tener siete hijos y comprar una casa en el distrito de Sunset con muy poco dinero, lo que les dio confianza para creer que su suerte nunca se acabaria, que Dios estaba de su parte, que los dioses domesticos solos podian informar de cosas buenas y nuestros antepasados estaban satisfechos, que las garantias vitalicias significaban que nuestra suerte nunca cesaria, que todos los elementos estaban en equilibrio, la cantidad adecuada de viento yagua.
Asi pues, alli estabamos los nueve: mis padres, mis dos hermanas, cuatro hermanos y yo misma, pletoricos de confianza mientras caminabamos a lo largo de la playa. Avanzabamos en fila india por la arena gris y fria, en orden de mayor a menor. Yo, con catorce anos, iba en el medio. Habriamos formado una curiosa estampa para un posible espectador, nueve pares de pies descalzos andando por la arena, nueve pares de zapatos en las manos, nueve cabezas morenas volviendose hacia el agua para ver como rompian las olas en la orilla.
El viento azotaba mis pantalones de algodon, y yo buscaba algun lugar donde la arena no me entrara en los ojos. Vi que estabamos en la hondonada de una cala, como un cuenco gigante, partido en dos, cuya otra mitad hubiera arrebatado el mar. Mi madre se dirigio a la derecha, donde la arena estaba limpia, y todos la seguimos. En aquel lado la pared de la cala se curvaba y protegia la playa del aspero oleaje y del viento. Y a lo largo del muro, a su sombra, se extendia una hilera de escollos que empezaba en el borde de la playa y continuaba mas alla de la cala, donde las aguas se agitaban. Daba la impresion de que podias adentrarte en el mar sobre aquel arrecife, a pesar de su aspecto tan rocoso y resbaladizo. En el otro lado de la cala el muro era mas irregular, carcomido por el agua, con muchas grietas, y cuando las olas golpeaban contra la pared, el agua surgia por aquellos orificios como blancos torrentes.
Recuerdo que aquella cala arenosa era un lugar terrible, lleno de sombras humedas que nos hacian estremecer y motas invisibles que se nos metian en los ojos y nos impedian ver los peligros. La novedad de la experiencia nos cegaba a todos: una familia china tratando de actuar como una tipica familia norteamericana en la playa.
Mi madre extendio sobre la arena una vieja manta a rayas, que el viento agito hasta que nueve pares de zapatos la sujetaron. Mi padre monto su larga cana de bambu, una cana que el mismo se habia confeccionado, recordando el diseno de la cana que tuvo en su infancia en China. Los ninos nos acurrucamos hombro contra hombro sobre la manta, y en seguida saqueamos la bolsa llena de bocadillos de mortadela, que comimos avidamente, sazonados con la arena adherida a nuestros dedos.
Mi padre se puso en pie y admiro su cana de pescar, fina y resistente. Satisfecho, recogio sus zapatos, fue al extremo de la playa y avanzo por el arrecife, deteniendose antes de llegar al punto batido por las aguas. Mis dos hermanas mayores, Janice y Ruth, se levantaron de la manta y se palmote aran los muslos para desprender la arena. Luego, tras palmotearse mutuamente la espalda, echaron a correr por la playa, gritando. Yo estaba a punto de ir tras ellas, pero mi madre senalo a mis hermanos con la cabeza y me recordo:
Y ella volvio a darme la misma respuesta:
Matthew, Mark y Luke tenian doce, diez y nueve anos respectivamente, eran lo bastante mayores para no parar de divertirse ruidosamente. Ya estaba Luke enterrado en la arena, de la que solo le sobresalia la cabeza, y ahora empezaban a construir un castillo de arena encima de el. Pero Bing tenia cuatro anos, se excitaba facilmente y con la misma facilidad se aburria e irritaba. No queria jugar con los demas hermanos porque lo habian hecho a un lado, amonestandole: «No, Bing, lo derribaras».
