigarrillo-. Luego llegaron los «pechajes». *
– ?Pechajes? -repitio Kincaid, divertido.
– Tecnicamente son brillantes si no te importa lo banal. Y desde luego esto le permitio vivir holgadamente en su vejez.
– ?Y usted no lo aprueba? -La voz de Kincaid tenia un toque de burla.
Julia toco la superficie de su propia pintura como comprobando su valor y luego se encogio de hombros.
– Supongo que resulto algo hipocrita. Estas pinturas me alimentan, y mantenian el estilo de vida al cual Connor se habia acostumbrado.
Para sorpresa de Gemma, Kincaid no pico y pregunto:
– Si no le gustan las acuarelas de Flint ?por que estan colgadas en casi todas las habitaciones de la casa?
– No son mias si es lo que esta usted pensando. Hace un par de anos a papa y mama les pico el gusanillo del coleccionismo. Los Flint causaban furor y se subieron al carro. Quizas pensaron que me complacerian. -Julia los obsequio con una pequena sonrisa de crispacion-. Despues de todo, en lo que a ellos concierne, vista una acuarela vistas todas.
Kincaid le devolvio la sonrisa. Cruzaron una mirada de entendimiento, como si hubieran compartido un chiste. Julia rio y su melena oscura oscilo siguiendo el movimiento de la cabeza. Gemma se sintio de repente excluida.
– ?Exactamente que estilo de vida necesitaba llevar su esposo, senora Swann? -pregunto, un poco demasiado rapido, y noto en su voz un tono acusatorio no intencionado.
Julia se apoyo en su taburete de trabajo y balanceo una pierna que lucia una bota negra para poder apagar en un cenicero el cigarrillo fumado a medias.
– Todo lo habido y por haber. A veces pienso que Con se sentia moralmente obligado a vivir segun la imagen que habia creado de si mismo: whiskey, mujeres y buen ojo para los caballos, todo lo que uno espera del estereotipado bribon irlandes. No estoy segura de que lo disfrutara tanto como queria que creyesemos.
– ?Habia alguna mujer en particular? -pregunto Kincaid en tono coloquial, como si hubiera preguntado por el tiempo.
Ella lo miro burlonamente.
– Siempre habia una mujer, senor Kincaid. Los detalles no me concernian.
Kincaid se limito a sonreir, como negandose a escandalizarse por su cinismo.
– ?Connor se quedo en el piso que compartian en Henley?
Julia asintio, bajandose del taburete para sacar otro cigarrillo del arrugado paquete. Lo encendio y se volvio a apoyar en la mesa. Cruzo los brazos. El pincel seguia en su oreja y le daba un aire de laboriosidad ligeramente desenfadado, como si fuera una periodista de Fleet Street tomandose un descanso en la redaccion.
– Estuvo en Henley el jueves por la noche, ?no? -continuo Kincaid-. ?Una