Kincaid miro la sala con interes. Las pinturas, espaciadas generosamente por las paredes, parecian acuarelas de finales del siglo diecinueve y principios del veinte. La mayoria eran paisajes riberenos.
En el centro de la habitacion, un pedestal sostenia una elegante escultura de bronce de un gato agazapado. Kincaid paso la mano por el frio metal y penso en Sid. Habia quedado con su vecino, el comandante Keith, para que lo cuidara mientras el estaba fuera. Si bien el comandante profesaba un desagrado hacia los gatos, cuidaba de Sid con la misma aspera ternura que habia mostrado hacia la anterior duena del gato. Kincaid pensaba que para el mayor, al igual que para el, el gato era un vinculo vivo con la amiga que ambos habian perdido.
Cerca de la puerta del jardin habia una mesa cuya atestada superficie contrastaba con la sobria pulcritud que habia visto en el resto del lugar. Kincaid ojeo rapidamente los desordenados papeles y luego paso a la segunda habitacion, que estaba a un nivel inferior.
Contuvo la respiracion. La pintura que colgaba en la pared opuesta era un rectangulo estrecho y largo -quizas media 90 centimetros de ancho y 30 centimetros de alto- y una lampara montada justo encima la iluminaba. El cuerpo de una chica ocupaba casi toda la tela. Vestia camiseta y tejanos y estaba estirada en un prado con los ojos cerrados. Llevaba un sombrero inclinado hacia atras sobre su cabello castano y junto a ella, en la hierba, habia una cesta de manzanas que se habian volcado encima de un libro abierto.
Era una composicion sencilla, casi fotografica por su claridad y detalle, pero poseia una calidez y profundidad imposibles de capturar con una camara. Uno podia sentir el sol en la cara de la chica vuelta hacia el cielo. Uno podia sentir la satisfaccion y placer que ese dia ofrecia.
Otras pinturas del mismo artista colgaban cerca: retratos y paisajes con los mismos colores vivos y la misma luz intensa. Al mirarlas Kincaid sintio nostalgia, como si tal belleza y perfeccion estuvieran fuera de su alcance a menos que el, como Alicia, pudiera entrar en la tela e introducirse en el mundo del artista.
Se habia inclinado para ver la firma garabateada cuando una voz detras de el dijo:
– Bonitas ?no?
Kincaid, sobresaltado, se puso derecho y se dio la vuelta. El hombre estaba de pie en la entrada trasera. Su cuerpo estaba en la sombra, mientras que el sol iluminaba el jardin que habia detras de el. Cuando entro en la habitacion Kincaid lo pudo ver con mas claridad: alto, delgado y de facciones cuidadas, con una mata de pelo gris y lentes que le daban un aire de contable en contraste con el sueter y pantalon informales que vestia.
La puerta sono justo cuando Kincaid empezo a hablar. Entro un joven cuya cara blanca contrastaba con el negro de la ropa que vestia y con el pelo tenido. Llevaba bajo el brazo una maltrecha carpeta de cuero. Su indumentaria habria resultado ridicula si no hubiera sido por su mirada de suplica. Kincaid hizo un gesto de asentimiento a Trevor Simons -ya que supuso que era el el hombre que habia venido del jardin- y dijo:
– Adelante, no tengo prisa.
Para sorpresa de Kincaid, Simons estudio detenidamente los dibujos. Al cabo de un rato nego con la cabeza y los metio de nuevo en la carpeta. Sin embargo Kincaid oyo que le indicaba otra galeria donde el chico podia probar.
– El problema es -explico a Kincaid cuando oyeron la campanilla de la puerta al cerrar -que no sabe pintar. Es una verguenza. Dejaron de ensenar dibujo y pintura en las facultades de bellas artes en los sesenta. Artistas graficos. Esto es lo que todos quieren ser. Solo que nadie les dice que no hay trabajo. Asi que salen de la facultad como este chiquillo. -Hizo un gesto hacia la calle-. Van de galeria en galeria intentando vender sus mercancias como vendedores ambulantes. Ya lo ha visto. Basura realizada bastante competentemente con aerografo, pero sin pizca de originalidad. Si tiene suerte encontrara trabajo friendo patatas o conduciendo una camioneta de reparto.