Asi pues, Bing deambulo por la playa, caminando rigidamente como un emperador destronado, recogiendo fragmentos de roca y trozos de madera de acarreo que lanzaba con todas sus fuerzas a las olas. Fui tras el, imaginando marejadas y preguntandome que haria si aparecia una. De vez en cuando le decia: «No te acerques demasiado al agua, vas a mojarte los pies», y pensaba en como me parecia a mi madre, siempre preocupada mas alla de lo razonable pero, al mismo tiempo, hablando del peligro como si fuese menor de lo que era realmente. La preocupacion me rodeaba, como el muro de la cala, haciendome creer que lo habia tenido todo en cuenta y que la seguridad del pequeno era absoluta.
Mi madre tenia la supersticion de que los ninos estan expuestos a ciertos peligros en determinados dias, que dependen de su fecha de nacimiento. La explicacion estaba en un librito chino titulado
En cada ilustracion aparecia el mismo nino, trepando a la rama rota de un arbol, de pie junto a una puerta que se viene abajo, resbalando en un bano de madera, entre los dientes de un perro que lo ha arrebatado, huyendo de un rayo. Otro personaje presente en todas las ilustraciones era hombre que parecia disfrazado de lagarto y tenia un gran pliegue en la frente, o quiza se trataba de dos cuernos redondeados. Es una de las imagenes el hombre lagarto de pie junto a un puente curvo, riendo mientras veia caer al pequeno por encima del pretil, con los pies ya en el aire.
Ya era muy inquietante pensar que un nino pudiera correr cualquiera de aquellos peligros, y aunque la fecha de nacimiento correspondia solo a uno, a mi madre le preocupaban todos. El motivo era su incapacidad de trasladar las fechas chinas basadas en el calendario lunar, a las fechas del calendario gregoriano. Asi pues, tenerlos todos presentes era la unica manera de estar absolutamente segura de que podia prevenir cada uno de ellos.
El sol se habia movido y ahora se cernia sobre el otro lado del muro de la cala. Todo estaba en su lugar. Mi madre se afanaba para impedir que cayera arena en la manta, eliminaba la arena de los zapatos y volvia a colocarlos en los angulos de la manta. Mi padre seguia en el extremo del arrecife, lanzaba pacientemente el anzuelo y esperaba que el
Bing golpeaba la roca con la botella de gaseosa.
– No lo hagas tan fuerte -le grite-. Abriras un agujero en la pared, te caeras en el e iras a parar a China.
Me rei cuando el me miro como si pensara que era cierto. Se levanto y echo a andar hacia el agua. Puso el pie en el arrecife, tanteando, y le adverti:
– Bing.
– Voy a ver a papa -protesto el.
– Entonces no te separes de la pared, apartate del agua. Cuidado con los peces malos.
Le observe mientras avanzaba por el arrecife, casi pegado a la rocosa pared de la cala. Todavia le veo, tan claramente que casi tengo la sensacion de que puedo hacer que se quede ahi para siempre.
Le veo de pie al lado del muro, a salvo, llamando a mi padre, el cual le mira por encima del hombro. ?Cuanto me alegra que mi padre vaya a vigilarle un rato! Bing empieza a andar y entonces algo tira del sedal de mi padre y el lo enrolla tan rapido como puede.
Oigo gritos. Alguien ha tirado arena a la cara de Luke y este ha emergido de su tumba de arena y se ha arrojado sobre Mark, al que ahora esta vapuleando. Mi madre me pide a gritos que los detenga. En cuanto he separado a Luke y Mark, alzo la vista y veo que Bing avanza solo hacia el borde del arrecife. En la confusion de la pelea, nadie se percata. Soy la unica que ve lo que Bing esta haciendo.
El pequeno da uno, dos, tres pasos. Su cuerpecillo se mueve con mucha rapidez, como si hubiera visto algo maravilloso al borde del agua, y pienso:
Me arrodille, mirando el lugar donde habia desaparecido, sin moverme, sin decir nada. Lo que acababa de