Gemma no pudo evitar un tono de sorpresa en su voz.

– ?Sir Gerald estaba borracho?

Danny agacho la cabeza, avergonzado.

– No me gusta hablar de esto, senorita. Sir Gerald tiene siempre una palabra amable para todo el mundo. No como otros.

– ?Ha pasado alguna otra vez?

Danny nego con la cabeza.

– No que yo recuerde. Y he estado aqui mas de un ano.

Gemma anoto rapidamente la declaracion de Danny en su cuaderno, luego lo cerro y lo metio en el bolso.

– Gracias, Danny. Has sido de gran ayuda.

Le paso la hoja de registro para que firmara. Su sonrisa se habia apagado en buena medida.

– ?Hasta luego! -Gemma se dirigio a la puerta.

Danny la llamo antes de que llegara a abrirla.

– Hay otra cosa, senorita. El yerno, ya sabe, el que la dino. -Sostenia la carpeta y senalaba una entrada junto a la de Sir Gerald-. El tambien estuvo aqui ese dia.

6

Huevos, bacon, salchichas, tomates, champinones y… ?rinones? Kincaid aparto un poco los productos dudosos con la punta de su tenedor. Podia soportar los rinones en el pastel de carne, pero rinones para desayunar… eso ya era demasiado. Por lo demas, el Chequers no tenia de que avergonzarse. Mientras inspeccionaba el desayuno dispuesto sobre el mantel blanco, completado con tetera de porcelana y un jarron con dragonarias rosas y amarillas, empezo a pensar que deberia estar agradecido por la influencia de Sir Gerald Asherton. Rara vez llegaba su alojamiento a estos estandares de calidad cuando tenia un caso fuera de la ciudad.

Como habia dormido hasta tarde, los mas madrugadores hacia rato que habian terminado sus desayunos, de modo que tenia el comedor para el. Mientras comia miro la humeda y ventosa manana a traves de las ventanas emplomadas, disfrutando de este poco habitual momento de ocio. Las hojas se movian y arremolinaban empujadas por el viento. Su color dorado y rojizo contrastaba con el fondo de la hierba aun verde del cementerio. Los feligreses empezaron a llegar para el servicio y en poco tiempo los arcenes de los callejones de alrededor de la iglesia se llenaron de coches.

Estaba preguntandose perezosamente por que una iglesia de un pueblo tan pequeno podia atraer a tanta gente, cuando de repente le asalto el deseo de verlo por si mismo. Dio un ultimo mordisco a la tostada con mermelada. Todavia masticaba cuando corrio escaleras arriba. Cogio una corbata de su habitacion y se hizo el nudo de camino abajo.

Se sento discretamente en el ultimo banco justo cuando las campanas empezaron a repicar. Los avisos colgados en el vestibulo respondieron rapidamente a su pregunta. Esta era la iglesia del distrito, no solo la del pueblo. Habia vivido demasiado tiempo en la ciudad para no darse cuenta. Era muy probable que fuera la iglesia de los Asherton. Se pregunto quien los conocia y si algunos de los aqui reunidos habia venido por curiosidad, esperando ver a la familia.

Sin embargo, ninguno de los Asherton estaba presente, y mientras el servicio se desarrollaba en tranquilo orden, su mente se traslado a las revelaciones de la tarde anterior.

* * *

Le habia costado unos cuantos minutos calmarla y obtener su nombre -Sharon Doyle- e incluso entonces, ella habia cogido su identificacion y la habia examinado con la intensidad de los casi analfabetos.

– He venido a por mis cosas -dijo, empujando la tarjeta hacia el como si le quemara en los dedos-. Tengo derecho a cogerlas. No me importa lo que digan.

Kincaid retrocedio hasta llegar al sofa, luego se sento en el borde.

– ?Quien le ha dicho que no puede? -le pregunto con naturalidad.

Sharon Doyle cruzo los brazos empujando sus pechos hacia arriba, contra el fino tejido del sueter.

– Ella.

– ?Ella? -repitio Kincaid, resignado a participar en un juego de paciencia.

– Ya sabe. Ella. Su mujer, Julia -dijo, imitando un acento bastante mas preciso que el suyo propio. La hostilidad parecia estar venciendo el miedo, pero aunque se acerco un poco a el, seguia con los pies separados y plantados firmemente en el suelo.

– Tiene una llave -dijo Kincaid, mas bien como una afirmacion que como una pregunta.

– Con me la dio.

Kincaid miro la cara ligeramente redondeada, joven bajo la capa de maquillaje y las bravuconadas. Dijo, con tacto:

– ?Como ha sabido que Connor ha muerto?

Lo miro fijamente, con los labios apretados. Al cabo de un momento las manos le cayeron a los lados y su cuerpo flaqueo como una muneca de trapo que hubiera perdido el relleno.

– En el pub -respondio tan quedo, que practicamente leyo sus labios en lugar de oir sus palabras.

– Sera mejor que se siente.

Se dejo caer en la silla de enfrente de Kincaid, como si no fuera consciente de su propio cuerpo. Explico:

– Ayer por la noche. Habia ido al George. No me habia llamado cuando dijo que lo haria, asi que pense: «No me voy a quedar sentada en casa sola». Un tipo me invito a una copa, ligo conmigo. Con lo tenia merecido. -Su voz vacilo y trago saliva, luego se humedecio los labios con la punta rosada de la lengua-. Los clientes asiduos estaban hablando del tema. Primero pense que me estaban tomando el pelo. -Callo y aparto la mirada de el.

– Pero la convencieron.

Sharon asintio.

– Un chico del pueblo entro. Es agente de policia. Dijo: «Preguntale a Jimmy. El te lo dira.»

– ?Lo hizo? -Kincaid la empujo a hablar tras un momento de silencio, preguntandose lo que podria hacer para aflojarle la lengua. Estaba acurrucada en la silla, otra vez con los brazos cruzados. Mientras la estudiaba creyo ver un leve matiz azulado alrededor de los labios. Recordo haber visto un carrito de bebidas cerca de la estufa de madera, cuando estaba examinando la habitacion. Se levanto y fue hacia el. Eligio dos copas de jerez entre las que habia en la balda superior. Sirvio una cantidad generosa de jerez de una botella que encontro en el nivel inferior.

Mirando con mas detenimiento vio que la estufa estaba preparada, de modo que la encendio con una cerilla de una caja que habia en la chimenea de azulejos y espero a que las llamas empezaran a parpadear con intensidad.

– Esto le quitara el frio -le dijo a Sharon cuando regreso, y le ofrecio la bebida. Ella lo miro sin animo y alargo la mano. Dio un ligero golpe a la copa cuando la quiso coger y derramo el liquido color oro palido por encima del borde. Kincaid le puso los dedos alrededor del pie de la copa, y los noto helados-. Esta usted congelada -le dijo, reprendiendola-. Tenga. Pongase mi chaqueta. -Se saco su americana de tweed y se la puso sobre los hombros. Luego dio vueltas por la habitacion hasta que encontro el termostato de la

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