– Pero usted fue cortes -dijo Kincaid.
– Bueno, hay que tener compasion, ?no? No es culpa suya que sean ignorantes, tanto en tecnica como en las realidades de la vida. -Haciendo un ademan como quitandole importancia-. Bueno, ya he charlado suficiente. ?En que puedo ayudarle?
Kincaid senalo las acuarelas de la segunda sala.
– Esas…
– ?Ah! Ella es una excepcion -dijo Simons sonriendo-. En muchos aspectos. Autodidacta por un lado, lo que probablemente fue su salvacion, y con mucho exito por el otro. No con estas - anadio rapidamente-, pero creo que lo tendra. El exito lo tiene con los trabajos que realiza por encargo. Tiene tal demanda que no puede aceptar encargos durante los dos proximos anos. Es muy dificil para una artista que tiene exito poder dedicar tiempo para hacer trabajos creativos. De modo que esta exposicion ha significado mucho para ella.
Sabiendo la respuesta mientras hacia la pregunta -y sintiendose un completo idiota- Kincaid dijo:
– La artista, ?quien es?
Trevor Simons puso cara de perplejidad.
– Julia Swann. Pense que lo sabia.
– Pero… -Kincaid trato de conciliar la impecable si bien emocionalmente rigurosa perfeccion de las flores de Julia con estas pinturas vibrantes y vivas. Podia reconocer similitudes en tecnica y ejecucion, pero el resultado era asombrosamente distinto. Tratando de recobrar la calma, dijo-: Mire. Creo que deberia salir y volver a entrar. He enredado un poco las cosas. Me llamo Duncan Kincaid -mostro sus credenciales-, y he venido a hablarle de Julia Swann.
Los ojos de Trevor Simons pasaron de la identificacion, a Kincaid y luego de nuevo a la identificacion. Con la cara inexpresiva dijo:
– Parece un carne de biblioteca. Siempre me he preguntado el aspecto que tenian. Ya sabe, por las series de la television. -Sacudio la cabeza y fruncio el ceno-. No lo entiendo. Se que la muerte de Con ha sido una horrible sacudida para todos, pero pensaba que habia sido un accidente. ?Por que Scotland Yard? ?Y por que yo?
– Thames Valley ha tratado el asunto como muerte sospechosa desde el principio y ha pedido nuestra ayuda a peticion de Sir Gerald Asherton.
Kincaid se expreso sin entonacion, pero Simons arqueo las cejas y dijo:
– Vaya.
– En efecto -respondio Kincaid y cuando sus ojos se encontraron con los de Simons se le ocurrio que en otras circunstancias podrian haber sido amigos.
– ?Y yo? -pregunto Simons otra vez-. ?No creera que Julia haya podido tener algo que ver con la muerte de Con?
– ?Estuvo con Julia toda la noche del jueves? -dijo Kincaid, presionando de forma un poco mas agresiva a pesar de que el tono de incredulidad de la voz de Simons le habia parecido genuina.
Simons, sereno, se apoyo en su mesa y cruzo los brazos.
– Mas o menos. Aqui habia una batalla campal. -Con un ademan indico las dos salas pequenas-. La gente estaba apretada como en una lata de sardinas. Supongo que Julia pudo haber salido un minuto al bano o a fumar un cigarrillo y yo no lo hubiera notado. Pero no creo que mas que eso.
– ?A que hora cerro la galeria?
– Hacia las diez. Habian bebido y comido todo y habian dejado una estela de basura como si fueran los hunos. Tuvimos que empujar a los ultimos rezagados por la puerta.
– ?Tuvimos?
– Julia me ayudo a recoger.
– ?Y luego?
Trevor Simons aparto la mirada por primera vez. Estudio el rio durante un momento, luego se volvio otra vez hacia Kincaid con expresion reacia.